Lunes, 10 de agosto de 2015 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › MIA MADRE, DEL ITALIANO NANNI MORETTI, NARRA DE UNA MANERA EXQUISITA EL DUELO
Ignorado a la hora de la premiación en Cannes 2015, llega este sensible film que lleva a reflexionar, entre notas de humor y huellas de dolor, sobre el tiempo y la ausencia a partir de una directora de cine que pierde a su madre.
Por Emilio Bellon
Mia Madre
Italia, 2015
Dirección: Nanni Moretti
Guión: Nanni Moretti, Francesco Piccolo, Valia Santella
Fotografía: Arnaldo Catinari
Montaje: Clelio Benevento
Intérpretes: Margherita Buy, Nanni Moretti, John Turturro, Giulia Lazzarini, Beatrice Mancini, Stefano Abbati, Enrico Ianniello
Duración: 106 minutos
Sala de estreno: Cines Del Centro.
Calificación: diez (10)
Hace alguna semanas en esta misma sala, otro film de origen italiano de destacada composición, Un castillo en Italia, planteaba en clave semi-autobiográfica un retrato, un perfil, del ocaso de una familia aristocrática, que se debatía entre los viejos recuerdos, la enfermedad de uno de sus miembros y un declarado sentimiento de transgresión y búsqueda, encarnado en su figura femenina, rol que asumía la misma realizadora y guionista, Valeria Bruni Tedeschi; junto a su madre, Marisa Borini, no sólo en este retrato de un grupo familiar, sino en su propia vida cotidiana. Con referencias a El jardín de los cerezos, de Anton Chejov, Un castillo en Italia abre a planteos de posibles modos de poder transfigurar artísticamente los numerosos aspectos que construyen una semblanza biográfica.
Si pensamos en el cine de Nanni Moretti, asoma de manera inmediata la primera persona. A través de sus ya doce films en carácter de director, su autor coloca esa mirada en primer plano, haciendo escuchar su voz desde su lugar de realizador y al mismo tiempo desde ese personaje que compone. Y en sus films, su "yo", que no se eleva de manera jerárquica sino autoral, va abriéndose paso hacia la mirada y las voces de los otros. Particularmente en Caro Diario y Aprile vemos cómo el relato se inaugura a partir de la manera en que escuchamos su voz, ya tan identificable y al mismo tiempo, por su particular manera de concebir las situaciones humorísticas y de acercarnos sus reflexiones; esa voz, esas reacciones, esas conductas, nos llevan al mismo universo de Woody Allen, en algunos de sus films; tanto a Allen, como a esos otros personajes que se presentan como su "alter-ego".
Nanni Moretti nuevamente presente en el Festival de Cannes de este año. La referencia nos lleva a otros momentos, cuando en el 93 recibe la Palma de Oro por Caro Diario y en el 2001, por la misma distinción que se otorgó a su entrañable film, La habitación del hijo. En la edición de este año, Mia Madre debió competir en la Sección Oficial con otros dos films italianos, Youth de Paolo Sorrentino, con las actuaciones de Michael Caine, Jane Fonda, Harvey Keitel y Rachel Weiz y Il racconto dei racconti de Matteo Garrone, con Salma Hayek, Vincent Cassel, Toby Jones. En este festival, que tuvo lugar en mayo de este año, en el que su cartel emblemático nos ofrece el rostro de Ingrid Bergman, el Jurado Oficial estuvo integrado por los hermanos Coen, Sophie Marceau, Rossy De Palma, Xavier Dolan, Guillermo Del Toro y ninguno de los films italianos fue considerado a la hora de la elección final, en ninguna de sus categorías. El máximo galardón, como comentaban los diarios franceses, una vez más "quedaba en casa".
Al volver sobre La habitación del hijo, film en el que Nanni Moretti compone a Giovanni, un psicoanalista que vive con su mujer, Paola (Laura Morante) y su hijo, Andrea, (Giuseppe San Felice), observamos que lo que va a marcar un quiebre en esta historia familiar, nos remite a una irreparable situación de pérdida, de ausencia, ante un hecho trágico. Desde ese punto de ruptura, el film despertará numerosas reflexiones sobre la existencia, la fragilidad humana, la imposibilidad de modificar lo acontecido, la irrefutable prueba de nuestra condición de mortales. Lejos de provocar un efecto de banalización ante la muerte de un ser querido, el film de Nanni Moretti apela a un distanciamiento y un tratamiento ético, digno de toda su filmografía.
