Lunes, 11 de mayo de 2009 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › THE READER, DE STEPHEN DALDRY, CON KATE WINSLET
Por Leandro Arteaga
The Reader. EE.UU./Alemania, 2008
Dirección: Stephen Daldry.
Guión: David Hare, a partir de la novela Der Vorleser, de Bernhard Schlink.
Fotografía: Roger Deakins, Chris Menges.
Música: Nico Muhly.
Montaje: Claire Simpson.
Intérpretes: Kate Winslet, Ralph Fiennes, David Kross, Lena Olin, Jeanette Hein, Susanne Lothar.
Premios: Oscar y Globo de Oro Mejor Actriz (Kate Winslet).
9 (nueve) puntos
Podríamos comenzar desde la admiración, cada vez mayor, que nos genera Kate Winslet. Porque aceptar un personaje como el que compone en The Reader responde a una actitud plenamente moral, alejada de los fulgores vanos del estrellato. Algo que la actriz ha demostrado sobremanera, y que se suma a su reciente participación en el recomendable film Sólo un sueño (2008).
También agregar que The Reader es el tercer título del realizador inglés Stephen Daldry, responsable de Billy Elliot (2000) y Las horas (2002). Lo que permite comenzar a delinear una obra incipiente, con preocupaciones temáticas. Más la complejidad que supone The Reader, tal vez el mejor de sus films.
Detenernos en el mismo título de la película puede oficiar de eje, de referencia que permita, por un lado, atender al personaje central de la historia: Michael (David Kross/Ralph Fiennes); y por el otro, atravesar el film todo desde lo que supone la misma práctica lectora, nexo inteligente pero, sobre todo, afectivo con el mundo.
Es este vínculo lo que suscitará el acercamiento entre los enamorados, aún cuando una barrera generacional sea prejuzgada y obligue al juego de escondites. Michael y Hanna (Kate Winslet), conocerán furtivamente, pasionalmente, sus cuerpos y los libros que los estimulen: Homero, Twain, Chéjov, Lawrence, comparten el lecho de los amantes. La voz en alto y cada vez más dramática de Michael apasiona a Hanna, que demanda más, entre sonrisas y lágrimas, durante los años '50 de la Alemania postbélica.
Lo que aguarda contenido, mientras tanto, es la historia personal, aquella que significaría el acercamiento mayor, pero que Hanna evita y nos devuelve como interrogante. Será allí donde se provoque el quiebre, cuando el estudiante de leyes que Michael comienza a ser descubra un pasado reciente, tan cercano y evasivo como la figura de su amada o el silencio cómplice de su familia. Porque tal como sabrá señalar uno de sus compañeros de estudio, ante el horror que le provocan los campos de exterminio nazi, "todos sabían lo que ocurría".
Por eso, decíamos, no perder la figura del "lector" como guía. Es más, será justamente él quien nos entregue su historia, quien como con las lecturas ante su amada nos la relate. Es este ejercicio que parece tan simple lo que permitirá a Michael no sólo exorcizar su pesada carga, sino también memorarla para la generación futura: su hija, por vez primera, sabrá algo acerca de la figura hermética que siempre ha sido su padre.
Queda entonces el recuerdo de Hanna, su escucha atenta y su dolor para siempre. Responsable de sus actos. Tanto como la ética que manifiesta Michael, veraz encargado de dictar sentencia allí donde la ley parece fallar. Situación límite que Michael afronta en virtud de un ejercicio ético que prevalezca, aún sobre sus propios sentimientos. En razón de una única sobreviviente que, por salvarse del exterminio, pudo también contar su historia, escribir un libro, y legar su memoria.
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