Lunes, 17 de septiembre de 2007 | Hoy
Por Reynaldo Sietecase
Un león viejo sigue siendo un león. Esa es una de las frases de mi padre que más me gusta repetir. Habla de actitud y de coraje. Habla de ser fiel a la propia naturaleza. Habla de no entregarse nunca. Habla de una manera de estar en el mundo. Volví a recordar esa consigna este fin de semana.
Desde la insólita derrota de Central frente a Banfield me asaltó una idea fija: debía comprarle a Luciano, mi hijo menor, una camiseta auriazul con el dibujito del canaya de Roberto Fontanarrosa. Quería trasmitirle que en los peores momentos, con más razón hay que reafirmar las convicciones y los sentimientos. Ganar es fácil, lo difícil es saber enfrentar la adversidad con entereza.
Además quería mandarle una señal al Negro. Desde que se fue tomar café al bar de allá arriba, Central no ganaba un partido. Necesitábamos su ayuda para el clásico. Cualquier persona nacida en Rosario sabe que estos partidos son una experiencia extrema. Incumplir una cábala puede ser fatal. Uno en esos momentos se siente responsable. Pero por más que busqué en media docena de negocios las camisetas con el dibujito estaban agotadas. Ya están por entrar, me decían. La primera tanda se agotó, me explicaban. Comencé a preocuparme. Tenía que encontrar esa prenda que a esa altura era clave para el triunfo. Claro que ni el técnico Ischia ni los jugadores sabían nada de todo esto.
Luciano es mucho más fana que yo pero convengamos que transita su pasión futbolera en tiempos difíciles, a su edad 13 años había visto a Central tres veces campeón. Por esos años a la lepra no le iba mal tampoco. Los equipos llamados grandes venían a Rosario a ver si sacaban un empate. Ahora te pinta la cara cualquiera. Santiago, mi hijo mayor, estuvo ajeno a nuestra angustia doméstica. El lo vive más tranquilo entre su banda de heavy metal (Scarecrow) y los libros. Igual lo seguiremos esperando.
Volviendo a la camiseta, por suerte o destino, hablé de mis búsqueda infructuosa en la radio y Gustavo Andrade (de Etchesortu Sport) respondió a mi llamado desesperado. El sábado, casi en tiempo de descuento, me entregó la camiseta a cambio de un par de mis libros (es obvio que perdió con la transacción). El objetivo estaba cumplido. El resto lo tenían que hacer los pibes.
Pero hacer qué. ¿Ganar? No. Era algo más. Tenían que recordar lo que significa vestir esa camiseta. Apelar a la memoria. Evocar a Poy, al negro González, a Bóveda, a Kempes, a Palma, al Patón Bauza. Y lo hicieron. Entre el barro y bajo la llovizna fría recuperaron algo de todo lo que venía de la tribuna visitante. Algo de lo que cada día entregan los hinchas sin pedir nada a cambio.
Cuando el partido terminó, imaginé a Luciano tocándose el diseño del Negro Fontanarrosa sobre su pecho. El fútbol otorga fraternidad. Es curioso como un simple partido de fútbol nos puede alegrar el corazón por lo menos un rato. Aunque sepamos que al otro día todo será igual, el laburo, el estudio, la pelea diaria. Igual en la victoria que en la derrota. Igual pero distinto.
Es irracional, pero bello.
Vuelvo a pensar en el dibujito. Ahora resta enfrentar con éxito otra aventura más compleja. Recuperar el club. Terminar con el saqueo del patrimonio, las patotas y los negociados.
Despertar al león.
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