Martes, 6 de agosto de 2013 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. INQUILINOS, RELATO EXTENSO DE MANUEL DíAZ
La primera obra del joven escritor rosarino fue publicada por el sello uruguayo Trópico Sur, dentro de su colección "Minilibros 50". La historia es la de una pareja que vive con lo puesto, en una suerte de desastre sin tragedia.
Por Beatriz Vignoli
Manuel Díaz nació en Rosario en 1993. Canta en una banda que a la vez es una obra conceptual: RastaURSS (tributo a AfroRusia), con Tomás Lilli en guitarra. Publicó dos relatos en la sección Contratapa de Rosario/12: "Intimación" y "Monoambiente". Otro de sus cuentos se titula "Con el Durlock nunca se sabe". Hoy presenta su primer libro, un relato largo titulado Inquilinos (Trópico Sur Editor, Maldonado, Uruguay, 2013). Es el número 45 de la colección "Minilibros 50" y lo presenta su editor, el escritor argentino Jorge Montesino, en Viamonte Arte y Afines (Viamonte 671) a partir de las 20.
La lista de títulos se puede sumar casualmente a la literal excentricidad de publicar un primer libro frontera de por medio, para dar alguna idea de qué se trata el universo de este joven autor: un radical extrañamiento frente al habitar. Las ficciones de Manuel Díaz transcurren en una cotidianeidad atemporal con vista a patio interno con gatos o a las calles en ruinas de una distopía llamada Ciudad Arritmia. Con menos de veinte años y varios estantes de biblioteca leída (que incluyen todo lo traducido al español de Thomas Bernhard, por ejemplo), Díaz escribe sin prisa ni pausa, intentando articular en su escritura un modo contemporáneo de (mal) estar en el mundo. En su computadora se acumularon, en un año y medio, cinco nouvelles inéditas. La primera, Asperger, obtuvo una mención en el concurso de novela 2012 de la revista Lamás Médula. Transcurre en una ciudad en terremoto constante, cuyas calles llevan nombres de autores clásicos grecolatinos. La prosa avanza a golpes de ingenio; el mundo representado se crea y deshace por la escritura. La estructura en catástrofe permanente de un monólogo interior tipo corriente de conciencia se apodera no sólo de la narración sino de lo narrado.
Estudiante de Letras en la UNR y lector de literatura argentina contemporánea, Díaz descubre en la poesía épica homérica y en la narrativa de Pablo Katchadjian el recurso del epíteto. Y lo hace suyo como única consistencia de la identidad de los personajes de Asperger: "el que escucha los trenes" o "el que dice que filma" son nómades habitantes de una urbe desquiciada que se desmorona a cada paso. El ambiente donde se sitúa toda la acción de Inquilinos se parece bastante más a una cuadra de Rosario. Aunque sin dar ningún dato concreto, el libro hace el inventario de los locales comerciales y las rutinas, tanto humanas como animales o mecánicas, de una cuadra en particular, por Salta y Ovidio Lagos. Todo eso, sin embargo, está enrarecido hasta lo irreconocible. El modo de habitarlo de los apáticos personajes cae bajo las leyes del realismo fantástico.
"Me pregunta cuál de todas es mi casa. Le digo que la de enfrente, enfrente del quiosco. Donde antes estaba la ferretería, le digo. Qué ferretería, pregunta. La que tenía el cartel grande. Pero no había ninguna ferretería. Sí, le digo. No, me dice. Ahora no está más, le digo". El narrador y su compañera de casa viven con lo dado: en asexuada convivencia, acumulan libros que no leen, basura que no tiran (se incluye un manifiesto respecto de esto) y comen en bares hasta que se les termina el último sueldo de un único empleo (el de ella). Serían meros yonquis depresivos si no fuera por el vértigo con que su vida disoluta apunta a un absoluto imposible: el de una disolución infinita. Esta epifanía negativa es puro mérito del arte de narrar.
Que estos inquilinos de Díaz se parezcan menos al lumpen ensimismado de las novelas de Paul Auster que a los clochards eternamente terminales del teatro de Samuel Beckett, es gracias a la influencia del escritor y performer rosarino Guillermo Bacchini. Tanto en Bacchini como en Díaz, la prosa es una voz y un vector. Si en Asperger tira hacia el vacío, en Inquilinos gravita hasta el fondo. Pero es un fondo que nunca llega, un impensable desastre sin tragedia: una aporía de la destrucción sin fin. Narradas en un sobrio tono de comedia muda, las ficciones de Manuel Díaz son serenamente infernales.
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