Martes, 2 de junio de 2015 | Hoy
Por Roberto Retamoso
El domingo a la noche estuve viendo por televisión el debate entre los candidatos a intendente. Dejó mucho hilo para cortar. En primer lugar, lo que se destacó de manera casi grosera, fue el predominio de los medios sobre los políticos. O dicho un poco más técnicamente, el predominio del lenguaje de los medios sobre el discurso de los políticos.
La razón es tan simple como evidente: los medios imponen el formato, de una manera tan burda como brutal. Dos minutos para exponer, un minuto para responder. Así, cronométricamente, un timbre señala cuando faltan 20 segundos, y una especie de sirena marca abruptamente el final, dejando sin palabra al que está hablando (no hay que olvidar el origen yanquee del formato, con todas las connotaciones que conlleva, entre ellas las del sentido de espectacularidad judicial a la que se someten los candidatos).
Ese formato obliga a que los candidatos se vean obligados a comprimirse dentro del escaso tiempo disponible. Semejante constricción provocó efectos devastadores en la mayoría, excepto en Grandinetti, a quien, evidentemente, lo salvó su experiencia y su formación como profesional de los medios de comunicación. El resto hizo agua por los cuatro costados.
Porque hablar en televisión, en esas condiciones, exige todo un entrenamiento que no se limita al uso de la palabra hablada sino que incluye además la kinesis, la gestualidad, el uso de la imagen y del propio cuerpo.
Allí descolló también Grandinetti, bien plantado, hablándole al telespectador mirándole a los ojos como lo haría, por ejemplo Guillermo Andino (a quien, no por casualidad, alguna vez reemplazó conduciendo el noticiero de América). Pero además, y esto va más allá de la capacidad de adecuación al lenguaje televisivo, desplegó una inteligente estrategia comunicacional, de tipo propositiva, que seguramente fue del agrado de muchos espectadores. Eso también significa hablar pensando en la audiencia.
Los demás, por el contrario, hablaron desde una conciencia pre mediática. Filkestein parecía estar hablando en una asamblea de Amsafé, Sukerman en un acto del FPV, Martínez en declaraciones ante un grupo de amigos, y Fein con su propia conciencia. Por otra parte, lejos del sentido propositivo de Grandinetti, los demás se basaban recurrentemente en la descalificación, el golpe bajo, el uso de eslóganes, las frases hechas, las apelaciones sentimentales, y la devolución de mandobles con más fuerzas. Resultado más que probable: deben haber provocado más rechazo que aceptación en la mayoría de los espectadores no identificados previamente con alguno de ellos.
¿Significa esto que, por haber tenido la mejor perfomance mediática, Grandinetti saldrá beneficiado electoralmente? No lo creo, porque de creerlo estaría creyendo además que los medios son quienes deciden el resultado de las elecciones.
Un resultado electoral está determinado de manera múltiple por un conjunto de factores heterogéneos, que moldean una "estructura de sentimiento" hecha en este caso de creencias, adhesiones, expectativas, rechazos y humores, no siempre mensurables ni mucho menos pronosticables como si fuesen eventos meteorológicos.
Pero no creer que los medios deciden el resultado de las elecciones no significa desconocer su inmenso poder, que puede formatear a su antojo la palabra y el discurso de los políticos, como bien se pudo comprobar el domingo a la noche.
Lo cual me lleva a una reflexión final: solamente un político que tuviese un inmenso poder propio, debidamente probado, podría prescindir de comparecer ante el tribunal de los medios. En la Argentina de hoy en el mundo de hoy parece difícil encontrar un político con semejante "piné": la mayoría no puede permitirse semejante osadía. Salvo uno, o mejor dicho, una, Cristina Fernández de Kirchner, la única que ha construido un poder político inmenso no gracias sino a pesar del poder de los medios.
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