Martes, 26 de septiembre de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › BALANCE DE LA SEGUNDA SEMANA DEL ARTE CONTEMPORANEO EN ROSARIO
La movida logró llamar la atención del público masivo local sobre una tendencia ya no tan nueva. Los años '60 se evocaron nostálgicamente como la última vez que la clase media compró arte en Rosario. Además circularon varias cadenas de e-mails disconformes.
Por Beatriz Vignoli
"El arte contemporáneo existe en una atmósfera de interpretación". La frase de Arthur Danto, citada por el crítico de arte Daniel Molina en su charla del pasado sábado en el MACRO, fue un buen cierre para la avalancha, inabarcable en este espacio, de lo que pasó, se vio y se dijo en la Segunda Semana del Arte Contemporáneo de Rosario.
Si hay que elegir una obra emblemática, sin duda la de Cristian Segura en la explanada del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario resume el sentido del evento. Caso paradigmático de estos nuevos tiempos según Molina, ese artista que vive y produce en Tandil hace que su obra circule por todo el país sin necesidad ya de migrar a Buenos Aires. Su obra es un cartel verde oscuro casi idéntico a los que se ven al costado de la ruta, donde se indica la distancia en kilómetros desde el MACRO hasta los otros tres museos de arte contemporáneo del país: el de La Plata, el de Mendoza y el de Bahía Blanca. La capital del país está excluida de este texto y objeto donde el MACRO deviene el centro nacional en tanto marca el kilómetro cero. Como gesto político, es el sueño rosarino localista realizado y una versión a escala del mapamundi invertido de Joaquín Torres García; en su mera materialidad, el cartel no es bello. Su austeridad sensorial no lo distingue de sus hermanos más funcionales. Sin embargo, la pregunta retórica filistea típica: "¿pero esto es arte?" está fuera de lugar. Cabe preguntarse, en todo caso, de qué arte se trata, o por su valor. O por su calidad.
La Segunda Semana del Arte Contemporáneo logró llamar la atención del público masivo local sobre esta tendencia ya no tan nueva. Esta especie de ovni recién aterrizado en realidad se viene gestando desde los años sesenta, debilitándose en las dos últimas dictaduras y resurgiendo con renovado ímpetu en los espacios alternativos de la devastada Argentina democrática de los '80 en adelante. En los '90 fue el "arte del Rojas", llamado así por la galería de arte del Centro Cultural Ricardo Rojas en Buenos Aires, ideada por Molina. Se lo tachó entonces de "arte menemista" o "guarango". Sin embargo, como lúcidamente puntualizó el lunes 18 en la Escuela de Bellas Artes de la UNR la crítica de arte porteña Ana Martínez Quijano, "en el Buenos Aires de la pizza con champagne, en lo último que se pensaba era en el arte. Los artistas eran extraños en ese mundo". Martínez Quijano resaltó a pesar de todo la exquisita sensibilidad de esos artistas y resumió su visión intimista sobre el "arte de los 90" en una famosa frase de uno de ellos, Marcelo Pombo (de quien el MACRO tiene cinco obras): "Sólo me importa lo que está a un metro de mí". Molina el sábado prefirió hablar en cambio de la obra de arte contemporáneo como el disparador de una red de sentidos, donde el diálogo con lo extraartístico es vital.
La escena de la Semana del Arte admitía ambas interpretaciones. Tanto en las mesas redondas como en las muestras que alcanzó a visitar esta cronista, se respiraba un denso aire de endogamia. Éste era roto de vez en cuando por la calculada (y esperada) irrupción de algún rosarino de a pie, forastero total al arte, en un alegre pero bizarro clima mezcla de respeto mutuo y jodita de Tinelli.
"¿Qué es el arte contemporáneo?" le preguntó un espectador ocasional a Carlos Herrera, luego de recorrer su instalación multimedia "Cuatro óperas difíciles y prohibidas" en el subsuelo de Sarmiento al 700. "¿Vos a estas cosas las traés de tu casa?". Herrera respondía respetuosa e inteligiblemente. Contó luego con ternura que uno en particular de los muchos objetos de su obra, el conejo embalsamado pescando (símbolo de la espera, según el artista), se había convertido en uno de sus focos de atención. "La gente se le acerca, se saca fotos con el conejo. Lo perfumamos todos los días con un aroma artificial de vainilla y canela, así les resulta agradable y se le acercan más", declaró a Rosario/12.
