Miércoles, 15 de julio de 2015 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. VIGILáMBULO, POESíA REUNIDA DE ARTURO CARRERA
Hay una coherencia profunda en la obra del poeta bonaerense, un amoroso plan maestro que en círculos concéntricos va de la infancia a la familia, a la aldea, al tonto de la aldea. Su poesía completa se reeditó por Adriana Hidalgo.
Por Beatriz Vignoli
El viernes 3 de julio, el poeta Arturo Carrera vino a Rosario a presentar Vigilámbulo, poesía reunida, una edición en tres tomos por Adriana Hidalgo Editora que reúne todos sus poemarios publicados desde 1972. Vino acompañado de su esposa, con quien coordina desde 2010 el proyecto Estación Pringles, y de Adriana López, a cargo de la dirección comercial y de comunicaciones de Adriana Hidalgo Editora.
Después de una presentación en la que habló Francisco Garamona, quiso un cierto azar novelesco que tras una parrillada digna de los personajes de Saer se encontrara Carrera frente a frente con un cartel que decía: "Cortada Poeta Fabricio Simeoni" y con su retrato pintado en una pintada, representando unos anteojos y unos ojos que le hicieron acordar a alguien: "Se parece a Rodolfo Walsh", dijo con esa voz que es la misma de sus poemas. El otro poeta fantasma de la noche fue el recuerdo emocionado de su amigo y discípulo Edgardo Zotto.
Achuras y un vacío nada zen de por medio, el reconocido poeta nacido en 1948 en Coronel Pringles (provincia de Buenos Aires) explicó a esta cronista que el orden cronológicamente inverso en que fueron reunidos sus libros para esta reedición responde a una intención: la de facilitarle las cosas al lector; que no se encuentre de entrada con lo primero y lo más "vanguardista" de su obra, ¿quizá lo más difícil?
O no. Leído entonces al revés, es decir, al derecho, el comienzo estaría en las páginas negras (son plenos de tinta negra, advirtió López) y en las letras blancas (es el blanco del papel) de Escrito con un nictógrafo (1972), liturgia secular de una voz visionaria (cuyos temas evocan a Olga Orozco, y cuyo ritmo evoca a Alejandra Pizarnik): "yo hablo escribiendo/ no marco ningún lugar/ no puedo volver ya más/ a ningún lugar (...) Escribo como si robara/ Enfrío cenizas. Hablo".
La poesía nocturna de este poderoso primer libro parece trazar el mapa de los que siguieron, a lo largo de más de cuarenta años de conjugar la vanguardia y la memoria. Aquel "no puedo volver ya más/ a ningún lugar" se transformó en refundación del lugar natal.
Tanto las voces de las abuelas que en castellano y en su dialecto materno, a modo de alegoría del nacimiento, la vida y la muerte, reinventan una Sicilia perdida en El vespertillo de las parcas (1997) como las cuatro localidades visitadas en Las cuatro estaciones: Lartigau, Quiñihual, Pringles, Krabbe (2008) sostienen su admirable proyecto literario de hacer de la palabra, si no la sede del ser, sí una incursión provisoria o acampe repetido en la Otra escena, donde sucede "la fiesta del sentido". Esta frase es del poemario Animaciones suspendidas (1986). Marcada al inicio de cada texto con la fecha, como un diario, la voz allí al comienzo (es decir, al final) del tercer tomo parece venir de aquella zona entre la vigilia y el sueño a la que alude el título de la trilogía. Al comienzo (o final) del segundo, se reedita aquel reportaje poético, El Coco (2003), a un singular habitante de Pringles. Hay una coherencia profunda en la obra de Arturo Carrera, un amoroso plan maestro que en círculos concéntricos va de la infancia a la familia, a la aldea, al tonto de la aldea...
Lo último, el tercero, lo más nuevo, es la "Canción del vigilámbulo" (sonámbulo que entra en estado de vigilia): "y aquí en el sueño están sus palabras/ aunque no las reconozca", insiste el poeta.
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