Domingo, 17 de julio de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA GUíA PARA REPASAR EL PENSAMIENTO VIGENTE DE ARTURO JAURETCHE
El autor analiza en "El medio pelo en la sociedad argentina" la ceguera histórica de las clases medias que ha sido argumento habitual de la militancia nacional y popular para descifrar sus infortunios electorales. Pero también observa cómo se ofendieron innecesariamente ciertas tendencias atendibles del grupo en cuestión.
Por Juan José Giani
Siendo un autor insoslayable en el pensamiento político argentino, las lecturas de Arturo Jauretche han quedado atrapadas por dos formas del descuido. Las currículas universitarias, el mundillo con ínfulas académicas y quienes discrepan con sus preferencias ideológicas lo consideran tal vez un polemista punzante o un gauchipolítico ocurrente, pero destilan un perceptible desdén a la hora de admitirlo como un intelectual relevante.
Su retórica campera y su constante apelación al ejemplo vitalista como recurso explicativo parecen descalificar el espesor de una sociología que ha confinado al hombre de Lincoln al terreno de la trinchera política poco sofisticada. Repiten a su manera la operación que ya en su oportunidad había instrumentado Gino Germani, quien al fundar la sociología pretendidamente científica que llegaba para jerarquizar a la Universidad de Buenos Aires expulsaba de ese naciente paraíso cognoscitivo a la ensayística ontologizante que salía de las plumas de Héctor Murena, Ezequiel Martínez Estrada o Rodolfo Kusch.
Ahora bien, si los espacios institucionalizados del saber aún miran con reparos la para ellos improbable densidad de la obra jauretcheana, los círculos militantes que comparten en trazo grueso su universo de convicciones suelen caer en la tentación de producir una recepción de sus textos también inapropiada. Un cierto ritualismo organiza esas lecturas, repitiendo sin precisión sentencias de combate que habitualmente invitan a aplicaciones más complejas.
Eso es en parte comprensible, pues cuando exaltamos un legado estimable tendemos a cristalizar aquello que en principio abastece más fluidamente nuestro presente, pero siempre a riesgo de invisibilizar facetas de una palabra que se mantiene viva sin embargo porque contiene zonas que exigen ser mejor exploradas.
Señalemos algunos ejemplos. En su primer libro, "El paso de los libres" de 1932, Arturo Jauretche recupera la lengua gauchesca para graficar el ánimo insurgente de un grupo de bravos miembros de la Unión Cívica Radical que enfrentaban el golpe que había derrocado tiempo antes a Hipólito Yrigoyen. Escrito entre ásperas paredes carcelarias, una métrica sentenciosa y lapidaria denunciaba como lo que luego se conocerá como "Década Infame" implicaba la funesta simbiosis entre confiscación de la voluntad popular y entrega de nuestras riquezas al imperialismo británico.
Pero atención, esta obra tiene varias ediciones y en la primera de ellas aparece una reivindicación de los triunfadores en la batalla de Caseros. Detalle insólito por cierto para quien luego sería uno de los cultores más avezados de lo que se denominó revisionismo histórico. Esta mención sorpresiva es no obstante explicable, pues en el radicalismo del que provenía Jauretche aún pesaba la historiografía de cuño liberal; más aún cuando los impiadosos opositores al Caudillo de Balvanera buscaban fulminarlo estableciendo un parangón con el tiránico Restaurador de las Leyes. Mutación siempre en latencia de un cuerpo de ideas, corrimiento político de los hombres cuando nuevos datos surgen y arraigadas certezas trastabillan.
De igual manera, cuando en 1957 publica "Los profetas del odio" también es multifacético. Pues si por un lado descarga una batería fulminante de invectivas contra varios publicistas que apuntalaron la revancha oligárquica iniciada el 16 de setiembre de 1955, por el otro traza caminos para que el movimiento nacional amplíe unas fronteras que habían quedado dramáticamente maltrechas. Doble gestualidad entonces, denigrando a Martínez Estrada (de radiógrafo de la pampa a fotógrafo de barrio, chicanea), pero mirando con notable simpatía a Arturo Frondizi como un líder emergente capaz de concitar la adhesión de buena parte de aquellos que habían terminado abominando del peronismo.
Jauretche está disgustado con Perón, quien a sus ojos convoca irresponsablemente a "kilombificar al país" desde la resistencia (porqué ejecutar temerariamente desde el llano lo que no se abortó a su turno con el manejo del aparato estatal, le pregunta en una carta al cura Hernán Benítez), y pone firmes expectativas en que el referente principal de la recién constituida UCRI sabrá recoger lo mejor de su legado e incluso suplantarlo en una conducción ahora en la nebulosa del obligado exilio. Es más, si para Jauretche la antinomia sarmientina "civilización-barbarie" en la principal de las zonceras argentinas, lo que tiene de indeseable ese clivaje podrá ser suturado por ese desarrollista popular en alza.
El entusiasmo, sabemos, duró poco. El conflicto "Laica o Libre", los contratos petroleros con el imperio y el ajuste económico crudamente liberal lanzado por Alvaro Alsogaray dinamitaron sin retorno una simpatía que también había sumado a Raúl Scalabrini Ortiz.
