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Domingo, 11 de mayo de 2014

LA REVOLUCIÓN EN LOS BARES

Cuando se produjo el triunfo de Allende, ¿tuviste el sentimiento de una responsabilidad política –además de tu trabajo como cineasta– por el hecho de pertenecer al Partido Socialista?

–Ocurrieron muchas cosas al mismo tiempo. Yo era efectivamente militante del Partido Socialista, y en el interior de ese partido era de una tendencia que podría calificarse más bien de extrema izquierda. Digo, “más bien” porque el Partido Socialista era un conglomerado de todas las tendencias posibles, a las que se les sumaban algunas más que habíamos inventado: en el interior del partido había trotskistas, maoístas, socialdemócratas, anarquistas, defensores de las prostitutas, católicos a ultranza, protestantes a ultranza, y si no había jansenistas era sólo porque el jansenismo era desconocido en Chile. Se decía que era prácticamente imposible que te echaran del Partido Socialista, puesto que había tantas tendencias, pero también se decía que al menos tenían que expulsarte tres veces del partido, porque sólo entonces te convertías en inexpulsable. Hay que situar todo esto en un contexto de comedia e irresponsabilidad general. Por lo demás, a ellos se debía todo el encanto de ese período. Lo que nosotros vivimos durante los tres años de la Unidad Popular no se parecía en nada a la Revolución Francesa, ni a la Revolución Cubana. Hubo muy pocos muertos, y los pocos muertos se debieron directamente a la derecha: incluso hubo muy pocos heridos. La Unidad Popular se tenía por pacifista e incluso muy legalista. Existía una curiosa obsesión por atenerse al marco de la Constitución, incluso aunque nosotros estuviéramos en contra de aquella Constitución. La confusión aumentó cuando, poco después de la victoria de Allende, vimos aparecer un montón de gente de todo el mundo que venía a darnos consejos completamente contradictorios. Yo me encontré embarcado en todo aquello porque mi tendencia, que no obstante era una tendencia en el interior de una tendencia, se impuso en el comité central, algo que dejó a todo el mundo perplejo, pero valió una especie de responsabilidad, junto con uno de mis amigos íntimos. Me nombraron, pues, vagamente responsable del cine, pero como no existía cine, o existía muy poco, le sumaron la radio y la televisión.

¿Y cuáles eran en aquel momento las relaciones con los otros cineastas chilenos? Sólo pocos habían filmado un largometraje... Helvio Soto, Miguel Littin.

–Allende nombró a Littin responsable del cine inmediatamente, es decir, director de Chilefilms. No obstante, ¡él era miembro del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)!, que no formaba parte de la Unidad Popular. Mis relaciones con Littin y el resto eran a veces tensas, aunque eso es exagerado... Nos dábamos a las patadas, sí, pero también nos reíamos mucho. Hay que imaginar todo eso –ya sé que es difícil, a la luz del trágico resultado– como una comedia alegre y entusiasta. Todo el movimiento estaba teñido de una extraordinaria irreverencia con relación a la izquierda.

¡Y tú mismo contribuiste a ello! Al mirar las películas que realizaste en aquel período uno tiene la impresión de que sólo te interesaban las situaciones extravagantes, inesperadas, paradójicas...

–Es cierto, pero no era el único. En ese momento prácticamente no se hizo cine militante clásico, ni películas de propaganda. Todas nuestras películas eran más bien críticas, incluso cuando apoyaban al movimiento, y además todas ellas estaban producidas de manera independiente, al margen de ChileFilms.

A propósito de todo ese período, encontré una frase tuya en una entrevista antigua: “No sabíamos qué era la guerra. La declarábamos todos los días, y se produjo la guerra y la perdimos muy rápido”.

–Sí... esto me recuerda la visita de una delegación de funcionarios soviéticos vinculados con el cine. Los chilenos los habían acogido anunciándoles que estábamos en guerra. “Ah, bueno –dijeron los soviéticos–, pero ¿contra quién?” “¡Contra los Estados Unidos y el capitalismo mundial!” Se hizo un silencio, y luego contestaron: “Me parece que la van a perder...”. La guerra a la que nosotros estábamos acostumbrados era una guerra verbal donde el abuso de alcohol y la falta de sueño desempeñaban un papel importante. Cuando había pelea en los bares, solían terminar a los botellazos. Parece que todas las situaciones revolucionarias tienen algo de esto. Pero en el caso de Chile se acentuaba por el hecho de que se trataba de una revolución sin líder. Allende era alguien que escuchaba mucho, al que le gustaba incluso que lo contradijeran... Retrospectivamente, pienso aquellos años como un período de libertad bastante impresionante.

(Fragmentos de una extensa entrevista realizada por Benot Peeters entre los años 1986 y 1987 para Théâtre au Cinéma. Vol. 14 recopilada en Ruiz. Entrevistas escogidas, Universidad Diego Portales, selección, edición y prólogo a cargo de Bruno Cuneo, 345 páginas.)

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