Lunes, 19 de marzo de 2012 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UN INGRESO SIN CONCESIONES AL CINE DE GASPAR NOé.
Entrar al vacío o al mundo de Noé. Vértigo circular que acierta objetos con movimientos de cámara. Ciclo que, a su vez, comunica inicio y desenlace, lo que deriva en un cine concebido como bucle a reiterarse. La vida, entonces, como muerte. Final y principio.
Algo siempre presente en el cine de Gaspar Noé, así como de manera puntual en Irreversible (2002). Nada hay que pueda evitar lo que deba suceder. Así, el final irremediable de la película. Atrocidades que atravesar para alcanzar la calma primera. Una vez allí, parece que nada fue (o será) tan grave. Ahora bien, difícilmente pueda el espectador olvidar las atrocidades.
Entonces, Gaspar Noé parece obligar a un viaje que promete momentos horribles. Explícitos. Tan gráficos como el sexo. Atracción y repulsión como motor de su cámara circular. Vueltas y vueltas de violencia y de paz. Una y otra, caras reversibles. El choque y la muerte luego del momento de gracia. Los padres mueren y los niños no. La nena grita de horror, el chico sólo mira. La cámara, situada en su nuca (el espectador también, por eso sufre de igual manera el choque). Sangre que se verá muchas veces más, con otros ángulos de toma. La sensibilidad puesta al borde de su quiebre.
¿Violencia gratuita? Quizás, y mejor, una estética de la misma. Si no se tiene la voluntad suficiente, mejor no verla. Pero lo cierto, y aquí el acierto ineludible del cine de Noé, es que tal violencia existe. Rojo sangre, rojo pasión. Muerte, aborto, resurrección. Sexo, erotismo, pasión, procreación. Y muerte.
Entrar al vacío es la historia de dos hermanos. Los niños sobrevivientes al accidente de tránsito. Ya grandes y en Tokio. Él trafica droga y ella es bailarina profesional. La droga como viaje será prólogo al mayor y último de ellos: la muerte. Con el Libro Tibetano de los Muertos como guía de fe. La muerte como experiencia lisérgica o la droga como viaje mortuorio. Cualquiera de ellos como sinónimo de orgasmo.
Atracción y repulsión. Amor e incesto. Con el rostro del personaje de manera negada a la visión del espectador. Así, el espectador es protagonista. Como hermano de esa hermana que es tan sexual (Paz de la Huerta). Cuyo cuerpo desenvuelto hará cualquiera de las fechorías de libido que a Noé se le ocurran. (Cuerpo, el de de la Huerta, que hace transpirar la pantalla, que no recela de sí, que no tiene nada que ocultar; despojado y descarnado. Paz de la Huerta, muñequita de lujo.)
El desenlace, el alcance del abismo, será demasiado parecido al que ocurriera también en Irreversible. En otras palabras, Entre the Void como variación de una misma preocupación temática y estética. Película por momentos algo aletargada, como si fuese víctima de una búsqueda que ya no es, convertida ahora en mero ejercicio visual. Un poco disfrutable. Un poco desagradable. No demasiado intensa, o a veces. Como si fuese marca de fábrica ya conocida, de rasgos presagiados. El impacto que provoca se siente. Si bien se desvanece algo rápido. A veces sustentado desde un mostrar que, a algunos o muchos, pueda indignar.
Entrar al vacío. 6 (seis) puntos.
(Enter the Void)
Francia, Alemania, Italia, Canadá, 2009.
Dirección: Gaspar Noé.
Guión: Gaspar Noé, Lucile Hadzihalilovic.
Fotografía: Benoît Debie.
Música: Thomas Bangalter.
Montaje: Marc Boucrot, Gaspar Noé, Jérôme Pesnel.
Intérpretes: Paz de la Huerta, Nathaniel Brown, Cyril Roy, Olly Alexander, Masato Tanno, Ed Spear.
Duración: 161 minutos.
Salas: Cines del Centro.
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