Domingo, 17 de julio de 2016 | Hoy
CIUDAD › UN COMERCIANTE DE URIBURU Y LA GUARDIA Y EL OTRO DE TABLADA HABLAN DEL MOMENTO ECONóMICO
El aumento de las tarifas y la inflación es un problema concreto para los almacenes de los barrios rosarinos. El impacto también llega a los vecinos y produce cambios. Dos comerciantes de distintas zonas de la ciudad dan cuenta de un panorama poco alentador.
Por Martín Stoianovich
María Rosa y Daniel no se conocen. Pero dialogan a la distancia. Ambos son comerciantes, encargados de almacenes barriales, los dos de los más históricos de cada lugar. El diálogo se establece en las coincidencias del pasado y del presente, tanto del barrio de cada uno como del negocio que llevan adelante. La inflación y los tarifazos, que genera simbronazos en gran parte de la sociedad, pega con dureza en los trabajadores que le pelean mano a mano al fin de mes. También dialogan los clientes y proveedores. En el barrio, hay cambios que llegaron para hacerse notar.
Calle Balcarce esquina Milán, barrio Uriburu y La Guardia. María Rosa le dice a este cronista que no hace falta atar la bicicleta, que con la puerta abierta alcanza. "Vengo temprano, me quedo, cocino acá y me voy a la noche", dice. Desde hace 18 años está a cargo del local que antes llevaba adelante su madre. De lunes a sábados, sin cortar. Las puertas están abiertas siempre. "Todos los días menos el domingo, yo el descanso dominical ya me lo había tomado", acota entre risas.
Daniel trabaja de lunes a lunes junto a su hermana en un almacén de la esquina de 24 de Septiembre y Necochea. "Este es el corazón de barrio Tablada", dice del otro lado del mostrador el comerciante de 47 años. El negocio lo emprendió en la década del 70 su padre, y ahora es la herencia de trabajos y costumbres que quedó en la familia.
El diálogo tiene una primera coincidencia: el impacto que ha generado en cada barrio el previsible contexto de ajuste, tarifazos e inflación del primer semestre del 2016. "Acá siempre paga el pueblo", resume María Rosa. Daniel, a más de cuatro kilómetros de distancia, adhiere. "Los vecinos se administran, el que vive de un sueldo sabe lo que puede gastar por día. Si la carne vale 100 pesos el kilo lleva eso, si aumenta a 130, sigue llevando 100 pesos pero menos carne. Ya no compra más un kilo, compra 700 gramos y se arregla con eso", explica el comerciante.
Se percibe un cambio de alimentación que pareciera obligado. Daniel vuelve a poner el ejemplo de la carnicería: "Acá vendemos buena carne, y cada viernes y sábado teníamos al menos dos costillares encargados. Ahora se cocinan otras cosas". "Se come mucha más pasta y arroz", agrega. María Rosa coincide y cuenta que por pedido de los vecinos tuvo que empezar a vender fideos sueltos. Ahora hay bolsas de mostacholes, tallarines, largos o enroscados, y tirabuzones acomodados en la estantería al lado de los paquetes envasados de las primeras y segundas marcas. "Un paquete está 18 pesos, entonces me piden diez pesos de fideos sueltos, o lo que vayan a consumir. Se arreglan con lo que tienen, si sobra al mediodía, a la noche ni vienen", explica la señora.
"Ahora hay cero ventas, mal, la gente no tiene plata. Hace quince o veinte días, con las cosas que aumentaron, se llevan la mitad, gastan la misma plata pero llevan menos", dice María Rosa dándole la razón al comerciante de Tablada.
¿Y cómo repercute esta situación en los comerciantes? El negocio tiene que seguir andando, no puede faltar ni mercadería ni puede cerrar sus puertas para ahorrar energía. "Tengo que achicar los gastos propios, no queda otra. La cuenta es fácil, antes a fin de mes podían sobrar dos o tres lucas y las encanutaba, ahora llego con suerte a fin de mes", se sincera. Y agrega: "Y el que antes llegaba con suerte, ahora le faltan dos o tres lucas". María Rosa cuenta que el almacén no es el único sustento de la familia, y admite que de ser así los números no cerrarían por ningún lado.
En el barrio los vecinos pagan las consecuencias de las crisis sociales y económicas de forma directa con la ruptura de los lazos sociales. Mientras Daniel explica que Tablada es un barrio de trabajadores y por épocas tiene altibajos, una clienta que entra a comprar un chocolate interrumpe: "Es un barrio de gente de mierda, mucho negro, mucha música, mucho porro, un desastre". Antes de irse, vuelve a pedir que no hablen bien del barrio. Pero Tablada, como cada barrio de los sectores populares, mantiene esos contrastes típicos de una sociedad que encuentra las responsabilidades a corta distancia y a corto plazo.
En Uriburu y La Guardia también. María Rosa cuenta que el barrio fue cambiando con el paso del tiempo y ella sola puntualiza en la juventud: "Muchos chicos se fueron del barrio y otros murieron. Los que quedan yo los conozco porque los vi crecer". Mientras la señora corta queso y salame crespón, un distribuidor de una cervecera de las más grandes de la región cuenta su caso y deja en claro que el ajuste se aplica como una rueda a los eslabones más débiles del comercio. "Yo venía avisando 'mirá que los números no dan'. En los últimos meses cobraba 93 mil pesos, y entre chofer, ayudante, aportes sociales, sindicato, seguro, gasoil, se me juntaban 115 mil para pagar. Se rompió la batería del camión, a los quince días el regulador", cuenta. Y explica las consecuencias: "Dejé el camión y pedí que pasen a los pibes a la empresa".
Daniel, arraigado a Tablada, asegura: "Acá no puedo tener empleados. Esto me reditúa un sueldo, y no me sobra guita. Pero tampoco quiero estar acá veinte horas por día". El diálogo termina en la insistencia de María Rosa, que no es redundancia ni repetición cuando hay tanta certeza: "Siempre pagamos nosotros, siempre paga el pueblo".
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