Martes, 6 de agosto de 2013 | Hoy
Por Eugenio Previgliano
Frío: desgrana el helecho la sórdida dentición de sus hojas de verano, han huido las calandrias, la lluvia y una incisión verde que en el verde fondo de la verde planta se veía bien.
Frío: caen unos carámbanos de hielo de vez en cuando. El calefactor se resfría y tose cada vez que el portero, quizás en el subsuelo, o en la planta baja, desde los suburbios del infierno, enciende la caldera.
Frío: releo a Raymond Carver, a Peter Handke y lo busco pero no lo encuentro al steppenwolf por esa enorme y desordenada pradera que se extiende después de la escarcha por todos y cada uno de los ambientes en que vivo lleno de libros. Elijo a Lew Archer. A veces pienso que el tipo se me parece, pero después reflexiono, lo que tenemos en común es que nos gustan las pelirrojas bien escritas.
Frío: todo el día feriado, como nadie me llama para pedirme nada, lo paso en la cama, pero me interrumpo por la pizza que me trajeron y para elegir al azar qué es lo que voy a seguir leyendo. Un día entre los días fríos me da por tocar el saxo. Unos íncubos súcubos me arropan tanto que recorro con el caño varias horas unas melodías lánguidas y misteriosas que sólo ellos conocen, pero después me duele el callo del labio que ninguna ha sabido reconocer, y no toco más.
Al otro día viene, muy arropado, el carpintero. Que va a arreglar la cama, dice. Que le han preguntado en el ascensor si es él el que toca el saxo, agrega.
Viento: pienso que a veces, navegando, me gusta sentir el viento frío ¿por qué?
Un día gris y frío elijo escuchar Mahler. Pero no puedo, no me sale. Como ya no sé qué hacer con el frío que me carcome los huesos programo una actividad de invierno sin salir de casa: dictaré un seminario de malos modales, un curso de sintaxis erradas o un taller de desarmonía, donde revelaré los secretos para hacer la cabra con la tuba, pero es inútil, no me decido, el frío me desanima.
Pienso en llamar a un amigo, pero todos mis amigos habrán huido a Siberia y andarán por las estepas adorando el hielo y patinándose tras una mujer delgada, adornada de plumas, de rasgos sólidos y arrugas rectas, vestida de un lienzo que parezca de algas. El viento les coloreará a todos/as las mejillas y la mujer venida de Kazajistán muy pero muy poco se ocupará de ellos, ni de uno solo, comprometida como está a seguir caminando hasta llegar al horizonte.
El carpintero termina su trabajo, pide una escoba para barrer el aserrín, barre en un frío silencio y anuncia que me ha arreglado la cama. Elijo no creerle, no ilusionarme.
Finalmente Karajan, Mahler, quizás el 4to movimiento de la 5ta, cuerdas, creo que es un pequeño Adagio, pero contra todo lo que hubiera supuesto, no me trae ningún recuerdo de ninguna parte, y los tonos menores y algunas que me parecen blue notes me recuerdan que hace frío, lamento no haber elegido Marcello, que por lo menos me hace llorar. Me abrigo un poco más. Como es de madrugada, a la caldera ya la han apagado. ¿Qué es, de dónde viene, cómo es que ha llegado de pronto todo este frío? ¿Por qué amanece acá si yo no estoy dispuesto para nada a empezar un nuevo día con este frío?
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