Miércoles, 1 de agosto de 2012 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. LLUVIA DE MARZO, POEMARIO DE JORGE ISAíAS
Editada por Ciudad Gótica, la nueva obra del escritor nacido en Los Quirquinchos reúne 94 poemas. A lo largo del libro no hay retórica vacua ni estridencias, con las palabras de una vida cotidiana plena de la riqueza de un saber nombrar.
Por Beatriz Vignoli
La editorial rosarina Ciudad Gótica, que le publicó su Poesía reunida, editó en marzo de este año un nuevo libro de poemas de Jorge Isaías, Lluvia de marzo. Como señala Graciela Cariello en un prólogo amable con la obra y con el lector, esta lluvia de marzo, más que cerrar el verano, abre el otoño. ¿Y qué es el otoño para este escritor nacido en 1946 en Los Quirquinchos, el pueblo santafesino al que rememora en sus contratapas para este diario en una prosa que se viste con las galas naturales del haiku? El otoño, en los versos breves de los 94 poemas reunidos en este libro, es el presente de la memoria.
Jorge Isaías se vino a vivir a Rosario a mediados de los años 60. Aquí se graduó de Licenciado y Profesor Superior en Letras por la Universidad Nacional de Rosario; en 1970 publicó el primero de sus numerosos libros, La búsqueda incesante. En 1971, cuando Pablo Neruda recibía el Premio Nobel de Literatura, Isaías fundó junto a Guillermo Colussi y Alejandro Pidello la revista y editorial La Cachimba. "Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres", decía Neruda en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura haciendo explícita la utopía implícita en aquel "Al alba, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades" del poeta francés Arthur Rimbaud en el texto "Adieu" de su libro Una temporada en el infierno (la versión aquí citada, de memoria, es la de Raúl Gustavo Aguirre). Sobre aquellas palabras del poeta chileno que nombraban los sueños de la alborada de los setenta es que vuelve la memoria del otoño; el verano sigue abierto y no para de retornar.
"Hoy soy feliz/ estoy soñando/ un cielo/ que exhibe/ margaritas/ casuarinas/ fresnos/ macachines/ que copian/ con sus flores/ tanto espacio", escribe Isaías en estos versos cortos, algunos de una sola palabra, como si se tratara de un repaso o inventario de lo que se tiene, lo atesorado en la memoria de la niñez y la juventud. Pero "ya no entraremos/ a las ciudades/ con la paciencia/ ardiente", aclara. Madurar es perder el futuro de que se disponía como posibilidad al comienzo de la vida; aquí este duelo se aborda desde un presente que por momentos se confina estoicamente a sus propios límites, y por momentos resplandece con el fulgor de la memoria en ese instante lúcido de la experiencia vivida. El amor ya no se enuncia como ruego o expectativa sino que se carga de regreso a los comienzos y de recuerdos del pasado. Un tiempo circular, cíclico, se superpone al tiempo lineal, y esta vivencia se expresa en la melodía incesante de los versos que se cortan sin quebrarse, como si dibujaran en el arabesco de una línea continua el paisaje que se tiene ante los ojos.
La forma misma del poema parece expresar una voluntad de detenerse y continuar. El ritmo del verso es como el ritmo del tiempo, o como el de la lluvia que "golpea/ con sus mil patitas/ sobre el techo/ de un cinc paciente y entregado". Pasado y presente son para Isaías lo que se tiene a la mano, sin retórica vacua ni estridencias, con las palabras de una vida cotidiana plena de la riqueza de un saber nombrar, gracias a su madurado oficio de poeta que ya ni necesita nombrar los colibríes ("Nerviosos/ y ágiles/ con sus alitas/ minúsculas/ y su pico/ larguísimo") para que aleteen en la página.
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