Ahora, a casi quince años de aquel film, mediando El Caimán y Habemus Papam, Moretti nos presenta un relato que, como en tantos otros de sus films, parte de una situación muy personal. Y en este caso, de una profunda crisis; la que debió afrontar mientras estaba realizando, llevando adelante, el montaje de su tan polémico film, el segundo de los recién nombrados, el que provocó, cuando su estreno, la ira de los sectores religiosos más ortodoxos. Es en este film, en el que tal como en La habitación del hijo cumple el rol de psicoanalista, entonces, contratado para intentar desbloquear y revertir ese No tan contundente de la primera figura del orden eclesiástico recientemente elegida en esta historia.
Pero si en los films señalados Moretti se presenta a sí mismo y asume el primer lugar para ir abriéndose paso entre los otros, ahora, en este conmovedor y al mismo tiempo ágil y zigzagueante relato, es su hermana en la ficción, de oficio realizadora, quien pasa a ese primer plano. En tal caso, podemos decir que desde su lugar, Moretti, en su personaje de Giovanni, ingeniero, ha cedido ese relevante lugar a Margherita, mujer de severo porte, un tanto sumida en su soledad, separada, madre de una hija que asiste a un liceo de formación clásica, presa de sus incertidumbres. Una vez en este destacado film, Nanni Moretti vuelve a actuar con la sensible y admirable actriz Margherita Buy, con quien él ya había compartido en carácter de realizador otros films.
Como en sus películas anteriores, Moretti (cumplirá 65 años el próximo 19 de agosto) mira hacia las problemáticas sociales de su propio tiempo. Recordemos que ha sido un declarado opositor de las políticas del tan camaleónico y perverso Berlusconi, de esos programas de gobierno que en nombre y defensa del neoliberalismo siguen asolando a los más empobrecidos sectores de este tiempo. Y no es menor el hecho, en Mia Madre, que el film que está rodando el personaje de Margherita sea sobre la desocupación y los intereses de capitales extranjeros. Lejos él, Moretti, de colocarse en el lugar de ese personaje que despierta irónicas ocurrencias, los sorprendentes gags; aquí, los momentos de humor, están focalizados en ese personaje que interpreta tan admirablemente John Turturro, en su rol de Barry Huggins, ahora empresario estadounidense. La elección de este actor, de trayectoria admirable, reafirma esa ida y vuelta tan presente en los directores y actores de tradición italo-norteamericana.
Y aún no hemos hablado de este personaje, que da el nombre al film. En su primer gran protagónico para el cine esta actriz dramática, Giulia Lazzarini, de filiación con directores como Giorgio Strehler y Luca Ronconi, el personaje de esta madre, Ada, reconocida docente de lenguas clásicas, tales como el griego y el latín, se mueve en este relato como una figura que marca su presencia aún en los momentos en que está ausente. Es su dolencia, su silenciado dolor, el que opera como un estar constante, en la medida en que algo ya en ese medio familiar se ha descolocado. Atento a las necesidades de ella, el hijo trata de sostener lo que se ya se viene descompensando. Celosa del lenguaje, en sus momentos de vigilia, el personaje de Ada proyecta esa media luz en el rincón en el que ahora estos dos hermanos encuentran un familiar diálogo. Y Margherita dejará cada vez más al descubierto su dolor más íntimo, su asordinado malestar, su propia tristeza.
En su tan esperado film, en este relato intimista y por ello, tal vez, tan universal Nanni Moretti no elige narrar ni la agonía ni la muerte; sino los mismos ecos de tales circunstancias que resuenan pudorosamente en nuestra historia. En ese vínculo de cruces generacionales que se reafirman en ese diálogo entre la abuela y la nieta, fluye una noción de comprensión y de deber hacia los otros, en la misma transmisión de un legado. Y Moretti, quizá, así lo siento, ofrece uno de los momentos más conmovedores del cine de los últimos años, cuando nos acerca, en el silencio de una habitación a una mano que acaricia libros tan queridos, que han acompañado a toda una vida. Cuando nos permite escuchar sólo a nosotros, en ese estado de una suspendida ensoñación, una palabra tan añorada y hacernos igualmente partícipes de esos recuerdos que nos son confiados.
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