Miércoles, 5 de octubre de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. EL RITUAL DEL ADIóS, POEMAS DE PATRICIO RAFFO
Contratapista de Rosario/12 desde 1993, el autor rosarino reúne poemas en verso y textos en prosa poética que, compilados por Marcelo Cutró y editados por Gato Grillé, son ilustrados con fotografías de Luisina Raffo.
Por Beatriz Vignoli
Largamente disfrutada por sus lectores a través de las contratapas en prosa poética que publica desde 1993 en Rosario/12, la voz de Patricio Raffo consiste en la puesta en texto de una lengua poética que va creando una liturgia profana gracias a la melodía de la repetición: "que nada le quede de mí" (en una versión anterior: "que no le quede nada de mí") es una de las frases que percuten como un mantra o como una fórmula a lo largo de El ritual del adiós, su libro de poesía presentado a mediados de este año.
Editado por el sello local Gato grillé e ilustrado con fotografías de Luisina Raffo, El ritual del adiós reúne poemas en verso y textos en prosa poética compilados por Marcelo Cutró. Además de las bellas fotografías en blanco y negro que la edición intercala entre los poemas para sumar a la construcción de una cierta atmósfera (introspectiva, evocadora, sensualmente nostálgica), la voz del poeta dialoga con otra voz que se presenta diferenciada en el espacio de la página. En cursiva y sobre el margen derecho, Alejandra Méndez va desgranando comentarios fragmentarios interpolados entre las estrofas del autor. Este procedimiento, no muy frecuente, sustituye con mayor eficacia la edición de un prólogo o un epílogo, ya que al presentarse como una suerte de antífona o coda a los versos de Raffo, los de Méndez añaden solemnidad en el buen sentido a un libro que se nombra como ritual.
"Quien está de duelo se relaciona con un muerto que se va llevándose con él un trozo de sí", escribe el psicoanalista Jean Allouch en su libro Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. "Y quien está de duelo corre detrás, los brazos tendidos hacia delante, para tratar de atraparlos a ambos, al muerto y al trozo de sí mismo, sin ignorar en absoluto que no tiene ninguna posibilidad de lograrlo", continúa Allouch. Raffo tampoco ignora esto, aunque su ritual del adiós (y tal vez esto lo hace más difícil) tenga por objeto a alguien que sigue viviendo, solo que ya no con él. "Tengo que desgarrar definitivamente la memoria/ dejar de amar a las mujeres que amé/ (...) tengo que dejar de parirlas/ como una madre eterna de lo que me dieran", escribe.
Lo que el poeta se propone como tarea está en armonía con un movimiento anímico muy propio de esta época, que cree en el adiós y en la que cada separación equivale a una muerte: en un tiempo en que los muertos son aséptica ceniza sin lápida, quien desaparece vivo de la propia vida debe quedar fuera de la vista como si se le diera sepultura, como si ya no formara parte del mundo. Es a los seres queridos aún vivos, pero perdidos para el doliente, a quienes se les destinan las honras fúnebres y el trabajo de duelo, ya que nuestros muertos (no sin costo) se esfuman en la nada misma.
En el presente libro, el espacio donde este trabajo tiene lugar es el de la casa compartida. Primero se rememoran "las rutinas del amor" en el tiempo de convivencia, se le inventa un nombre feliz ("la cotidianeidad del brillo") a la felicidad: "llegábamos a la habitación después de reconocer la casa acallada, después de andar a media luz las otras habitaciones, después de verificar los silencios, después de verificar que todo estaba cercano y a salvo". Lo que se cuenta en estos pasajes de prosa poética (bajo el título "La noche cotidiana") son los diálogos de la intimidad erótica, entre los amantes extrañamente unidos, yacentes en un limbo sin tiempo; son diálogos entrelazados con la narración, en escenas y estilos que evocan muy, muy vagamente las novelas de Marguerite Duras. Esa misma casa, tras la ausencia de la amada, se convierte en la escena de un naufragio, al fin, abandonada: "Recorro la casa vacía. Recorro la casa en silencio. Intimamente recorro la casa como quien recorre una ausencia o una lejanía o una sombra. (...) Recorro la casa vacía por última vez".
Patricio Raffo (Rosario, 1959), publicó además Dios hembra (poesía, Los lanzallamas, 2003) y Restos inexplicables (prosa y poesía, con collage de Mario Perone; Bajo la luna nueva, 2000).
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