Jueves, 5 de abril de 2007 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LA BRASILERA MARISA MONTE OFRECIO UN SHOW DE GRAN CALIDAD
Con voz cálida, precisa y amplio registro, la compositora y cantante brilló en El Círculo acompañada por excelentes músicos.
Por Edgardo Pérez Castillo
Ahogados los lógicos aplausos que suceden al apagón inicial, los primeros acordes de "Infinito particular" arrancan a oscuras, situación que se mantendrá durante los primeros minutos ya no sólo de la canción, sino de Universo particular, el espectáculo con el que Marisa Monte hizo su debut en Rosario en la noche del martes. El juego de ocultamiento llevado a cabo en el teatro El Círculo resulta certero: sólo unos segundos son suficientes para que el sentido de la audición se deje encantar por la voz siempre cálida y precisa de Marisa Monte. Y aunque alterada por los inoportunos aficionados con sus cámaras digitales de desubicados flashes (en fin, síntomas de la irrespetuosa modernidad), la apuesta ya había surtido efecto cuando una tenue luz alumbró a la brasileña, ubicada en el corazón del escenario sobre una tarima que se rodeaba del noneto que acompañó a la compositora en su paso por la ciudad.
Con "Universo ao meu redor", la oscuridad ya no sería necesaria para una audiencia que, apenas iniciado ese segundo tema, se había dejado abandonar sobre las cadencias de una compositora que puede apelar a las inflexiones propias del samba y adornarlas con suaves melodías pop. Porque a casi veinte años del debut con Marisa Monte, la cantante ha ganado en matices, logrando un registro amplio que puede ir desde falsetes con dramatizado aire lírico hasta improvisaciones jazzeras.
Mientras tanto, la cuidada escenografía comenzaría a cobrar vida con su propio juego, mutando según las necesidades. Con una estructura ligada a lo minimalista (aunque carente de la frialdad de las nuevas tendencias), un enorme cuadrado pendiente sobre el techo del escenario funcionaría como luminaria central, inclinándose e iluminando sus paneles para alumbrar en pleno a una banda que aportaba al contraste con vestimentas de sobrios negro y gris. Sumando a la puesta, paneles rectangulares instalados sobre rieles se aproximaban y alejaban a los músicos desde los costados del escenario, variando su intensidad lumínica según el clima sugerido por cada tema.
Porque si algo caracteriza a Universo particular es la calidez que envuelve al espectador en una suerte de trance guiado por los juegos vocales de Monte, que se ven sostenidos por una equilibrada combinación de elementos: la efectiva producción visual (enriquecida además con la utilización de una gran pantalla sobre el fondo del escenario y otra longuilínea instalada a la izquierda del mismo) no hace más que respaldar una estructura sonora en la que instrumentos propios del samba --las guitarras acústicas, el cavaquinho y la percusión-- conviven con el área camarística de cello, fagot y trompeta (o flugelhorn, según el caso), y descubren un cuidado recurso electrónico en teclados y samplers.
Sobrios, los acompañantes de Monte --Dadi Carvalho, Mauro Diniz, Marcelo Costa, Carlos Trilha, Pedro Gomes, Maico Lopes, Pedro Mibielli, Marcus Ribeiro y Juliano Barbosa-- aportan notablemente en este Universo particular. Sentados estratégicamente en distintos niveles durante todo el concierto, cada uno de los músicos brillan sin estridencias innecesarias, demostrando que las grandilocuencias son tan vanas como improductivas. Y sin perder en ello efectividad ni potencia, como quedaría demostrado en "Passe en casa", del período Tribalista de Monte. Porque hubo también tiempo para repasar aquella experiencia que la cantante compartiera con Antunes y Brown, y que lograría uno de los puntos más celebrados de la noche cerca del final con "Já sei namorar", presentada en una versión más rica en matices que aquella versión originaria, quizás más cercana al electropop.
Sin embargo, habría una etapa intermedia entre la eclipsante calma inicial y ese clímax efusivo: bastaría que su tarima descendiera suavemente para dejarla a centímetros del piso para que, una vez despojada de su abrigo y dejando relucir un larguísimo vestido negro, Monte terminara de conquistar a la sala. Porque si bien no es una belleza deslumbrante la de la cantante, y sus movimientos se alejan de lo erótico, es su sola presencia la que conquista, favorecida por una simpatía algo enigmática, que sólo se ve exteriorizada con chistes lanzados en portugués casi como en un guión. Al fin y al cabo, nada de ello es lo que genera (o evita, según los gustos) que Monte termine por atrapar a hombres y mujeres por igual.
Una propuesta que encontró respuesta en un público que ovacionó a la cantante, y que a su vez fue gratificado con dos bises contundentes que redondearon un concierto que, sin altibajos, brilló con las geniales "Pra ser sincero", "Gerânio", "Meu canario canta" o "Satisfeito", perlas dentro de esa armoniosa joyería.
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