Domingo, 4 de mayo de 2014 | Hoy
Por Eduardo Stupía
El hecho de que un espacio de arte haya sido bautizado como Galería Gráfica Gestual implica desde el vamos una toma de posición y una tendencia estilística, aunque ya se sabe que mientras las palabras intentan fijar los conceptos, la práctica del arte los volatiliza. En ese sentido, por ejemplo, nada aparece como demasiado gestual en las piezas de los tres artistas de esta muestra inaugural, las cuales tampoco parecen justificar con suficientes evidencias eso de Acción, Gesto, Detalle que se promete desde el título. No estemos tan seguros, no obstante. Por lo pronto, habría que diferenciar los alcances de la idea de acción, apartándonos un poco de la inmediata, y quizás inevitable, referencia a la Action Painting, así como podríamos precisar más específicamente de qué hablamos cuando hablamos de gesto en artistas que no necesariamente practican eso que se conoce como gestual, y que tan buena prensa tiene.
La presencia del gesto expansivo, olímpico, el que compromete todo el cuerpo en la irrupción sobre el soporte, no está presente aquí. Cada uno a su manera, estos tres artistas concentran su traza, su marca subjetiva en la microfísica manual, en los pequeños movimientos de la muñeca y de la mano que definen su campo con células caligráficas, escrituriales, ornamentales, en una dinámica atemperada, donde el módulo constructivo es siempre centimetral y nunca mayúsculo. En ese mismo sentido, los tres ejecutan su acción en un completo control de la delimitación energética y física de la misma, entendiendo el acto consecuente y sostenido que necesitan para la homogeneidad de su sistema como resultado de un muy atento control de la velocidad, la precisión y la fuerza expresivas. Taliano es, en este aspecto, quien más difícil la tiene, materialmente hablando, por la necesidad del corte recto y regular que él mismo se impone para mayor eficacia rítmica y contrapuntística de sus assemblages tipográficos, frente a la evidente resistencia de la madera de cajón de frutas que utiliza. Méndez y Waizmann son, en cambio, monjes de tablero y caballete –así de anacrónico como suena–, escribas condenados por sus propias, obsesivas delectaciones, a la infinita deliberación de la línea, electrizada o precisa, garabateada o geométrica, cada uno embarcado a fondo en las exigentes demandas constructivas del planteo óptico que han concebido: el “letrismo infográfico y un paradojal automatismo silogístico”, como dice Luis Felipe Noé (*), en Méndez, y los electrizados, paroxísticos zigzagueos de puntos, rayas, texturas, garabatos y pinceladas en una exasperada, turbulenta acumulación del lenguaje en Waizmann.
En cuando al detalle, en ninguno aparece como programática precisión narrativa o icónica sino como consecuencia de una estrategia mayor. Salvo Waizmann, de quien podría pensarse que eventualmente, aquí y allá, y aun a pesar de un persistente, deliberado borroneo, se detiene y se aplica a una definición más nítida del sector más minúsculo, Méndez y Taliano sólo prestan atención a la anatomía de las partes cuando ya han determinado la lógica del conjunto, aunque también es cierto que, en Méndez, no se produciría esa orquestación perfecta del todo si él no se dedicara, como lo hace, al escolástico y prolijo delineo sensible de sus patterns y circunvoluciones.
Como sea, GGG abre el juego de la discusión y del cruce de disciplinas con tres artistas muy disímiles pero altamente productivos y, cada uno a su manera, copartícipes de una misma vocación de rigor y experimento.
(*) Alberto Méndez y sus Mapeos (Luis Felipe Noé), catálogo para muestra en La Línea Piensa.
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