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Lunes, 17 de noviembre de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE LA CáMARA OSCURA, DE MARíA VICTORIA MENIS, SOBRE OTRAS MIRADAS POSIBLES

La imagen nacida desde la oscuridad

Basada en un cuento de Angélica Gorodischer, el film se centra en Gertrudis, estigmatizada por su fealdad. Hasta que llega un fotógrafo, y la mira de otra manera. La directora convierte a cada acto cotidiano en un gesto poético.

 Por Emilio A. Bellon

La cámara oscura. Argentina-Francia, 2008

Dirección: María Victoria Menis

Guión: Alejandro Murriay y María Victoria Menis

Montaje: Alejandro Brodershon

Música: Marcelo Moguilevsky

Intérpretes: Mirta Bogdasarian, Patrick Dell' Isola, Fernando Armani, Silvina Bosco, Carlos Defeo.

Duración: 87 minutos

Salas de estreno: Del Siglo, Monumental, Showcase y Village.

8 (ocho) puntos

Basta, tal vez, en principio, que nos detengamos en el título del film. Y comencemos a pensar, a asociar libremente. ¡Cuantas imágenes despierta...! ¿Qué recorrido nos propone la memoria? ¿Qué tipo de experiencias, propias y ajenas asocian? Y que un libro, una película nos convoque desde un título como éste nos permite, quizás, evocar días pasados, recorrer las páginas de un álbum fotográfico o bien remitirnos a los años del Renacimiento y los experimentos de Leonardo. O.. ¿por qué no? Tratar de revivir el transcurrir sentimental de La cámara lúcida de Roland Barthes.

Basado en un cuento homónimo de la escritora rosarina Angélica Gorodischer, publicado en 1983 en la antología "Doce mujeres cuentan", La cámara oscura es un film que parte del rechazo y del silencio para pasar a ser una historia sobre la valorización del nombre propio y de lugar de la mirada. Si somos a partir de alguien que nos nombra y de la mirada del otro, si pasamos a tener identidad desde el momento en el que escuchamos nuestro propio nombre y de unos ojos que nos reconocen, el film de María Victoria Menis se puede pensar como una imagen que comienza a ser revelada, que despierta, que se asoma a la luz desde su más escondida y abismal oscuridad.

El momento de apertura del film nos traslada desde una fotografía a un lugar de la colonia judía de un pueblo de Entre Ríos. Y desde esta imagen fechada en 1929, por aquel fotógrafo ambulante que un día llegó a ese lugar, pasamos silenciosamente a un día de 1892, cuando, como en tantos otros, llegaban inmigrantes de lejanas tierras. Una escena que recuerda momentos de otro film, que vimos hace algunas semanas, Nuovo Mondo, de Emmanuelle Crialese.

Sobre ese grupo de viajeros judíos, provenientes de Rusia en los años de los sangrientos pogroms, reposa esa secuencia en la que una mujer dará a luz sobre la planchada del barco a una niña, no deseada, a la espera del varón. Una niña a la que un empleado le alcanza su nombre, una criatura estigmatizada por sus rasgos físicos, por su propia madre. Para algunos lectores, tal vez, la imagen de aquel patito feo comience a circular.

El nombre prestado será el de Gertrudis. Y la niña será rechazada desde sus primeros días. Deberá, por mandato materno, bajar la mirada ante un fotógrafo, deberá esconderse de la mirada de los demás. Crecerá a la sombra de este imperativo, escapará del grupo familiar. Su aislamiento lo podrá sostener a través de su amor a las pequeñas tareas cotidianas. Y a la lectura.

Desde un trazo inusualmente pudoroso en nuestro cine, logrado a través del trabajo fotográfico de Marcelo Iaccarino, María Victoria Menis, al igual que en su film El cielito, construye pausadamente la visión de una época y pone en juego, discutiendo, los cánones sobre la belleza, que tanto siguen presionando en el mundo de hoy. El personaje de Gertrudis, desde el inicio del film, deberá aprender a tratar de ser en un mundo en el que los convencionalismos y las conductas conformistas definen la mecánica de las instituciones y de las relaciones humanas.

Los primeros años de la protagonista, que se mueven entre el ostracismo del medio familiar y rodeado de sus hermanas y la vida escolar, nos presentan las situaciones de estos colonos que llegaron a poblar estas tierras. El mundo de Gertrudis se abrirá en otras direcciones: a través de la lectura puede llegar a ser protagonista de los cuentos de hadas, y sentirse igualmente acosada de manera pesadillesca, como en su vida cotidiana, por fuerzas malignas. Para este tramo en el que la fantasía se adueña del personaje, la directora eligió narrar en clave de cine de animación.

Siempre atenta a la severa figura de su madre, Gertrudis sólo cumplirá órdenes. Y hasta deberá casarse, sin conocimiento previo, con un viudo hacendado del lugar. Entre ellos no mediará el amor, sólo la subordinación y, una vez más, el silencio. Gertrudis seguirá siendo esa sombra que sólo a través del cuidado del jardín y de su amorosa labor en la cocina podrá encontrar algún momento de felicidad. Como cuando abre las páginas de un libro de poesías.

La cámara oscura nos va llevando a otro encuentro. Y la progresión del relato la va planteando su realizadora a partir de silencios y de un mundo que se manifiesta en el fuera de campo. Gertrudis, al igual que el fotógrafo que está por llegar a la finca de León Cohen, pertenece al mundo de los diferentes. El nombre de Jean Baptiste comienza a insinuarse de la misma manera que la identidad de la protagonista está por empezar a encontrar su propio lugar.

El fotógrafo llegará un día y ya desde la primera imagen familiar, Gertrudis será tenida en cuenta. El itinerante artista, que nos movilizará con su relato como corresponsal de guerra en la batalla de Gallipoli, traerá a ese mundo la dimensión del pensamiento y de la estética del Surrealismo como posibilidad de descubrir otros territorios. El fotógrafo cojo, herido en una campaña, revelará otro concepto de belleza y acariciará literalmente la imagen de esa mujer.

El film de María Victoria Menis abre a múltiples interrogantes. El pequeño acto cotidiano se transforma en gesto poético y cada instante ofrece otros ángulos de mirada. Su cámara marca un transcurrir, su sigilosa mirada se detiene en los espacios que habitamos y su actitud nos lleva a captar una profundidad que conmueve, allí donde acontece algo que tal vez, ante la mirada de algunos, parece imperceptible.

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En una colonia judía de Entre Ríos, a principios de siglo, el ideal de belleza es opresivo.
 
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