Domingo, 10 de agosto de 2014 | Hoy
> CHARLIE PICCOLI, UNA VIDA EN FOCO
Por Martín Pérez
Sin la boca abierta y sin el micrófono en la cara. Cuando empezó a sacar fotos, Charlie Piccoli no sabía muy bien qué clase de imágenes buscaba, pero –aun antes de apretar por primera vez el obturador– tenía muy en claro lo que no quería. Criado en Florida, Vicente López; hijo de un médico cirujano que oficiaba de documentalista aficionado de la familia, la primera vez que Charlie tuvo una cámara de fotos en las manos fue gracias a su hermano Ariel. Fanático de la cultura hippie y del rock desde los catorce años, con larga experiencia en recitales del rock nacional, cuando –antes de un viaje al exterior que hicieron en la época de la plata dulce– sus padres preguntaron qué querían que les trajeran de regalo, Charlie pidió una flauta traversa, con Jethro Tull en la cabeza. Su hermano Ariel, en cambio, pidió una cámara fotográfica, y antes de que pudiese darse cuenta de qué estaba pasando, Charlie estaba pagándole una entrada para el regreso de Almendra en Obras con tal de que le dejase usar su cámara y así sacar fotos de sus ídolos. Fotos con la boca cerrada y sin el micrófono en medio de la cara, como las que nunca podía encontrar en las revistas de rock. Apenas empezaron a revelarlas, los posters de su pieza fueron siendo reemplazados uno a uno por las fotos de los hermanos. Dos años más tarde, Charlie ya había cambiado su flauta traversa por una cámara propia, y sacar fotos en los recitales empezó a ser algo más que un pasatiempo. “Empecé a llevar la cámara a los shows para conseguir las fotos de Spinetta que no podía encontrar en las revistas”, confiesa Piccoli, que recuerda no haberse perdido ni uno solo de los recitales que Spinetta dio solo con su Ovation entre 1980 y 1981. “Creo que si hubiese encontrado esas fotos en algún lado, nunca hubiese sido fotógrafo”, calcula el autor de un admirable y heroico libro de fotos de edición propia, titulado simplemente Rock argentino fotografías, un contundente ladrillo de más de 300 páginas que presenta como un trabajo íntimo y cronológicamente desparejo, pero que resulta un auténtico testimonio de una época en la que, para conseguir las fotos soñadas, había que salir a buscarlas.
Antes de terminar ganándose la vida sacando fotos de rock, algo que hizo durante gran parte de la década del ochenta y comienzos de los noventa, Charlie Piccoli cuenta que su destino era ser arquitecto. De hecho, la otra flauta traversa que tenía, el último resto de su sueño adolescente de ser músico, la terminó cambiando por un tablero y un juego de Rotring. “Cursé cuatro años, y me quedaron sin rendir unas pocas materias. Pero ya estaba viviendo solo y me mantenía sacando fotos –cuenta–. Me hubiese gustado ser cirujano como mi padre, pero él decía que era un trabajo muy sacrificado. Eso influyó para que terminase siendo un bohemio.” Charlie asegura que tuvo suerte. Porque así como mucha gente se puede pasar la vida estudiando para algo en lo que, cuando llega el momento, tal vez recién entonces se da cuenta que no es todo lo hábil que se imaginaba haciéndolo –como le podría haber pasado a él con la arquitectura, por ejemplo–, Piccoli se encontró de casualidad frente a una actividad para la que resultó ser un intuitivo. “Tal vez sea porque tengo visión monocular”, cuenta Charlie, que desde nacimiento tiene la visión de uno de sus ojos obstruida por una catarata congénita. “Por eso digo que lo mío es natural”, bromea Piccoli, que se podría decir que ha nacido –y vive– mirando al mundo por el visor de una cámara de fotos.
