Miércoles, 4 de noviembre de 2009 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › EL TíMPANO DE LA EPIFANíA, DE CLAUDIA CAISSO PUBLICADO POR ALCIóN
En una hermosa edición con viñetas tomadas de composiciones de Kandinsky, el sonido parece funcionar por sí mismo, pero no lo hace: forma y sentido son inseparables. La autora es docente e investigadora en literatura latinoamericana.
Por Beatriz Vignoli
Al poeta simbolista ruso Andrei Biély, dos versos de Pushkin le parecían una perfecta "pintura por medio de sonidos" de una imagen del champagne pasando de la botella a la copa, mientras que en la repetición del grupo r, d, t, en Alexandr Blok, veía "la tragedia de la desilusión". El crítico B. Eichembaum cita esto en un ensayo suyo de 1925, "La teoría del método formal", donde cuenta que tales intentos de explicar las aliteraciones (reiteraciones musicales de sonidos en un poema) incitaron a los críticos formalistas rusos a demostrar "que los sonidos del verso son independientes de cualquier lazo con la imagen, y que poseen una función verbal autónoma". En resumen, a formular la noción de función poética. Que es como decir que la poesía hace artes plásticas con los sonidos, aunque éstos nada representen más allá de sí mismos.
Valga esta introducción como primera aproximación al nuevo libro de Claudia Caisso, El tímpano de la epifanía, publicado este año por Alción Editora, en una hermosa edición con viñetas tomadas de composiciones de Vassili Kandinsky. El sonido, al que se alude en una de las acepciones posibles de la primera palabra del título, pareciera funcionar independientemente del sentido en esta obra. Pero no lo hace: cada palabra es sopesada y calculada pero sin embargo surge de la experiencia estética a la que se alude en la segunda palabra del título, epifanía. Forma y sentido son así inseparables, y el título puede leerse como un discreto manifiesto estético. Docente e investigadora en literatura latinoamericana, Caisso es doctora en Letras por la Universidad Nacional de Rosario con dirección de Nicolás Rosa. Es investigadora del CIUNIR (Consejo de Investigaciones de la UNR), ha publicado ensayos críticos y ha trabajado en pasantías y becas en el exterior.
Entre otros libros de poesía, Caisso publicó antes Fiel de lides (2004). El poeta y crítico literario Héctor Piccoli señala en su prólogo la recurrencia de la aliteración de la i en ambos títulos, aliteración que es recurrente en varios pasajes poéticos de este libro. "Me vi perdida de mí", escribe Caisso, y la cita es significativa pues cabe agregar que la duplicación de la i es una repetición de sonidos que ya estaba presente en la secuencia del nombre y el apellido de la autora. Es como si, desasida del nombre propio en la experiencia poética de alienación que relata, fuera rescatada por ese rasgo, en el que seguramente se reconoce. Algo similar le ocurre a Jamie McKendrick (Liverpool, 1957), poeta británico cuya obra guarda una similitud asombrosa con la de Caisso.
Tanto Caisso como McKendrick (que pertenecen aproximadamente a la misma generación) trabajan la materia poética del sonido con un grado extremo de sutileza y exquisitez, abriendo conexiones en el texto y al mismo nivel entre objetos y palabras que son tomadas, en su concreción gráfica o sonora, también como objetos. La palabra alcanza tal grado de densidad en Caisso que su materialidad es real, audible en su cosidad. Casi como en el alfabeto utópico de otro poeta ruso, el vanguardista Velímir Khlébnikov, Caisso hace que ciertos rasgos sonoros de la palabra poética operen como materia de experiencia estética, y no sólo estética, sino espiritual en un sentido amplio, creando lo que Khlébnikov y Kandinsky llamaban un efecto. Y esto es mucho más que un mero efecto perlocutorio de la enunciación. Diríase, más bien, que se trata de un elemental encantamiento, entendiéndose por esto el movimiento por el cual el signo lingüístico, mediante el efecto estético de su materialidad sonora, obra en lo real.
En un nivel puramente denotativo, las imágenes de cada poema están en consonancia con la atmósfera general de materiales nobles trabajados con oficio que surge del cuidado por la función poética, a la que aluden o parecen aludir: "la suntuosidad / del sonido" ("Punta del diamante); "La voz traza su hondura" ("El filo de las correspondencias"). Pero las imágenes también son crípticas, más evocaciones sugestivas que claras referencias. Sí se logra saber que hay un trabajo intenso con la memoria, que es de donde provienen. Nombres propios, hermosos vocablos arcaicos o extranjeros flotan como los restos de naufragio de una edad de oro perdida en un magma de contenido no del todo manifiesto, donde la voz lírica se mueve con certidumbre sonámbula por entre nexos de sentido que siguen las leyes del sueño. O las del recuerdo. No es un automatismo, sino todo lo contrario, esta escritura, que reconoce quizás antecedentes en la poesía de un entrerriano que fuera mal leído como paisajista: Juan L. Ortiz. Releer a Ortiz desde Caisso es una operación crítica necesaria.
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