Rosario va a extrañar su Anuario. El "Registro de acciones artísticas" creado en 2010 por Lila Siegrist, Georgina Ricci y Pablo Montini presentará su quinta y última edición el martes próximo a las 19 en Gran Mercado (Illia 1701). Haciéndolo propio en el ocaso (justo en el punto cuando desaparece), Rosario va a extrañar los colores de sus tres primeros números, el ingenio y el humor de sus prosistas, la poesía del detalle, las risas en las fotos, la pluralidad de puntos de vista, la libertad e independencia de expresiones, la amplitud de los alcances del concepto de acción artística que logró abarcar. Va a extrañar su modo de "ceder todas las defensas a la contemplación del mundo", ese "modo reality de transmitir cada parte del transcurso sin evitarnos nada", como escribió David Nahón en mayo de 2011. Materia del tiempo, álbum familiar y quinquenal de una comunidad artística, Anuario se expandió hacia la exogamia, convocando cronistas del arte entre escritores/as emergentes, investigadores, periodistas, críticos de acá y de allá, artistas.

"Anuario es una publicación anual en formato libro ilustrado coleccionable que desde su primera edición en 2010 ofrece un panorama de lo producido en un año en la ciudad. La estructura de Anuario es cronológica. Se dividió el año en once módulos que fueron asignados a cronistas y fotógrafos para que dieran cuenta, según sus propios criterios y de forma autónoma sin subordinar imágenes a textos, ni textos a imágenes, de lo ocurrido mes a mes", se anunciaba en la tapa inaugural verde manzana. Siguió la amarilla y rosa, a tono con el perdurable fanatismo local por el Campari con jugo de naranja que las promotoras del aperitivo imponían con muy malos modales; el Club de Investigaciones Urbanas denunciaba para agosto del año siguiente "la privatización de los territorios" que venía instalando a Rosario como "ciudad negocio". Tapa azul oscuro. Después, el XL en blanco y negro.

Radar ultrasensible, el nuevo Anuario 2014 trae perlas. Alienta el arte conmemorativo andino en la crónica dibujada por María Luque sobre la inauguración de una muestra por Mónica Fessel; adentrándose ambos en los márgenes de lo social, apela a la ucronía futurista Pablo Bilsky para hablar del presente, y a la vez incluye y desafía (desde su testimonio como tallerista,) Virginia Masau. El placer de hojear, en una tarde de ocio y sol, las páginas gigantes de este Anuario se puede comparar con el de leer literatura de otros siglos, cuando eran los ensayistas quienes hacían sociología, o los cronistas caminaban tomando notas al paso, como los dibujantes que reseña Santiago Villanueva en una nota que recupera el sano ardor de la polémica.

Unen belleza y documentalismo los ensayos fotográficos por Federico Leidi y Marina Montiveros que indagan la intimidad de la producción y la enseñanza de arte. Algunas reseñas disparan creación. Ezequiel Alemian piensa cierta prosa como escultura; Sandra Contreras rescata el dibujo como método de investigación en Daniel García. Autores como Virginia Giacosa, Ulises Moset o Manuel Quaranta maduraron su estilo en este medio singular, surcado por trazos de un impresionismo cautivante. "La gente funcionaba a luz solar en los parques", anota Santiago Venturini; "un martillero con ganas de stand up", apunta Pablo Franza; "cajones de cerveza vacíos atestiguan la ruta del dinero en el arte", detecta Gabriel Baggio. Sin Anuario, ¿quién registrará cuando el arte ataque? ¿O será que en el futuro, como vaticinó Nahón, "el arte finalmente va a ser reemplazado por cualquier otra forma de demanda de cariño menos imprecisa"?