“Las fotos las empecé sacando para mí –explica–. Iba a ver shows y llevaba la cámara, sólo con la idea de reemplazar los posters de mi pieza.” Tuvo suerte de cortar sus colmillos sacándole fotos a Spinetta, asegura. “Porque con el Flaco, si te sale en foco y con la luz necesaria, ya está. Seguro que es una buena foto.” De a poco se fue haciendo amigo de los músicos, y después empezó a trabajar, primero para las revistas, y luego para las productoras. “Es que con cada gacetilla de prensa, en esa época iba una foto. Así que había trabajo de sobra”, recuerda. Pero además, al haber empezado sacando fotos para él, lo que Charlie había reunido era un archivo admirable. “La primera foto que vendí fue una de Pedro Aznar, que había sacado dos años antes en el show que hicieron juntos Jade y Serú Girán en Obras”, recuerda. De hecho, la única revista para la que no trabajó fue la Pelo. “Porque se quedaban con los negativos”, explica. Es ese archivo el que se recorre de punta a punta en su libro, un libro de fotos hechas con pasión y gusto, un paseo por una época con ojos de fan al borde del escenario, de entusiasta de la noche de una época. “Los ochenta porteños fueron como la movida madrileña. Todo el tiempo estaba pasando algo”, se entusiasma este hombre que, al llegar a la década del noventa, dejó de estar entusiasmado. Y entonces dejó de ir a shows y sacar fotos. “Me di cuenta de que sacar fotos de rock era lo único que sabía hacer, y como me había cansado decidí cambiar de piel”, explica Piccoli, que desde entonces es docente universitario, de fotografía y de diseño gráfico.
El rock argentino al que alude el título de su libro es el que está ejemplificado en la gloriosa foto que ilustra la portada, que muestra a Spinetta y Charly saludando juntos sobre el escenario, en la presentación de Piano Bar en el Luna Park. Una época que termina en la última foto del libro, con los mismos protagonistas saludando juntos un cuarto de siglo más tarde, desde el escenario montado en el Estadio de Vélez, para el show de Las Bandas Eternas. “Esa fue la última noche que fui a un recital con una cámara”, asegura Piccoli, que desde que dejó de vivir de sacar fotos de rock, sólo siguió yendo a ver a unos pocos grupos. Los Brujos y Los Ratones Paranoicos fueron de esos pocos. Y los Illya Kuryaki también. “En Dante tuve un nuevo Spinetta para ir a ver”, se ríe Piccoli, que nunca dejó de sacar fotos, simplemente dejó de hacerlo en los recitales de rock. En parte porque su obsesión por tratar de que los micrófonos no saliesen en sus fotos lo llevó a pasarse una década frente a los parlantes, con el resultado de un zumbido casi permanente en sus oídos. “Ahora me considero fotógrafo de viajes”, anuncia, y cuenta que tenía casi listo un libro en el que trabajó durante tres años, fotografiando la Muralla China de punta a punta. Pero el rock tira. O al menos lo hace aquel rock, al que le dedicó sus noches y sus fotos. Y el libro del rock ganó la pulseada.
Piccoli insiste en presentarlo como el primer libro de fotos del rock nacional, aunque hay otros antecedentes. Está el de Uberto Sagramoso, los de Nora Lezano, el de Ezequiel F. Muñoz, los dedicados a Soda Stéreo y el de Charly García de Rocca/ Cherniavsky. Pero, es cierto, no hay uno que abarque semejante arco cronológico, ni que lo haga desde el pie del escenario. El único que entraría en esa categoría podría ser el olvidado Rock ‘n‘ roll, de Eduardo Rey, editado en una efímera colección de Juan Genovese Editor, dirigida por Charlie Feiling. Pero en realidad no tenía la forma de un libro, sino de una carpeta de postales, y por esa misma razón hoy es prácticamente inhallable. “Siempre me gustó estar en el tuco, formar parte del rock –cuenta Piccoli, el del archivo infalible–. Aquel rock se veía de otra manera desde el visor de la cámara. Porque eras público, sí, pero también eras parte del show.”
Rock argentino fotografías, período 1979-2010, se consigue a través de Mercado Libre, los domingos por la mañana en la zona discos del Parque Centenario o en la página de Facebook del autor.
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