Adoradores y aprobadores, grupúsculos de artistas jóvenes se movían en cardúmenes compactos por las salas del MACRO. Los paseos fueron otra cosa: el del viernes a la tarde congregó una pequeña y heterogénea multitud en torno a La Merenguita, un tradicional bus turístico de la ciudad. En los tres debates sobre coleccionismo (el de la Escuela de Bellas Artes y los dos del Parque España) se notó que dolía la ausencia de una burguesía culta, el medio social natural del arte innovador en otros países. Preguntas recurrentes en las tres mesas fueron: ¿Cómo llegar a las paredes de los countries? ¿Cómo educar a los ricos? ¿Dónde están los números de teléfono de sus decoradores? Ese eslabón perdido no fue el único imputado por los bajos precios del arte argentino en el mercado internacional. Peor, se dijo, es la desarticulación entre el sector público y el sector privado, la falta de políticas culturales sensatas y sustentables a nivel nacional, y las dos piedras de molino que carga al cuello el arte argentino en el ámbito legal: las trabas burocráticas para sacar e ingresar obra del país (eludibles por valija diplomática, pero nadie habló de eso) y la demora en sancionar una Ley de Mecenazgo que incluya una desgravación impositiva del tres por ciento.
Los años '60 se evocaron nostálgicamente como una edad de oro de oportunidades internacionales desaprovechadas y como la última vez que la clase media compró arte en Rosario. Los historiadores presentes mencionaron un 1900 de coleccionistas de clase alta que nutrieron el acervo público desde lo privado. La bipolaridad típicamente argentina de los discursos iba y venía entre la euforia maníaca, la melancolía y la esperanza: mientras unos sucumbían a la queja, otros coincidieron en imaginar Rosario dentro de cinco años como un centro artístico de la vanguardia global.
También hubo contras. El espacio de encuentro de la Semana sirvió para expresar la percepción, generalizada entre muchos artistas rosarinos en los últimos años, de que las principales instituciones artísticas de la ciudad (el Museo Castagnino y el MACRO) hacen visible públicamente el "arte contemporáneo" a expensas de otras tendencias y estilos. Las artes tradicionales habrían pasado así a ser consideradas desde los ámbitos oficiales como prácticas marginales al campo del arte. Fernando Farina, director de ambos museos, alega que tal percepción es meramente subjetiva; sin embargo, el malestar se hizo tangible.
Durante la Semana del Arte circularon varias cadenas de e--mails disconformes, todas de diversos orígenes e independientes entre sí. De una surgió la consigna: "Echen a Echen", jugando con el apellido de Roberto Echen, curador del MACRO. La consigna tomó forma en un esténcil espontáneo en la vidriera del espacio de arte contemporáneo Ex Katester (Corrientes 468). Otra, en tono más serio, denuncia "recurrentes maltratos" y declara: "No permaneceremos indiferentes al espectáculo de instituciones solventadas por todos, convertidas en fiesta de unos pocos. Reclamamos el fin de las políticas arbitrarias. Exigimos que todos los cargos sean concursados por antecedentes y oposición en forma transparente". El artista Víctor Gómez, que lleva adelante una demanda por plagio sobre el "Delivery de arte" del Castagnino/MACRO, repartió volantes con este documento al pie de su "contraobra", como él la denomina. La misma consistía en una losa de cemento de 1 x 5 metros en la explanada del Centro Cultural Parque de España. Aunque la semejanza no fue buscada por el artista, era bastante similar a una lápida. El (escaso) público que salió de las mesas redondas de allí el jueves y el viernes se encontró con el siguiente epitafio: "MACRO = autoritarismo, soberbia, cinismo, prepotencia, mentira, lobby, plagio". (Más información en http://www.wokitoki.com.ar)
El fantasma de Tucumán Arde sobrevoló el evento una y otra vez, desde la ingeniosa "Casita de Tucumán de Azúcar" de Fabiana Barreda (colección del MACRO) hasta los banales fósforos marca "Arde" del Grupo Tereré. La mejor instancia de arte político vino de esa provincia de la mano de Javier Juárez y Bettina Rojas, coordinadores del Taller de Expresión Plástica y Comunicación de la Alcaldía de Menores de Tucumán. En la galería CAMP (Suipacha y Jujuy) ambos realizaron una instalación de pared constituida por imágenes religiosas decoradas con materiales precarios por chicos de entre 12 y 17 años que viven hacinados en un calabozo, sin acceso a un patio ni al sol. Se expusieron además fotos y otros materiales que documentaban estas condiciones inhumanas. Evidentemente, el maltrato institucional en la Argentina abarca muchos y muy variados niveles.
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