Martes, 31 de enero de 2006 | Hoy
Desde la sensación de que el mercado de arte rosarino es tan
débil que se lo percibe como inexistente, nació el proyecto
Trastienda Curada en una pequeña sala del Pasaje Pam. La pregunta
es porqué el arte local se valora en los museos pero solo se vende
en Buenos Aires.
Por Por Beatriz Vignoli
El año 2005 vio el comienzo y el final programado de un experimento rosarino, de posibles repercusiones a mediano y largo plazo, pero que sólo fue percibido por un público de artistas y expertos. Las tres ediciones del proyecto Trastienda Curada en la pequeña sala de arte de los fondos de la librería Imaginen Todo, en el Pasaje Pam (Córdoba 954), marcaron un ciclo singular que dejó como saldo una publicación, ventas y un debate en torno a la pregunta: ¿Existe actualmente, en Rosario, un mercado para el arte local?
Aunque en décadas anteriores Rosario se haya animado a hablar de precios -¡el último tabú del arte!-, hoy las obras parecen circular casta y angélicamente sólo a través de los museos y de otros espacios no comerciales en la ciudad, hasta salir a la venta a través de galerías de Buenos Aires. Ante esto el proyecto Trastienda Curada, según explica su gestor Mauro Guzmán, se propuso colaborar con la construcción del mercado del arte en Rosario, "partiendo de la sensación de que este mercado es tan débil que muchas veces los artistas y distintos agentes del arte local lo percibimos como inexistente". A lo largo del año, el proyecto se desarrolló a cargo de tres curadores sucesivos: Marcela Römer en mayo y en junio, Pablo Montini en julio y en agosto, y Nancy Rojas de septiembre a octubre del 2005. "Los tres ejercen en el campo de la investigación y la curaduría en la ciudad de Rosario, y están abocados a las problemáticas del arte contemporáneo".
El marco del proyecto fue la movida Cultura Pasajera, iniciada en el 2004 y que ya tiene agenda para el 2006, cuyos impulsores son Florencia ("Flor") Balestra y Román Rivoire desde sus respectivos locales de arte y libros en el tradicional pasaje. Con inauguraciones que despliegan múltiples eventos simultáneos en diversas disciplinas artísticas los primeros viernes de cada mes, Cultura Pasajera aprovecha para invadir con arte todos los espacios del pasaje Pam, aun los menos convencionales. Entre estos nuevos ámbitos se halla la trastienda, que en 2004 fue destinada a mostrar arte contemporáneo rosarino, acumulando hasta más de cien obras en un espacio muy reducido: "una cantidad obscena de obras", según evoca Guzmán recordando su tarea como curador de lo que se dio en llamar Trastienda en Bruto. Allí, además de los nombres de los artistas, figuraba el precio de las obras. "Pensábamos que de esa manera obtendríamos un espectador más activo y capaz de comparar el valor de una obra con el de cualquier otro producto que pudiera adquirir para su hogar, como por ejemplo una heladera con freezer o un lavarropas. La diferencia se halla en el hecho de que, con la obra, ese comprador adquiere un plus por el valor simbólico de la misma y todo lo que eso implica."
Cada curador partió de un supuesto. Römer supuso un público local que jerarquiza a un productor de Buenos Aires por sobre los rosarinos "aunque el recorrido, trayectoria y difusión sean similares, instalando la duda acerca de si es necesaria la presencia de un productor porteño para dar jerarquía o legitimar un espacio y una produccion locales", cuenta Guzmán. El "porteño" elegido fue Carlos Trilnick, artista rosarino radicado en Buenos Aires, pionero del video arte en Argentina. Según esta curadora, la obra fotográfica de Trilnick describe "un espacio reafirmado en una singularidad" y "un aquí y ahora de tiempo suspendido". Mediante cuatro montajes distintos realizados cada quince días y con el título común de Trilnick y cia., Römer entabló cuatro "diálogos" sucesivos entre un grupo de fotos de Trilnick y la obra de cuatro artistas locales: Raúl D'Amelio, Andrea Ostera, Mauro Machado y Eladia Acevedo.
El supuesto de Montini, basado en una investigación histórica propia cuyos datos más antiguos se remontan a 1930 y que reunió en una publicación editada especialmente (MIDA: Proyecto Trastienda Curada, Nº 1, Rosario, Cultura Pasajera Ediciones, 2005), es que el mercado del arte en Rosario no existe, hipótesis que se resume en una sigla: M.I.D.A. (Mercado Inexistente De Arte). Diagnóstico que, según cuenta Nancy Rojas, copó la discusión en la última jornada del ciclo de charlas sobre coleccionismo del MACRO (Museo de Arte Contemporáneo de Rosario) "abriendo el debate en torno a la relación entre coleccionismo y mercado".
