El miércoles de la semana próxima, 10 de junio, a las 19, en el Espacio Cultural Universitario (San Martín 750), Chachi Verona presenta su libro Ilustraciones. Junto con la presentación de su libro, el ECU produjo e inaugura allí una muestra individual de sus ilustraciones impresas ampliadas que incluirá algunos de sus objetos, que podrá visitarse hasta el 1 de agosto. Luego, la muestra será itinerante y recorrerá diversas localidades del interior. "Le propusimos imprimir obras de él y estuvo muy contento --cuenta Tefi Sahakian, del ECU--. Decidimos apostar a un artista local para dar inicio con estas impresiones a la colección de arte gráfico del ECU".

Editado este año en 110 páginas a todo color por Borsellino Impresos, el libro reúne una selección de los dibujos y fotomontajes que Chachi Verona realiza desde 1992 para diversos medios gráficos y otras publicaciones. Además de por supuesto la imaginación desbordante de las obras, cabe destacar la calidad del diseño por Luciano Ominetti y Flor Martín, como asimismo la de las traducciones de los epígrafes al inglés por Giulia Luisetti y al portugués por Marta Miranda, quienes salieron más que airosas de los desafíos: al igual que las imágenes, los títulos suelen jugar con el doble sentido o con guiños locales. Muchas de las obras son elocuentemente críticas en su compromiso con el comentario de humor satírico sobre lo que se vive: por ejemplo, un Robocop con dos copias del Monumento a la Bandera por piernas lleva como título Rosario vigilante. Otras son lúdicas, celebratorias o con zonas semiabstractas de hermoso juego formal.

"Siempre en los dibujos parto de la observación de cosas, de objetos, de insectos, de formas que después voy liberando en el papel y ahí se vuelven como más deformes y fantásticas", dijo en una entrevista el autor. Chachi Verona (Rosario, 1962) se forjó desde la adolescencia un lenguaje visual propio, un idiolecto singular que él denomina "surrealismo criollo", y que desde los 30 años despliega en ilustraciones que traducen una realidad ya de por sí delirante a los términos de la fantasía. En las horas libres del Politécnico, su lapicera a tinta Rotring ya maniobraba la alquimia entre observación atenta de la vida, rock nacional, fútbol y una poesía de lo literal no plasmada en palabras. Cuando ingresó a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario (donde fue compañero de Lardi Vignoli y César Baracca; con ellos y otros más pergeñó el "collage de acciones" Kitsch chup), las canciones de su tocayo Luis Alberto Spinetta y los dibujos animados de George Dunning habían abierto un surco en su imaginación mucho antes. Los dos viejos sueños del pibe (ser jugador de fútbol, ser músico de rock) se concentraron en la energía de una línea. No la abandonó, y en cambio, a comienzos de los años 90, fue a la redacción de Rosario/12 con una carpeta donde reunía dibujos hechos en sus ratos libres, inspirados en el método de asociación libre del psicoanálisis. Eran potentes alegorías de las relaciones humanas, donde los artilugios para la electricidad simbolizaban el cauce de las pasiones. Hablando de pasiones, por entonces expuso una serie de pinturas sobre chapa en la sede del club Rosario Central.

Poco después de sus comienzos como ilustrador en la sección Contratapa de este diario, realizó una exposición individual en Buenos Aires: Colgados del travesaño (Espacio Giesso, 1993). Esa línea elocuente se salió del papel para crear agenciamientos bizarros entre objetos encontrados o fabricados, sagrados o profanos. Así, el Museo Castagnino de Rosario tiene una obra suya que juega con el doble sentido del nombre de la ciudad. En el camino, Chachi Verona fue encontrando artistas afines a su poética, como el escultor Pablo Suárez o el dibujante Julián Usandizaga. Desde una agenda hasta un libro de mitos aborígenes, pasando por exposiciones individuales en espacios culturales como el Centro Cultural Fontanarrosa (Sobrenatural, 2009) o la Plataforma Lavardén (2012), nada escapa a la inconfundible línea todoterreno de Chachi Verona.

Las ideas le vienen a Verona desde ese lugar luminoso, tierra de nadie o instante puro de intuición fulgurante, que es de donde les llegan a los creadores auténticos. A ese lugar se lo llama el inconsciente mitopoético, el hacedor de mitos. Un día se le ocurrió esculpir sus ideas a modo de objetos y fotografiarlas, en vez de dibujarlas: los editores de la revista Inrockuptibles estuvieron de acuerdo. Para ilustrar otro diario, se imaginó el mapa de la República Argentina como un personaje de perfil, con los pies en Tierra del Fuego y la nariz en la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires. Dice haber encontrado un bricolage parecido a las suyos en una descripción de la novela Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal. Testigo de la fantástica figura es el astrólogo Schultze, personaje basado en el artista Xul Solar (seudónimo de Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari), quien inventó un idioma artificial, el Neocriollo. Verona decidió que el prólogo de su libro sería este pasaje de Marechal: "Y al decir la palabra Neocriollo, una transformación increíble se operó en la naturaleza de Juan sin Ropa (...) su caja torácica y su abdomen lucían una transparencia de rayos X que dejaba ver el fino dibujo de los órganos internos; se mantenía de pie sobre una de sus piernas gigantes, y llevaba encogida la otra, como los flamencos del sur, sus ojos fosforescentes que giraban como faros en el extremo de dos largas antenas, su boca de saxofón y sus orejas como dos embudos giratorios que apuntaban ya a los héroes desconcertados".