Martes, 11 de julio de 2006 | Hoy
El pintor rosarino Daniel García presenta
nuevas obras en pasaje Pam. Y se las
arregla para pintar peor y mejor que nunca.
Por Beatriz Vignoli
El mal menor: así, con este título de novela que no desentonaría en la tapa de un libro, decidió presentar el pintor rosarino Daniel García sus nuevas obras, ocho de las cuales pueden apreciarse hasta fin de mes en la planta alta del Local 26 del Pasaje Pam.
El título, como explica el artista en su texto de catálogo, está tomado de una especie de incunable del siglo XVII donde se define a la pintura como el mal menor (comparado con Mandinga mesmo y otras lindezas), pero transporta además las contraseñas "mal" y "menor", que aluden al "pintar mal" pero también a la pintura como arte menor.
García, un pintor exquisito, reedita la hazaña del arte pop y sus secuaces pero atacando por dos frentes. Uno, el más simple, son sus dibujos a pincel sobre papel, donde recupera la iconografía sencilla de sus comienzos como pintor. Allí, pequeños símbolos, que un diagrama didáctico articula en conjuntos y redes, parecen el mapa mismo de un sueño listo para analizar: cada significante está rodeado por un óvalo, y los caminos o cables que van de uno a otro representarían la asociación libre. ¿El surrealismo como discurso científico? Es una parodia ambigua, cuya estructura formal reescribe las pulcras abstracciones paranoicas del Neo Geo de los años ochenta (léase Peter Halley) en el trazo pictórico crudo y salvaje de la escuela neoexpresionista de su principal rival (léase Jean Michel Basquiat) de entonces.
Hasta ahí la erudición, la cita. Pero si los papeles son ingeniosos, los tres cuadros grandes sobre tela son una verdadera genialidad. En dos especialmente (en los más grandes, además), Daniel García se las arregla para, al mismo tiempo, pintar peor y mejor que nunca, pintar fea y bellamente a la vez. Claro, se trata de otra clase de belleza. Es la belleza melancólica de las calesitas tristes, de los carteles desteñidos y despintados por décadas y décadas de lluvias en algún barrio olvidado por el progreso: es la de los bizarros carteles de peluquería, frívolos y humildes, inmunes a los siempre caprichosos cambios de la moda, irresistibles a fuerza de patetismo en la elegancia de sus insinuantes chicas Divito, de falda plisada y peinado "banana" al spray. Las chicas de estos cuadros provienen del mundo del cine y de la historieta: la más reconocible es Betty Boop, y ella comparte cartel con Poison Ivy, ícono historietístico de culto cuyo flequillo a lo Natalia Oreiro, no cesa de emparentarla con la no menos dotada modelo Betty Page.
A la ilusión de "pasaron cuarenta años y no nos dimos cuenta" la logra García simulando óxidos y otros estragos con su proverbial maestría en el dominio de los efectos de decadencia. La firma, en cambio, tiene la brutalidad de un tatuaje carcelario. El espectador se imagina un tipo peligroso, obsesionado con la pin--up en cuestión. No parece en absoluto una firma de artista profesional, y este sello conmovedor le presta a la obra una verosimilitud como la de una novela en primera persona. Y precisamente de novelas se trata: Daniel García es ilustrador de la editorial Beatriz Viterbo, que ha editado a César Aira. La estética "no artística" de estas nuevas obras de García es también la de dos escritores argentinos, antiguamente marginales y hoy canónicos, cuyo horizonte es el posmodernismo del arte pop. Y es que tanto en estas maduras pinturas de Daniel García como en las "novelitas" de Aira y de Manuel Puig, la apuesta es por una construcción literaria de la inocencia, artificialmente recobrada.
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