Como curadora, Rojas, bajo el título "Trastienda en riesgo", puso en escena el riesgo que implica la existencia de un mercado de reproducciones de obras mundialmente consagradas en el marco de un medio social con poca o nula conciencia de la diferencia de valor entre un original y una copia (o entre una copia artística y una mecánica), diferencia encubierta a menudo por la paridad de precios: riesgo de que una reproducción fotográfica, por la fama del original, tenga más posibilidades de venderse que una obra única, "dejando expuestos al ridículo a los artistas y sus producciones", en palabras de Guzmán. O, según lo enuncia aún más descarnadamente Rojas: "Para una educación que apunta al consumismo, pero que aún vive de los mitos e idealizaciones, las manifestaciones del arte seguirán siendo solamente las obras de arte del millón de dólares. Aquí no hay disponibilidad de este tipo de obras". Y el problema con los originales producidos aquí, por más baratos que sean, es que "corren el riesgo de no venderse mientras se encuentren junto a reproducciones de Picasso o de Miguel Angel".
Pocos saben que la inversión más inteligente es comprar, por el mismo precio de una lámina que no hará más que desteñirse en el futuro, estas supuestas piezas invendibles cuyo precio eventualmente (aunque no siempre) subirá. Peor aún, sólo un puñado de entendidos está al tanto de lo que vale el arte de Rosario, destacado en el mercado mundial a través de subastas que siempre suceden en Buenos Aires o en otras capitales más lejanas. "Podría recordarse lo que significó la venta de la obra Los Emigrantes de Antonio Berni por un precio récord de 552.500 dólares, en el año 1996. El influjo que tuvo esta venta marca la apertura de nuestro país al mercado internacional". ¿Se derrama esto al campo local? No.
Con la esperanza de transformar mediante su propia intervención este panorama desolador, Rojas convirtió por dos meses la trastienda de la librería en un laboratorio. Allí colgó un corpus heterogéneo de obras, en diversas técnicas y dimensiones, de seis artistas rosarinos contemporáneos de distintas trayectorias junto a reproducciones de piezas originales más o menos conocidas, cuyos autores -provenientes del mundo del arte moderno tradicional- comúnmente figuran en el mercado popular masivo de las reproducciones: Andy Warhol, Pablo Picasso, Piet Mondrian y Vincent Van Gogh.
Por su parte los rosarinos se podían clasificar en tres zonas según sus niveles de legitimación. Román Vitali (artista de la galería Benzacar, con obra en la colección Constantini del MALBA) y Carlos Herrera (galería Zavaleta Lar) son dos artistas establecidos, ambos con obra en las colecciones del MAMBA y del MACRO, ya integrados institucionalmente de manera estable. Los tres artistas de la franja emergente, Mauro Guzmán, Sebastián Pinciroli y Adrián Villar Rojas, tienen una visibilidad relacionada en el caso de Guzmán con tareas de gestión cultural pública y privada, en el de Pinciroli con la galería Ruth Benzacar (a partir de ganar el primer premio del concurso Currículum 0 en el año 2003), y en todos los casos con la exhibición de sus obras en salones.
Son, según Rojas, tenidos en cuenta para iniciativas museales ligadas al arte contemporáneo, todo lo cual indica un cierto grado de inserción institucional todavía precaria. Se trata de artistas con aproximadamente cinco años de producción sostenida, y con estilos ya bien perfilados. Mientras que David Nahón, quien proviene del ámbito del dibujo, es un incipiente pintor y escultor de rumbo estético aún incierto. "Poner a la vista del público los precios de las obras, que fue una decisión muy discutida previamente, desnudó estas diferencias", cuenta Nancy.
Por supuesto, en la cúspide de la campana se hallaban las cotizaciones más altas de la muestra, en el medio la mayor cantidad de artistas, y en la base el mayor grado de riesgo. La instalación de pared de Román Vitali se vendió en unos 1.500 dólares, y el comprador (Ricardo Torres, joven empresario rosarino que está formando su colección de arte contemporáneo) visitó además los talleres de Herrera y de Guzmán, donde eligió y compró obras de ambos artistas que no formaban parte de la muestra.
Final feliz al que no empañó la desafiante presencia de una lámina enmarcada de Mondrian junto a los paneles en ángulos rectos de cuentas traslúcidas multicolores enhebradas por Vitali.
De otro tenor, satírico y de denuncia, fue el cómico sarcasmo implícito en la propuesta de Montini, quien convocó a Luján Castellani con el registro fotográfico y textual de su acción Mi primera venta. Donde se ve a la artista firmando muy sonriente un recibo por el pago de una escultura en metal... vendida como chatarra, a un desarmadero.
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