CULTURA / ESPECTáCULOS › 37 AÑOS. EL POETA HéCTOR BERENGUER CUENTA UNA EXPERIENCIA COLECTIVA EN LA DICTADURA
Influenciados por el anarquismo y un sacerdote que los impulsó a cambiar el mundo, un grupo de artistas se mudó a Zavalla a vivir juntos, de acuerdo con sus convicciones. Se escribían con Paulo Freire y Ernesto Cardenal, entre otros.
› Por Edgardo Pérez Castillo
"Dios no ha creado fronteras. Mi objetivo es la amistad con el mundo entero". La frase, atribuida a Mahatma Gandhi, podría aproximar a uno de los conceptos ideológicos que, en tiempos de dictadura, marcaban a la comunidad de artistas, profesionales, pensadores y religiosos que encontraron en las afueras de Zavalla un espacio de reflexión y crítica. Una comunidad que logró trascender al pago chico y entró en contacto directo con intelectuales como el escritor y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal (nominado al premio Nobel de literatura, y ministro de Cultura tras la revolución sandinista) o el italiano Giuseppe Lanza del Vasto, filósofo, poeta y pacifista discípulo del propio Gandhi.
El poeta Héctor Berenguer fue uno de los fundadores de esa comunidad, sobre la que recuerda: "No teníamos un nombre, que siempre eran muy rimbombantes. Nosotros no teníamos forma de definirnos. Simplemente se habían planteado objetivos muy básicos, mostrarnos que había otras posibilidades".
Las influencias eran diversas. Por un lado, allí estaba el anarquismo descubierto entre los inmigrantes españoles, italianos, polacos y de Europa del Este que poblaron los alrededores de la estación Rosario Oeste, donde Berenguer creció. Y, lógicamente, aparecía la literatura, a la que muchos jóvenes del barrio llegaron gracias a la figura del escritor Héctor Paruzzo. "El tuvo un papel muy solidario, puso a disposición su biblioteca, y me dijo de dónde se surtía él, en bibliotecas de viejo, donde había entonces algunos anarquistas, como Américo Garea. Después conocimos el antiguo Ross, donde comprábamos las ediciones de poesía de Fabril", reconoce Berenguer que, por esa época, también se había volcado al estudio de las religiones, impulsado por el sacerdote de lo que actualmente es Barrio Franzetti. Un cura español, operario de fábrica, de apellido García: "El nos puso muchos libros en la mano, nos dijo que tratáramos de cambiar el mundo o el mundo nos cambiaría a nosotros. En ese momento nadie pensaba que la iglesia era para los pobres".
A través de García llegó el contacto con Ernesto Cardenal, que ya había fundado su comunidad en la isla de Solentiname, y que a su vez los vinculó con la obra del poeta y pensador norteamericano Thomas Merton. Esa formación llevó a Berenguer, entre otros, a definir su rumbo en la época más oscura de la historia argentina reciente: "Por entonces con muchos amigos nos reuníamos en la estación Rosario Oeste, algunos estaban convencidos de que la solución era tomar las armas. Eran mis amigos, pero cuando empezaron a hablar de ese modo, que era eso o nada, sentí que no podía participar".
En paralelo, Berenguer seguía profundizando sus vínculos epistolares, que lo llevaron a contactar con Lanza del Vasto, mientras se insertaba además en el movimiento cultural de la ciudad. "Había grupos con distintas tendencias, con los cuales coincidíamos en distintos puntos, en Arteón, en los teatros independientes -relata Berenguer-. Mientras tanto empecé a escribirme con personas como Lanza, con quien me contactaba a través de su secretaria, que era la sobrina de Julio Cortázar. Su idea era crear cuadros de dirigentes para un mundo mejor". Comenzaba a generarse entonces un círculo de personas que proyectaban una vida comunitaria, del mismo modo que lo habían hecho los anarquistas.
De hecho, fue un viejo anarquista quien vendió sus terrenos en las afueras de Zavalla para que se instalara allí la flamante comunidad. Una experiencia que contó además con el influyente respaldo del artista Gustavo Cochet, y de la que participó también otro plástico de renombre, Ricardo Cavallo, quien logró prestigio tras radicarse en Francia.
"Decidimos comprar los lotes y hacer lo que el padre García recomendaba en su momento -recuerda el poeta-. Pero García ya estaba tomando un giro más revolucionario, mientras que nosotros pensábamos en una reforma, que son dos conceptos distintos. Si analizás las revoluciones desde la Francesa para acá, son intentos muy loables, pero después vienen las purgas, las matanzas, las facciones. Se repite el esquema de querer el poder por encima de las circunstancias, sin importar las consecuencias. Nosotros pensamos que podíamos reformar algo empezando por nosotros mismos. Era una idea a largo plazo".
Influenciada por el pacifismo, la comunidad también le dio forma a una economía sustentable, combinando trabajo manual, ventas ambulantes, cosecha y algo de ganadería. En ese marco, el espíritu del grupo se profundizó en lecturas de bibliografías diversas, para estudiarlas y abordarlas desde la defensa y la crítica. Estas actividades trascendían a los miembros de la propia comunidad, que sostenía una política de puertas abiertas: "Cualquiera podía participar. No había una paranoia de persecución. Aunque así se nos infiltraban, pero cuando de hecho sucedió, no hubo una reprimenda porque nos encapsularon en algo más o menos pseudo religioso. Como era tan corta la mirada que tenían, nos veían no tanto como artistas sino como evangelistas, algo así".
Ese error de enfoque hizo posible que la comunidad continuara activa, recibiendo visitas de intelectuales de distintos países y estableciendo nuevos contactos epistolares con pensadores como el filósofo Alan Watts o el brasilero Paulo Freire.
En cierta forma, más tarde la recuperación de la democracia impulsó a muchos de los miembros de la comunidad a tomar nuevos caminos. Berenguer, por caso, regresó a Rosario convencido de que "había algo para aportar desde otro lugar" y, entre otras actividades, le dio forma a ciclos de lectura junto a Susana Valenti, Rubén Fleitas, Raúl Santillán y Enrique Gallego, entre otros.
En Zavalla, en tanto, todavía quedan integrantes de aquella comunidad, que optaron por sostener una vida retirada y reflexiva. Personajes anónimos, partícipes de una historia colectiva cuyas individualidades merecen ser descubiertas.
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