Después de casi tres décadas, Néstor Zapata decidió retomar un viejo proyecto del grupo Arteón. Reformulando los lenguajes, apelando a nuevas tecnologías, el director volvió a concentrarse en la figura del mártir latinoamericano: Tupac Amaru. Con el nuevo título de Tupac. Cenizas y memoria de América, la obra tiene como eje al revolucionario descendiente de incas, ése que a fines del siglo XVIII sacrificó su bienestar social y su vida misma al enfrentarse al imperio español. Con un elenco compuesto por una decena de actores --entre los que se cuentan Luciano Temperini, Raúl Calandra, Sara Lindberg y Matías Tamburri-- y un importante despliegue escénico, la obra se estrenará mañana a las 21 en el Auditorio Fundación (Mitre 754).

Seleccionada por Iberescena (Fondo Iberoamericano para las artes), Tupac aborda, según apunta Zapata, "una temática muy comprometida con América Latina, con el momento que se vive". En ese sentido, el director profundiza: "Cuando a Tupac lo descuartizan en la plaza de Cuzco mandan quemar su cuerpo y esparcir las cenizas para que todo el mundo lo olvide definitivamente, y nosotros creemos que esas cenizas funcionaron como semillas que terminaron sembrando una América distinta. Entonces a nosotros nos pareció importante tomar la lucha de Tupac pero trasladarla al presente. Porque si bien el vestuario tiene que ver con la época (fines del Siglo XVIII), una mujer, Micaela Bastidas, se ha trasladado en el tiempo y vuelve al presente. Hay una Micaela Bastidas de aquellos años, la mujer de Tupac, luchadora, aguerrida, y hay otra que se trasladó en el tiempo y relata la historia en el presente, la mira con la distancia del tiempo, con la advertencia del tiempo. Y de alguna manera plantea esta América que hoy todos vivimos, y que sabemos que es una América joven, nueva, distinta, con tantas necesidades y ganas de cambio como fue en aquel entonces, pero de distinta manera".

Para Zapata, la obra hace explícita la necesidad de volver a ciertos valores de raíz. "La necesidad es que las raíces no se tomen como folclóricas, sino como esenciales: el respeto, la dignidad, la igualdad, el derecho que le cabe a todo americano de ser dueño de su territorio, sus sueños y sus esperanzas --aclara--. Todo esto era el Tupac, que fue nuestro gran Quijote, un hombre lleno de ideales, que asumió una lucha que, tal vez en su fuero íntimo, consideró que no iba a poder vencer al terrible ejército español. Creo que en aquel momento Tupac sabía que contra el imperio español era imposible pelear, pero él tenía que sembrar una semilla, demostrar que valía la pena intentarlo".

Heredero de tierras, indígena noble con un holgado pasar económico, José Gabriel Condorcanqui decidió rebelarse contra el imperio español. Con el respaldo de su esposa, Micaela Bastidas, Tupac Amaru debió pagar esa decisión con su vida y la de los suyos. "Ellos se convirtieron en mártires porque sabían que tenían que hacer éso, entonces nos parece muy importante que hoy, en esta situación tan light, tan post-posmoderna haya algunos valores de recuperación en las nuevas generaciones, donde se da su propia identidad, su propio derecho a reclamar lo que les pertenece. El Tupac es un canto a éso, un canto apasionado. La mirada del Tupac es permanente, me hace acordar a la mirada del Che Guevara cuando lo fotografían ya muerto con los ojos abiertos. La mirada del Tupac es como un reclamo al espectador para que tome posición, que no sea cómplice, que se sienta dueño de su casa, de su lugar, de su tierra y de su cielo. Esto es un poco esta nueva versión, este nuevo Tupac que me propuse hacer", explica el director, que en un futuro cercano presentará la obra en Venezuela y España, donde actores de esos países se sumarán a los integrantes del elenco rosarino.