Domingo, 20 de noviembre de 2005 | Hoy
Por Luis Novaresio
Uno: Algo así como un subsidio a la gratitud. No. Así no es. Subsidio al placer brindado, a la felicidad generada. Tampoco es eso. Subsidio a la belleza. Eso me gusta. Subsidio a la belleza. A la belleza dada, a la provocada en los otros, en el cuerpo, en el pensamiento, en las ilusiones. Esa es la belleza que más quiero. La de las ilusiones. La que es capaz de construirse. La que tiene todo por hacer. LA felicidad totalmente incompleta y dispuesta a ser inventada toda.
El Estado subsidia. De todo. Y a veces mal. Los trenes que se incendian y no sirven, las aceitunas riojanas con pista de aterrizaje pornográfica, la fabricación de hostias (te lo juro), las industrias que son tinglados vacíos en la tierra del gobernador con contactos extraterrestres, las autopistas que no se construyen. Subsidia de todo. El Puente Colgante robado por uno anterior construido ahora a costo de los que habitamos la invencible provincia, los espectáculos para unos pocos a sueldo que no cobramos entre todos. El transporte, el gasoil, la nafta, la leche, el vino, la soja, el oro, el cobre, el titano, el uranio, el benceno, el tolueno, a León, a la Polaca, a alguna amiga, a algún amante. Escuela de subsidios familiares, para decir verdad: al hijo, al hijo del hijo y, los longevos, al hijo del hijo del hijo. A los primos, conocidos, con ganas de conocer. A los que se conoce de vista, a los que se conoce carnalmente, a los que, quién te dice, se los puede conocer.
El Estado subsidia todo. Todo. Lo imaginable. Y hasta lo difícil de pensar. ¿Y la felicidad dada, no?
Dos: Rita vive en una pensión. Ya sé que como tantos. Pero en ella duele. A pasos de su casa, con perdón de la expresión, un cabaret de los pocos que quedan. Ya sé también que la paradoja es obvia. Pero es. Se te hace difícil visitarla porque el timbre no suena. No anda, dice un viejo que pasa con bolsas de plástico y una tos que está al borde de voltearlo. Y vos te imaginás al timbre con patitas, caminando, subiendo las escaleras, rumbo a la pieza de ella, para avisarle que alguien la viene a visitar. Después de media hora (o una, qué se yo) alguien te viene a abrir.
El ventilador lo apago por el calentador del agua. ¿Dulce o amargo? Lo que venga, Rita. Son más ricos los amargos, los de verdad, dice. Por suerte no le puso mucha azúcar. Esto es todo, te dice. Pensar que yo viví en unos lugares. Y el adjetivo de esos lugares son sus labios apretados, empujados por las manos juntas sobre su boca. Si te las encuentro, te muestro las fotos de Venezuela. Allá, vos vas a trabajar y te dan un departamento. Cerca del club de baile. Llegás, te dan las llaves y la heladera toda llena. ¿Viste mi heladera? Como las de hotel, te dice, llena de imanes con animalitos de plásticos, vírgenes y la moneda de dos pesos de la Eva. Yo soy de Eva. No de Perón. ¿Vos la querés a la Eva? Fue la mujer más extraordinaria de este país. Perón, no. Te dice que Perón no. Yo lo conocí en Panamá. ¿Te mostré las fotos de Panamá? A él lo conocí porque su jefe de custodia se enamoró de mí. Y yo le dije, como siempre: discúlpeme señor. Tengo compromiso. Y estalla en una carcajada. Rita estalla en una carcajada con voz de soprano inmensa, haciendo henchir sus senos de siempre, maravillosa prominencia de placer eterno. Tanto placer dieron. Y entonces el tipo fue al departamento y tiró dos tiros contra la puerta. Cuando lo vi con el general en el cabaret (él ya estaba con Isabel) me volvió a encarar. Le dije, señor, que tenía compromiso. Y lo sigo teniendo. Lindo el custodio. Grandote, engominado, de bigotes.
