Martes, 11 de julio de 2006 | Hoy
Por Roberto Lobos y Daniela Piccione *
Ella me ignora desde su visión de perros dormidos bajo la fachada de una tormenta de verano. Ella ignora también los secretos abrazos que guardo bajo mi caparazón. Nadie sabe cuánta sangre se esconde detrás de estas cicatrices. Nadie podría asegurar la verdad de una mentira en el vuelo de una paloma.
El me salva de ser simplemente ésta, hace que el tramo que elegí para olvidarlo sea mampostería de propósitos lejanos. El tiene certezas que le son escudos, una inmanencia que abarca todo lo que pisa y lo que se estira, y lo que pisa se transforma en relojes de saliva en el agua de mi boca.
Estamos. Estoy. Estaré. El tiempo es un accidente involuntario de sí mismo que nos condena de antemano. Ella se me aparece y me deshace. Acabamos en cada uno de los significados y nos asustamos: apenas transcurrieron veinte minutos y ya es hora de volver a casa.
Yo no sé muy bien qué hacer con él; si concebirlo o matarlo; si dejar que hilvane mi condición de perra o acariciarle las mentiras hasta dormirlas una y otra vez.
Me cuesta demasiado girar y darme vuelta. Mirar el piso. Escucharla a lo lejos es un haz de luz que cruza mis ojos luego de un tiempo de ceguera y me encandila sin razón. Aparecen símbolos. Se esfuman las excusas. Parece que nada ha sucedido, que la rima de mi boca y su lengua existiesen pero quizßs no sea cierto. Hace tiempo que la piel desespera por monedas y las alcancías del sexo se vaciaron hace rato.
No me cuesta y me sorprenden las liebres que en las pupilas le saltan la mirada cuando edifica sus argumentos; desde la boca que habla a la boca que besa hay todo un desierto.
Estamos. Estoy. Estaré. El tiempo es una sutileza involuntaria que nos encadena de antemano. El se me parece y me rehace. Acabamos con cada uno de los significantes y nos desanudamos: apenas transcurrieron veinte minutos y ya es hora de volver a casa.
Yo me disfrazo de palabras pero nunca logro engañarla. Las visitas furtivas y el ovillo de veinte dedos marcando su pubis resultan siempre insuficientes sobre una alfombra manchada. A oscuras y en silencio las sombras se desfiguran: descubrir la piel no es una cuestión simple y a veces, sólo a veces, me rindo ante ella.
El teléfono demora y estira su sonido. O suena, si se le antoja. Nunca entenderé la modernidad de estar disponible a cada momento. Conectado. Desconectado. Enchufado. Desenchufado. De las reglas, de los moldes con preaviso. La vida corre paralela y me desenmascara. Alguien debe saberlo.
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