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Lunes, 26 de diciembre de 2005

CULTURA / ESPECTáCULOS › NOTABLE REALIZACION DEL MISMO DIRECTOR ALEMAN DE "EL TAMBOR"

Todas las sinrazones de toda guerra

Volker Schlöndorff acostumbra poner su lente analítica en el tema de
la guerra, como sucedió con "El tambor de hojalata" y "El ocaso de
un pueblo". Con "El noveno día" vuelve a demostrar su gran talento.

 Por Emilio Bellon

EL NOVENO DIA (Der neunte tag) 10 puntos

Alemania, Francia, 2004.

Dirección: Volker Schlöndorff.

Guión: Eberhard Goerner y Andreas Pflueger

Fotografía: Tomas Erhart

Música: Aldred Schnitke.

Intérpretes: Ulrich Matthes, August Diehl, Hilmar Thate, Bibiana Beglau, Germain Wagner

Duración: 98 minutos.

Salas: Del Siglo, Showcase y Village.

Imágenes despojadas, un laconismo que libera en cada plano una prolongada sensación de tristeza, una cadena de enfurecidos sonidos que sepultan la presencia de un posible diálogo. En el último film de Volger Schlöndorff -que no ha llegado a tener la circulación ni el debate que La Caída ha provocado- el relato se puede pensar como un movimiento silenciado y tenso que marcas de la memoria individual y colectiva van abriendo a un espacio signado por el horror.

Si para el humanista, escritor y físico Primo Levi, los campos de Auschwitz eran la confirmación de que Dios no existía, desde la mirada del realizador de El Tambor de hojalata lo que se va poniendo en juego es la lucha interna que el protagonista de este film asume, desde su condición de eclesiástico, oponente a las fuerzas de ocupación, activo militante, feroz resistente. Su presencia ya junto a sus pares, otros hombres de la iglesia, en un bestializado tipo de cobertizo, captados desde arriba como si de ganado se tratara, señalan en este primer momento del film la jerárquica mirada del régimen y el poder de decisión que el mismo ejerce sobre los oprimidos.

Desde esta primera secuencia, y en un clima de desenfrenada prepotencia, la voz de mando se instala como la voz rectora de un ámbito que va mostrando sus aspectos más humillantes. Estamos en 1942, en los días de la ocupación: las fuerzas invasoras están cumpliendo con otros de sus mandatos genocidas, en nombre de la tan celebrada, para los nuevos dueños de la escena, ley racial. En un día de ese año el abad Henri Kremer recibe cierta noticia que en principio le permitirá salir al mundo exterior. Noticia, que, sin embargo, oculta la urgencia de un mandato, de una perversa misión.

A partir de este hecho inicial, que está presente en las propias memorias de quien fuera el actor social del mismo, lo que el relato va construyendo es al escenificación de un dilema moral, que se reconoce en un rostros desencajado y que permite que sintamos el peso abrumados de una conciencia, atravesada por una terrible opción, tal vez, como lo debía experimentar aquel personaje que componía Meryl Streep en el film de Alan Pakula La decisión de Sophie (1982).

Un dilema, una figura de falsa opción que no es más que una cínica estrategia que hace pender sobre un hilo la decisión de una tragedia colectiva. Un llevar adelante un plan, que también pone sobre la mesa la conducta de responsabilidad sobre otro, un semejante.

Desde una puesta en escena que elige contar -como lo hacía Roman Polanski en El Pianista- desde el gris azogue y desde una mirada que participa de lo subjetivo y lo distanciado, El noveno día va marcando el transcurrir de las horas desde un sostenido aquilatamiento temporal, que confirma una idea de abyecta eternidad. Y es, creo, desde el personaje que asume Ulrich Matthes, en un rol opuesto al que interpretara en La caída como Joseph Goebbels, que todo el film transcurre por ese deambular que experimenta un ser cansado y abatido, herido por la reciente pérdida de su madre, expuesto a la manipuladora voluntad de los ahora vencedores.

En los últimos años, antes de que el actual Papa asumiera, la relación de la Iglesia Católica con el nazismo había generado controversias y polémicas; particularmente en lo que respecta al nombre de Pio XII; situación extensiva a los años de las dictaduras latinoamericanas, que aún no ha encontrado una perspectiva crítica en el campo del cine. Ya Costa Gavras, en el tan perseguido film Amen, desde un afiche que marcaba ciertas analogías y superposiciones entre la cruz cristiana y la cruz svástica, sostenía este debate que intentó ser asfixiado por la propia institución eclesiástica.

De los campos de exterminio de Dachau a Luxemburgo. Tal es el itinerario que deberá recorrer el padre Kremer. De las puertas del lager a la casa familiar, tal es el territorio que deberá atravesar el mismo abad. De su actitud opositora a ser una posible mano que se preste a convalidar la acción de régimen, tal es el mandato que deberá llevar, que pendulará desde un concepto de situación límite, que no plantea opción real alguna. El film de Schlöndorff, al igual que aquel su otro film de principios de los `80, El ocaso de un pueblo, abre toda una serie de interrogantes en torno a la sin razón y el sin sentido de las situaciones de guerra y coloca al juicio moral frente a los hechos históricos; entendiéndose los mismos desde una acepción múltiple, que no excluye, de ninguna manera, las pequeñas acciones cotidianas.

En su angustiante misión, que delata el crescendo de una agonía, el abad Henry Kremer deberá mantener un enfrentado diálogo con un joven jerarca nazi, con un otro que le desnuda frente a su mirada casi ausente la figura negada de un traidor. Para nosotros, el film de Schlöndorff, de quien seguimos recomendando su film de fines de los `60, La repentina riqueza de la pobre gente de Kombach, se asume como un relato que forma parte de otros imperativos: los que reclama la conciencia colectiva ante decretos e indultos, ante los que no quieren escuchar las voces del pasado.

Como información complementaria, cabe destacar que el abad Henry Kremer en los días posteriores a la liberación fundó la Oficina Católica Internacional del cine, organismo que a lo largo de casi medio siglo ha galardonado a films de gran proyección y visión crítica social, como los de los nuevos cines europeos y latinoamericanos, entre cuyos exponentes de encuentran Los cuatrocientos golpes de Francoise Truffaut y Crónica de un niño solo del discutido Leonardo Favio.

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Ulrich Matthes (izquierda) interpreta al abad Henri Kremer. En "La caída" había asumido el rol del nazi Joseph Goebbels.
 
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