Martes, 15 de septiembre de 2009 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › DIVERSIDADES, DE DELFO LOCATELLI, SE EXPONE EN AMIGOS DEL ARTE, HASTA EL 28
Es la primera exposición del pintor y dibujante en 15 años. Locatelli es un artista solitario que se dedicó de lleno a su producción y en una trayectoria que empezó hace casi cuatro décadas experimentó con recursos muy particulares.
Por Beatriz Vignoli
Al entrevistar al pintor y dibujante Delfo Locatelli (Rosario, 1949), la sensación que se tiene por momentos es la de conversar con Funes el Memorioso: es casi atemporal la precisión con que el artista recuerda cada detalle de su trabajo (además, lleva un registro de su obra desde 1970). Pero ninguno de los datos técnicos que brinda con tanto candor termina de explicar cómo hizo para elevar el dibujo a la categoría de un arte mayor. Para saberlo, hay que ver el puñado de sus obras que, bajo el título común de Diversidades puede visitarse hasta el 25 de este mes, los días de semana de 17.30 a 20, en la sala y el hall de Amigos del Arte (3 de Febrero 755). Y que tiene un valor especial como acontecimiento (además del artístico) por ser su primera exposición en 15 años.
Cual alquimista surgido de algún cuento, y como otros de su generación, Locatelli es un artista solitario que se ha dedicado de lleno a su producción (ésta es su mundo, del que nada parece distraerlo) y en una trayectoria que empezó hace casi cuatro décadas ha experimentado con recursos muy particulares. Partió, como todos sus contemporáneos, de la pintura al acrílico, para luego ponerse a transmutar humildes materiales en efectos pictóricos suntuosos. En esto fue un precursor de artistas contemporáneos que actualmente trabajan con materiales "escolares" o "no artísticos". Pero el sentido de su uso es otro. Aquí no se trata de un post conceptualismo trash sino de lograr un máximo de calidad plástica al mínimo costo. Las ceritas o crayones son la base de su peculiar técnica de encáustico, un tradicional procedimiento de fundido de la cera al que él aplica parcialmente, sin abarcar todo el plano del cuadro sino sólo algunas zonas. Se produce así una mezcla única entre lo plástico y lo gráfico. Se vale para ello de una mesa de vidrio que absorbe y transmite el calor proveniente de una lámpara. Tampoco ha vacilado en realizar fotocopias ampliadas o reducidas de sus dibujos para lograr una imagen gráfica que se asemeja a una litografía o a un grabado en punta seca.
Pero el secreto de su arte no se halla en estos trucos de cocina sino en algo central, que es su trazo: un trazo personal, gestual, vigoroso, veloz, intenso y urgente, cuya misma intensidad motivó estas decisiones técnicas tomadas en el taller. Por ejemplo, la de calcar en vez de copiar o la de fotocopiar en vez de grabar, ya que la urgencia extrema de su gesto no admite ninguna técnica indirecta, ninguna demora en la ejecución. Tampoco se lleva bien con la carbonilla (se me quiebran, explica), a la que reemplazó por barras de grafito gruesas (5 mm de diámetro) y blandas (6B). Es elocuente el gesto con que Locatelli cuenta cómo esto le permite modular los claroscuros según la presión de la mano, y entonces la intensidad del trazo se convierte así en la medida de la gama de grises: a mayor presión, mayor oscuridad, y viceversa.
Esto no es un dato menor. Contemporáneo del neoexpresionismo, Locatelli es además un expresionista nato (o lo que Herbert Read llamaría un temperamento expresionista), para quien la inmediatez forma parte del sentido. Un sentido que radica en la autenticidad de la expresión, donde la técnica es un medio para estar lo más cerca posible de la verdad subjetiva del instante, plasmada como forma a través del gesto ineluctable. Sin embargo, su obra es figurativa, con temas convencionales como retratos, paisajes y hasta motivos religiosos. En todas estas figuras alcanza gran concisión y síntesis, en un primitivismo de raigambre modernista en el siglo veinte que a primera vista evoca un poco al de Augusto Schiavoni, al neogótico francés o al expresionismo alemán. No suelen verse últimamente en Rosario rostros tan expresivos como el de los autorretratos de Delfo Locatelli, a quien (como bien sugirió Raúl Marziani, anfitrión y ocasional guía de la muestra) es posible pensar como un Schiavoni contemporáneo.
Recorrer la muestra con su autor revela dos pares de obras gemelas: dos magníficos autorretratos y dos crucifixiones casi abstractas. Las cuatro están fechadas a comienzos de los 90. Uno de los autorretratos es en color y en encáustica; el otro, en blanco y negro. La primera crucifixión es en crayones, como las otras dos obras; la segunda crucifixión es en acrílico y traduce fielmente a la pintura la iconografía de la primera. Ambas tienen una iconología muy clara, que Locatelli detalla: la figura central no tiene rostro ("A Cristo no le puedo poner ningún rostro", afirma) y la figura crucificada a la izquierda cuelga invertida, dando a entender que "es uno de los dos ladrones, el que no se arrepiente". En el ángulo inferior derecho se encuentra el centurión junto a otros personajes. Las obras dialogan con toda una tradición de la pintura occidental, algo muy propio del posmodernismo de la época de su realización.
El propio artista seleccionó la obra y diagramó la muestra, auxiliado en la curaduría por Hugo López y Omar Henry. Otra colega, Claudia del Río, logró reunir obras que estaban desperdigadas. En la tarjeta de invitación, Locatelli figura como autodidacta, pero el dato no es del todo correcto. Inspirado por el ejemplo de un tío suyo, el pintor Enio Locatelli, Delfo empezó a pintar en 1970. Seis años más tarde, estudió con un artista cuyo estilo no podía ser más diferente al suyo: Julián Usandizaga. Ese año también pasó ("una semana") por el taller de Esperanza Esplugas y Liliana Castellani. De allí saltó ese mismo año a su primera muestra, en la galería Van Dyck. La crítica de arte Luján Carranza le publicó entonces una reseña en La Tribuna, reseña a la que con modestia el artista evoca como parte de su aprendizaje. Entre lo que podría llamarse sus influencias indirectas, Locatelli señala la de Juan Grela, que le llegó a través de Usandizaga, y la de Picasso: probablemente, a través de Grela. Una influencia consciente es la de Julio Vanzo: "Como él, yo trabajo con línea abierta", indica.
Desde aquella en Van Dyck, acredita unas 30 exposiciones entre 1976 y 1994, además de videos e innumerables ediciones gráficas. Todas fueron muestras locales, casi todas de bajísimo perfil y en los más diversos espacios. Por las fechas de su producción, Locatelli pertenece a la generación de los artistas de los años 80 en Rosario, gran parte de la cual se centró en un esteticismo pictórico, debatiendo arduamente contra las propuestas más gráficas y políticas de sus precursores y de algunos de sus coetáneos. Es una generación poco o nada exitista, adepta a la libertad técnica pero conservadora en cuanto a los contenidos, que valoró a la vez el oficio y la experimentación y que transitó las discusiones estéticas entre pares, las lecturas filosóficas en la Universidad y las cavilaciones espirituales en privado. Esta muestra de Delfo Locatelli permite vislumbrar algo del resplandor de aquella secreta intensidad.
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