Esa pieza es Rita, Eva y la Virgen. ¿Tres por dos y medio? Quizá algo más. No sé. Fría en invierno. Calor en el verano. Fotos de Rita cuando su cuerpo desafiaba a cualquiera. A la Hayworth, a la Lollobrigida, a la Loren. Me lo dijo tu viejo. A cualquiera. Y les ganaba. Las fotos nunca la muestran desprotegida. Ingenua, puede ser. Sola, accesible, amorosa, deseante, exuberante, tímida, también. Jamás desprotegida. Rita mira la cámara, o juega a que no, pero siempre luce con capacidad de defenderse sola. Una hembra de calidad macha. La mujer, la más bella, pero nada de sexo débil. Evita en el radioteatro, en el viaje a Europa, con Perón en el renunciamiento. Y su virgen. Que es siempre la misma, pero se aparece distinta. Cuando estuve internada, mal, te dice, muy mal, el médico me lo explicó. ¿Usted se baña y se cambia todos los días Rita? Si puedo, sí. La Virgen es igual. Se cambia sus ropas, sus hábitos, pero es siempre la misma.
Le roban sus pocas cosas. La yerba, el azúcar. Rita tiene teléfono, le dicen, y cuando vuelve ya falta algo. Compró candados, cerrojos pero entran en su pieza, su casa, y le roban.
Huelo a humedad. No la pieza. Yo. Y vos.
Tres: A gatas si pestañeo. Silencio. Estuviste dando vueltas para presentarlo y decir que estaba en sillas de rueda, que era cuadripléjico, sin movilidad de brazos ni piernas, y cómo digo todo eso sin parece torpe, violento. Un muchacho especial con dificultades físicas. Sonás idiota. Paralítico. Grosero. Inmóvil en su silla. Me da como a estatua viviente pintado de blanco. ¿Entonces? Fabricio me mira y me dice: a gatas si pestañeo.
Y se ríe. ¡Cómo se ríe! Tengo la idea de que no pudiendo muchas cosas físicas, las que puede, no las desperdicia en cumplidos. Cuenta que escribe porque lee, que filosofa, porque le gusta saber cómo piensan los otros, que enseña porque le gustó que le enseñaran. La poesía es la más descarnada manera de decir lo bello sin más intención que ese decir. Lo leés: otra gota es como la anterior con la certeza de saber que cuando acabe su ciclo se habrá convertido en poema.
Fabricio está fascinado con la energía humana. La que muta a solidaridad para conseguir una silla de ruedas nueva. Esta ya la quebré de tanto boliche, salida y paseo. Y no hay metáfora. Va a los boliches. Los veo bailar, desde abajo, en la silla. Voy a la barra y el barman, aquí abajo, no me ve. Será por eso que su nuevo libro de poemas se llama Sub. Abajo. La gente participa del festival, escribe mails, busca soluciones. Te escribo esto y la escucho cantar a la mejor del Brasil que, en portugués, dice "la gente no para, la gente ama". Gente en portugués es nosotros. Gente, nuestro. Fabricio lo debe usar así también.
Es discreto y no habla de falta de ayuda económica del Estado. Los que lo hacen, de motu propio, no quieren que se cuente. Lo leo: Estoy acostumbrado a acostumbrarme con el insignificante sentido de las palabras y no sé si el hombre le dio horas al tiempo o el tiempo horas al hombre. Estoy libre en mis prisiones, calma siniestra por escapar y no sé si los dioses crearon el mundo para los hombres o los hombres el mundo para los dioses. Estoy viviendo mi muerte, tácito pasillo que aborrece de oscuridad y no sé si soy yo quien intenta escribir o escribe quien intenta ser yo.
Cuatro: Juana González tiene hoy 80 años y es la mítica striper Rita La Salvaje. Vive sola en una pieza de pensión en Maipú y Urquiza. Fabricio Simeoni nació el 3 de marzo de 1974. Trabaja en la revista Los lanzallamas y coordina el Taller literario del Centro Cultural Fisherton. Padece de una atrofia espinal progresiva que le deja movilidad sólo en sus ojos y boca.
Son solo dos. Es cierto. Pero dos inmensos dueños del don de dar felicidad. Con su poseía uno, con su cuerpo el otro. Y viceversa. Amo la poesía de Rita y el desafío del cuerpo de Fabricio. Tendrían que tener un subsidio. No por invalidez, no por edad avanzada. Porque fueron y son generosos. Porque son la felicidad en ilusiones. Porque dan, dieron, dan.
Felicidad. Pero el subsidio, debe ser en contante y sonante, ¿me explico?
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.