Jueves, 13 de abril de 2006 | Hoy
De vuelta en la línea narrativa que lo consagrara, Allen retoma sus clásicos tópicos existencialistas. La moral, el amor y la muerte, y -en este caso- un profesor de tenis.
Match Point sin duda marca un hito en la prolífica carrera de Woody Allen. Entre otras cosas por ser la primer película íntegramente rodada fuera de su ciudad natal, Nueva York. Filmada en apenas siete semanas, entre julio y agosto de 2004, éste, el trigésimo quinto largometraje de Allen, contó con un elenco fundamentalmente inglés, paisajes típicos como los de Notting Hill, Covent Garden, Buckingham, Chelsea y sitios emblemáticos del british style, como la Royal Opera House, la galería Tate o el modernísimo edificio The Gherkin.
Después de admirarse del gris perpetuo del cielo londinense y solazarse en el casting ("trabajar con un equipo de rodaje británico ha sido una experiencia maravillosa", llegó a decir) Allen se dispuso a filmar la historia de Chris (Jonathan Rhys Meyers), una ex promesa ahora profesor de tenis con ambiciones claramente definidas que llega a Londres para intentar "salvarse".
De vuelta en la línea narrativa que lo consagrara en la década del 60--70, el director--clarinetista retoma sus clásicos tópicos existencialistas y vuelve a salpicarlos de ácidos cuestionamientos. La moral contemporánea, las nuevas y viejas instituciones, el amor, Dios y la muerte, son la materia prima de esta nueva realización, que algunos críticos ya arriesgan a calificar como su mejor película de los últimos veinte años (el New York Times, que la calificó como "un cocktail de champagne con estricnina", dijo también que Match Point es "su más satisfactorio film en más de una década").
Además de la novedad (no menor) de haber cambiado en sus bandas de sonido el jazz por la ópera, el veterano director y saxofonista marca otro quiebre: se deja de tensiones sexuales pseudopsicologistas siempre presentes en sus historias de amor, y esta vez se arriesga con un puñado de escenas de alto voltaje erótico.
Pero para llegar a esto, Match Point se interna primero en una historia como el cielo londinense. Antiguo campeón de tenis, a Chris lo años lo han bajado de podio para ubicarlo en el lugar de un sencillo profesor particular de tenis. Pero quien ha sentido el aroma de los laureles, difícilmente se acostumbre a los penosos avatares de ser un simple proletario. Por eso, cuando vea una chispa en los ojos de Chloe (Emily Mortimer) no dudará en casarse con ella. Sin embargo, el amor para Chris tiene otro nombre: Nola (Scarlett Johanson), una joven y hermosa ex tenista americana que irrumpirá en su vida de manera crucial y devastadora.
Con la metáfora del tenis (un juego en el que no existe el empate) como soterrado leit motiv en todo el film, Allen desgrana lentamente una trama que vira lentamente de la comedia dramática al thriller. Plagada de diálogos en los que el cinismo, la hipocresía, la ambición y la traición son moneda corriente (los personajes se recordarán en más de una oportunidad que en esta vida es mejor que te tachen de afortunado que de bueno), en Match Point todos parecen haber abandonado sus escrúpulos en el placard, en el camino hacia una vida si no mejor, por lo menos más cara.
Con la asistencia de Remi Adefarasin en la fotografía, el único que sabe imprimirle esa característica impronta nostalgiosa a los films del gran Woody, una producción impecable y el plus de las actuaciones de Alexander Armstrong, Paul Kaye, Matthew Goode y Brian Cox, a sus flamantes setenta y uno, Allen vuelve al ruedo, dicen, con su gran obra maestra.
En el film, hay muchas cosas que sorprenden y una de ellas es la puesta en escena de la historia. Hay unas secuencias de sexo claras y subidas de tono lo cual no es algo habitual en la filmografía de Allen. Además, hay sutiles y elegantes movimientos de cámara -según apuntaron los expertos- en una intención manifiesta por mostrar sólo lo necesario, lo que finalmente le imprime a la toda la película un ritmo impecable, absolutamente llevadero a pesar de sus más de dos horas de duración.
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