Martes, 27 de septiembre de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. AVATARES DE LA FORMA, EN EL MUSEO MUNICIPAL DE BELLAS ARTES
Con curaduría de Cristina Rossi, la exposición dedicada a Anselmo Piccoli permite apreciar en toda su riqueza, complejidad y magnitud la obra de este gran pintor modernista rosarino, de trayectoria y nivel internacional.
Por Beatriz Vignoli
Una exposición retrospectiva inaugurada el viernes pasado en el Museo Municipal de Bellas Artes "Juan B. Castagnino" (Bulevar Oroño y Avenida Pellegrini) permite apreciar en toda su riqueza, complejidad y magnitud la obra de un gran pintor modernista rosarino de trayectoria y nivel internacional. En Avatares de la forma. Anselmo Piccoli, de la figuración a la abstracción, la curadora Cristina Rossi relata en imágenes una historia ligada a este museo, donde Piccoli expuso en 1943: la de una búsqueda estética que mantiene del comienzo al fin un perfecto equilibrio entre constantes y variables, entre innovación formal y lealtad a un paisaje cargado de sentido personal y político.
Una particularidad de esta exposición es que la integran también obras de cuatro artistas contemporáneos: cada cual en su estilo, Eduardo Médici, Marcelo Pombo, Santiago Villanueva y el reconocido fotógrafo rosarino Norberto Puzzolo (sobrino y discípulo de Piccoli, ex integrante del Grupo de Arte de Vanguardia) reinterpretan a Piccoli apoyándose en algún aspecto de su obra, su pensamiento o sus acciones.
Albañil desde niño, animado por los ideales comunistas, Anselmo Piccoli (Rosario, 1915; Buenos Aires, 1992) se formó como pintor con Antonio Berni, con quien fundó (junto a otros artistas) la Mutualidad de Artistas Plásticos y pintó El hombre herido, presentada por ambos como obra conjunta al Salón de Otoño de 1935. "Documento fotográfico", pintada con soplete de aire comprimido y laca, aquella obra denunciaba la explotación del hombre por el hombre y la represión a los obreros; se perdió y pese a años de literal búsqueda sigue desaparecida.
Sí se conserva Paisaje de lagos (c. 1943), adquirido por el Museo tras recibir una mención especial en el IV Salón de Artistas Rosarinos. En sus últimos años, y como culminación de un largo proceso de síntesis formal que le llevó toda una vida, Piccoli llegó a hacer de su pintura un complejo sistema autónomo, de composiciones geométricas sólo aparentemente independientes respecto de cualquier significado externo. Un saber hacer del oficio con los efectos ópticos y las gradaciones cromáticas le permite a Anselmo Piccoli construir en cada cuadro un universo formal organizado, donde nada es lo que parece: la contemplación atenta revela, en filigrana, el paisaje. Ahí se divisan, camuflados entre las formas puras (círculos y cuadrados), aquellos paisajes desolados de los barrios humildes de Rosario que él pintaba en la primera mitad del siglo XX y que se pueden redescubrir al retomar el tramo realista de la exposición. Una buena idea es aprovechar la arquitectura circular de la planta alta del Museo y darse otra vuelta por la muestra. Así se podrá ver cómo las últimas obras, también, ya se encontraban latentes en aquel primer realismo.
Porque nada es lineal en la obra de Piccoli. Cuando en las composiciones abstractas el espectador cree haber hallado la forma simple, mediante una sutil trasgresión de sus propias leyes el pintor la desmiente. Nos advierte así que nos hallamos ante lo que él mismo designó como "estructura". Si una horizontal se perfila como línea de horizonte, enseguida revela su cercanía; ni bien un plano parece adelantarse como figura en el paisaje, se quiebra y retrocede. Pero en el fondo acecha siempre el paisaje, que ya es el de la memoria.
De ahí (desde tan lejos y tan cerca) vienen los ocres, tierras, verdes, azules, violetas, rosados y naranjas. Presente en el color, el paisaje parece estar siempre a punto de irrumpir como representación; Piccoli lo sugiere y lo esquiva. En el cubismo sintético de su obra tardía, la forma es fracturada como un prisma en muchas caras que hacen estallar cualquier posibilidad de un único punto de vista. Expresa así artísticamente el relativismo de la ciencia de la segunda mitad de su siglo, plasmándolo en una música visual de ritmos y armonías, con un dominio exquisito del arte moderno más elaborado, aunque sin renegar jamás del barrio obrero rosarino de sus orígenes.
Entre las muchas distinciones que obtuvo Anselmo Piccoli a lo largo de su extensa trayectoria, se destaca el Gran Premio de Honor del Salón Nacional 1984. "Establecido en Buenos Aires desde octubre de 1943, continuó los pasos de su maestro (Berni) no sólo en pintura, sino también en el activismo político y gremial", escribe la curadora. "Entre la década del 50 y la primera mitad del 60 (...) la luz comenzó a determinar el ordenamiento. Hacia finales de los 60 se produjo un viraje radical en el modo de interpretar la realidad que dio comienzo a su abstracción de base constructiva", relata Rossi, y cita la explicación del mismo Piccoli: "El artista ha encontrado una relación más profunda con la naturaleza porque ha penetrado en sus leyes".
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