Lunes, 26 de mayo de 2008 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LA úLTIMA DE LA SAGA DE INDIANA JONES, AMBIENTADA EN LOS 50.
Por Leandro Arteaga
Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal. (Indiana Jones and the Kingdom of the Cristal Skull). EE.UU., 2008
Dirección: Steven Spielberg.
Intérpretes: Harrison Ford, Cate Blanchett, Shia LaBeouf, John Hurt, Karen Allen, Ray Winstone.
Duración: 124 minutos.
Salas: Monumental, Village, Showcase.
7 (siete) puntos
Inevitablemente, se deberán citar algunos aspectos que remiten al argumento. Queda hecho el aviso. Continuemos. La cuarta entrega de la serie Indiana Jones se traslada unos diez años en el tiempo. Ahora es 1957, y los nazis han sido reemplazados por los rojos, los comunistas. Desde la pintura de aquellos años, el film de Steven Spielberg es acorde con esa capacidad mitificadora de los norteamericanos hacia su historia. Son años de macarthysmo, y el propio Indiana, en su condición de profesor y arqueólogo, será también sospechoso de actividades "antiamericanas". Capítulo apasionante que Hollywood ha retratado una y otra vez en numerosos films.
Es también la época de los avistamientos de ovnis y de las portadas estridentes de las revistas de ciencia-ficción. Roswell, MacCarthy, la bomba atómica. Todos elementos que, mezclados y almibarados, resultan ideales para la plasmación de una época que resulta tanto identificable como seductora. Fascinación que promueve el film de Spielberg y que esconde, al mismo tiempo, las contradicciones sociales que testimonian películas diferentes, tales como El testaferro (1976, Martin Ritt) o Lejos del paraíso (2002, Todd Haynes).
Como elaborador de mitos (sólo norteamericanos), Spielberg es apasionante. Baste para el caso, la fusión que en este film realiza entre la amenaza roja y los extraterrestres. Analogía que fuera caldo de cultivo para la ciencia ficción cinematográfica de los paranoicos '50. Aquí recreado de modo perfecto. En otras palabras, Spielberg no sólo es conciente de la complicidad ideológica entre cine y sociedad, sino que también la ratifica. De la misma y conservadora manera.
Pero hablemos un poco a favor. Porque sea tanto desde la caracterización de Harrison Ford como desde la narrativa del realizador, los films de Indiana Jones son una fiesta. Indiana es heredero de las aventuras de matinée. Hijo legítimo de Tarzan, Steve Canyon y Jim de la Jungla. También portador de la carga moral que aquellas historias vestían. Dualidad maniquea que la narrativa norteamericana ha cultivado históricamente, de acuerdo con el contexto: indios, negros, nazis, rojos, amarillos. Todos sinónimos de peligro, barbarie y amenaza. Indiana es síntesis de aquél espíritu. Indiana es este espíritu. Tan presente hoy como en aquellos años.
Lamentablemente, el cine de Spielberg se ha vuelto moralista y recalcitrante. Aunque quizá lo haya sido siempre.
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