Miércoles, 25 de junio de 2014 | Hoy
Por Marcia Brédice
Nada. En la calle no pasa nada. Ni gatos, ni perros, ni recolectores de basura. Por eso deja de mirar por la ventana y vuelve al sillón. Flexiona las rodillas para, con la fuerza del fémur y la tibia, sostener el libro que intenta leer. Benesdra. Lee El traductor de Salvador Benesdra. Con esa intuición que tienen los lectores de academia, sabe que la espera un novelón. Aun así, bosteza en las primeras páginas. Piensa en cómo y por qué recibió como obsequio esa novela. El libro le había llegado durante su estadía en la clínica y, si bien había puesto todo de su parte para transitar esa durísima prosa, nada la motivaba por esos días. Ahora, meses después de su recuperación, vuelve a hojear el pesado libro.
Nada. En la calle no pasa nada. Salvo la falta de luz. Adentro, ella, de vez en cuando, toma la vela, achina los ojos y se acerca al libro. La distrae el ruido de los truenos y el fragor de los relámpagos. Imagina el acto de lectura en los tiempos anteriores a Tesla, a Hertz, o incluso a Maxwell y a Edison y se consuela. De un momento a otro algo va a ocurrir. Ella no lo sabe, pero todo quedará iluminado. Volverá a su ordenador y podrá conectar el cargador para volver a dar vida a su Ipod y toda la artillería de conexión que la vincula superficialmente al mundo. Mientras tanto, la falta de corriente la devuelve al ya medieval acto de lectura profunda y solitaria.
Los árboles parecen quebrarse. Afuera, con la tormenta, los árboles parecen quebrarse. Nunca había visto una tormenta semejante ni una noche tan oscura.
Harto sabido es que inspiró a los órficos poetas. Aun así, la noche es una cosa que le da miedo. Se lastima el codo con las uñas apenas vuelve a pensarlo. Se cuelan los insectos por una rasgadura en el tejido mosquitero y ella pueda advertir, en la oscuridad, las ronchas que van apareciéndole. Ni aparatos para combatirlos, ni ventiladores para ahuyentarlos. No hay luz. Y afuera no hay nada.
Cuántas veces habrá ocupado la misma habitación en la misma oscuridad y cuántas habrá confesado que vivía historias de amor para tener qué relatarles a los otros. En la oscuridad de la noche sin luz, con el libro de Benesdra y la vela, vuelve a pensar en el final de otra historia de amor. Sabe cada final de antemano, desde la primera página, como la muerte de Santiago Nasar. Aún así, tiene la sospecha de que alguna puede cambiarle el destino. Repasa la sentencia una y otra vez, los ya sabidos versos de memoria, las innumerables historias y las trampas, los cinco o seis motivos por los que sabe nunca va a pertenecer a nadie y siente alivio. Cuando el otro se va, uno acomoda los almohadones porque tiene más espacio y eso parece ser la felicidad.
Nada. En la calle no pasa nada. Adentro, en la habitación oscura, es donde sucede todo.
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