Sábado, 15 de abril de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › ALEGRIA CON UNO DE LOS "SUCESORES" DE BOB MARLEY
En los `80 se ganó el título de "sucesor" del ídolo jamaiquino.
El jueves, en el Broadway, mostró que el reggae sigue vivo con
mensajes por paz, perdón, democracia y libertad, donde hagan falta.
Por Edgardo Pérez Castillo
Rosario siempre será una ciudad particular. ¿O acaso no resulta llamativo que, en medio del aparente boom del reggae, el recital de Alpha Blondy (uno de los emblemas vivos del movimiento a nivel mundial) se desarrollara en un Teatro Broadway con grandes espacios libres? Sin embargo, hay varios factores que inciden en ese fenómeno. Porque así como es cierto que la celeridad con la que el show fue confirmado no permitió darle una adecuada difusión, o que en tiempos de la inflación K para muchos es impeditivo acceder a entradas que iban de los 30 a los 65 pesos, hay otras realidades menos simpáticas para el supuestamente exigente público local.
Porque, hay que decirlo, el reggae no deja de ser una moda que vio su explosión en los últimos años. Que el rosarino corre con aparente fanatismo detrás de la música del momento tampoco es novedad. Porque así como fueron cerca de cinco mil los que hace casi un año llegaron hasta el Anfiteatro municipal tras la marca de The Wailers, o algunos menos los que acompañaron a Los Cafres en su incursión por el De Nito, también es necesario remarcar que un gran porcentaje de unos y otros poco saben de este moreno nacido en Costa de Marfil que, a mediados de los `80, ya era apuntado como uno de los sucesores de Bob Marley.
Y, en su paso y debut por Rosario, el hombre demostró el porqué de aquel título honorario. Porque si bien es la música jamaiquina la que impregna sus melodías, sus breves fraseos alla raggamuffin y sus construcciones compositivas, en su canto se destila el folclore de Africa, enunciado en idiomas múltiples, en una clara intención de multiculturalidad que también se evidencia en su imponente banda. Es que en The Solar System conviven nacionalidades y razas, arios y morenos de origen diverso, que cohabitan armónicamente en un grupo aceitado, sólido y con mucho, mucho swing.
Dos guitarras e idéntica cantidad de teclados y cautivantes coristas de color, un bajista afecto al slapping, un baterista que aplica sabiamente (y con poder) aquel toque tan propio del jazz, y un set de saxo alto, trompeta y trombón que, sin innecesarias estridencias, aporta un color permanente. Esa es la estructura sobre la que transita Blondy, auténticamente carismático, notablemente versátil.
La interacción del cantante con el público lejos está de absurdos estrellatos. Más distante aun de una forzada simpatía. Porque Blondy canta y en medio de esas ancestrales voces del Africa dice amar, en un inglés acentuado, a aquellos que bailan en los pisos superiores del Broadway. Y aunque también se toma su tiempo para estrechar las manos con los responsables de haber convertido a las costosas plateas bajas en una amena pista de baile, en ese gesto de agradecimiento hacia los sectores populares hay toda una postura de principios de parte de un hombre habituado a hacer poesía por la igualdad. Menos poéticos, muchos hicieron su propio esfuerzo igualitario y lograron burlar hábilmente los controles para evitar ubicarse en el tercer piso, mezclándose así con los bailarines ubicados al borde miso del escenario. Al fin y al cabo, el reggae no es más que un canto a la igualdad, comprendida de modos diversos, claro.
O de una rebeldía que pide por la paz, pero que sabe que la autoridad suele ser enemiga. Y, desafiando a la voz oficial del teatro que minutos antes del comienzo del show pidió consideración al soltar: "¡Por favor no fumen más, fúmense afuera!", los encendedores no cesaron en su labor por aromatizar a una sala poco acostumbrada a esos dulces excesos. Pero nada de ello le preocupó a Blondy en la noche del jueves santo. Como tampoco que una dupla de ya incontenibles bailarines se incorporara al escenario para liberar una danza ancestral. Blondy comprende los ritos y la devoción que genera, y así como con su abrazo logró que el encargado de seguridad de escena no se llevara a los danzantes, también envolvió con calidez al par de preadolescentes que de pronto se mezclaron con los músicos, en una suerte de sueño del pibe hecho realidad.
Paz, perdón, democracia, libertad. En Somalía, Irak, Palestina o Costa de Marfil. Por los niños, por el agua y el derecho a su indispensable transparencia. Todo ello convive en el canto tribal de Blondy, en su combinación de árabe y hebreo, en el francés de sus conquistadores o en el inglés universal del nuevo imperio. No importan los idiomas en definitiva. Lo que vale es el mensaje, ése que cabalga sobre un reggae tan alegre como cautivante. Ese que muchos, todavía, deben descubrir.
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