Veamos ahora el caso más notable. Hacia 1966 Jauretche da a luz su libro más mentado, "El medio pelo en la sociedad argentina". Allí incurre en sus páginas más plenamente sociológicas y desmenuza con datos y agudo intuicionismo el comportamiento políticamente defectivo de nuestras clases medias. Siendo ellas beneficiarias, esgrime, de un proceso de ascenso social que depende en gran medida de un proyecto que la liga objetivamente con el mundo de los proletarios, su obsesión por el status y el fatuo prestigio las lleva a coincidir con una oligarquía que en el fondo las desprecia. Pretendiendo emular a una capa superior a la que sin embargo no accede, se desliga de un cabecita negra a quien empecinadamente denigra.
Pues bien, esa ceguera histórica de las clases medias ha sido argumento habitual de la militancia nacional y popular para descifrar sus infortunios electorales. Anomalía congénita de un segmento inclinado al gorilismo como obstáculo impenetrable para un triunfo definitivo de la Patria Grande. Pero atención, pues el libro debe leerse completo. Pues en el mismo momento en que se señalan esos desbarranques se puntualiza la complejidad del sector, y fundamentalmente se culpa a la conducción del movimiento peronista por haber ofendido innecesariamente ciertas tendencias atendibles del grupo en cuestión. El personalismo, la burocracia y las adhesiones compulsivas habían introducido una fisura imperdonable en la solidez del Frente Nacional inaugurado el 17 de octubre de 1945.
He aquí el punto. El problema de Jauretche en 1966 (como del de todo el justicialismo proscripto) es el de cómo volver al poder, y en esa búsqueda él se inclina por restaurar el bloque de clases que le permitió a Perón encabezar su formidable revolución. Se trata entonces de recuperar a esa franja disconforme, ampliando la convocatoria, admitiendo errores y evitando sectarismos improcedentes.
Ahora bien, en ese debate no todos comulgaban exactamente con sus apreciaciones. John William Cooke había iniciado a partir de 1955 un intenso intercambio epistolar con Perón que refleja otros puntos de vista. Para empezar allí se alienta a combatir a Rojas y Aramburu con toda suerte de atentados, desde caños hasta dejar abierta las canillas de todos los hogares argentinos. A Frondizi se lo observa con desconfianza y el resultado del violado pacto de 1958 por el cual Perón le prestó sus votos para acceder a la presidencia estuvo mucho más cerca de los reparos de Cooke que del entusiasmo de Jauretche.
Esa comunión de pareceres entre el Conductor en el exilio y el intransigente descendiente de irlandeses durará algunos años, pero un hecho trascendente empezará paulatinamente a suscitar respetuosas discrepancias. Ese acontecimiento parteaguas es la revolución cubana, que impacta indeleblemente en el imaginario revolucionario del continente y genera el subyugado acompañamiento de Cooke.
Vale recordarlo, ese momento esencial de las izquierdas latinoamericanas parte de un diagnóstico que Ernesto Guevara formula tras observar como distintas experiencias del nacionalismo popular (Jacobo Arbenz en Guatemala, Víctor Paz Estenssoro en Bolivia y Perón en la Argentina) son derrocados por las clases dominantes y el imperio cuando tocaba la hora de profundizar sus estimables conquistas. Eso no era casual, sostenía el Che, sino que resultaba la lógica consecuencia de procesos finalmente cooptados por la burguesía e imprecisos en sus definiciones ideológicas. Su apuesta por la lucha guerrillera y la vía insurreccional surgía de la certeza de que el gradualismo y las democracias condicionadas desembocaban en una caricatura de revolución.
John William Cooke se identifica cada vez más con esa drástica perspectiva y busca disuadir a Perón para ligar su antiimperialismo ejemplar con el marxismo heterodoxo que provenía de Cuba. El Frente Nacional del 45, lo dice más de una vez, es ya inviable, pues las Fuerzas Armadas, la Iglesia y los empresarios nacionales defeccionaron ostensiblemente, y la única manera de que aquellos años dorados no devengan únicamente un mito es dotar al movimiento de claridades doctrinarias que Perón no obstante rehúye.
Tres frases sintetizan su prédica. "En la Argentina los comunistas somos nosotros, los peronistas", indicando la manera en que los objetivos de igualación social reciben en cada país el irrepetible nombre que su cultura política alumbra. "El peronismo es el hecho maldito del país burgués", describiendo como ese movimiento de masas es el vehículo insustituible a la hora de desafiar los privilegios del país oligárquico. Y por último "el peronismo es un gigante miope e invertebrado", advirtiendo que el enorme potencial transformador de ese partido puede verse malogrado por sus falencias organizativas, sus burocracias y sus titubeos ideológicos. En definitiva, tanto Jauretche como Cooke polemizan y discrepan (entre ellos y con Perón) respecto de cómo retornar exitosos luego de la despiadada reacción gorila que se instala en 1955. Jauretche pide autocrítica, seducción inteligente a la huidiza clase media y enfática reivindicación de los logros del 45. Cooke exige no quedar atados al pasado, menos vaguedades programáticas, una nueva dirigencia y más disciplina organizativa. Perón escucha a todos, no bendice a ninguno y piensa en cómo incluir cada una de esas verdades parciales en un proceso del cual se considera todavía conductor omnisciente.
Pistas de la historia que deberían interesar al Frente para la Victoria, que busca a tientas reponerse de la derrota del 22 de noviembre y del zapallazo que nos propinó el excompañero José López.
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