Domingo, 13 de enero de 2008 | Hoy
Por Adrián Abonizio *
Fue hace mucho en una cancha adversa y con un equipo armado sin conocimiento previo. Me llamaron y allí fui, al torneo cancha de cinco, ignorando todo de mis compañeros a quienes conocí en el vestuario. Parecía el equipo de la CGT, el team de los Gordos. Para colmo todos ostentaban tener pasta de delanteros. "No jugamos arriba", dijeron molestos cuando les hablé de defender. "El árbitro es amigo" ostentaron como garantía de no sé que. Y salieron orondos a la carnicería. A los cinco del suplemento ya íbamos perdiendo 15 a 1 cuando le dije al de negro por lo bajo cuánto faltaba. Miró su reloj con fastidio. Pensé en no prolongar la masacre. Termínelo antes, le rogué. Tenga un poco de dignidad, señor, fue toda su respuesta. Me hice echar porque le recordé a su mamá. Lo esperé para que me aclarara lo de la dignidad, pero se subió a su autito dorado y partió, seguramente a su departamento, a su familia y a su mundito que quise intuir miserable.
Mi último contacto con un referí. Fue una bravata de quien se ve descubierto como lo que es: un fabricante de antinomias que no detecta nunca la zona de grises. Nunca lo superé: detesto a toda la ley cuando no se la expande con arte y cordura. Uno precisa la hegemonía del bien contra el mal y qué mejor depositario de toda la excrecencia de nuestros límites que el dueño del pito.
Trabajan de antihéroes pero no son románticos, son el blanco de las reprobaciones y visten de oscuro, representan la puteada veloz, la plata sucia, los antifervores, los alcahuetes, los vecinos que llaman a la policía si uno se divierte con ruido. No sé medir cuánta verdad hay en esto y el porqué muchos, honestos de cabo a rabo eligen esta ambigua profesión de kamikazes.
A veces medito sobre ellos y me alcanza a rozar una compasión tardía. Desconfiado como soy deduzco que deben de extraer del césped otros méritos que los puramente deportivos. ¿Cómo sancionar una falta en un mar de piernas? ¿Cómo ver desde el llano lo que nosotros cómodos reyes romanos vemos desde la altura? Nunca pude establecer qué códigos espirituales llevaba a estos señores a trabajar de extras adrenalínicos, pues de pronto, pueden saltar y desbancar en solo gesto al primer actor con un gesto de manos llevado al bolsillo superior, donde yacen las tarjetas. ¿No se sienten que son como una perra en celo cuando ante alguna seña todos de pronto lo rodean, le ruegan, lo rozan, le claman? ¿No se ven ridículos, culito parado, dedito acusador señalando teatralmente el punto penal? Seguramente buscarían el Santo grial en epocas pretéritas y no por ello serían héroes. Serían a la vez inquisidores y estarían al pie de la horca, serían los confesores de los presos condenados a la vez que sus captores y carceleros o seguramente maestros de la fe en fronteras, contadores bravos de la armada española o inglesa en busca de tesoros, administrativos señeros de los bienes reales. ¿Qué orden imposible buscan? ¿Qué felicidad los empuja a los campos, mirando como los demás juegan? ¿Será la alegría austera del vouyerista? ¿La del sicópata, la del inocente con vara de medir y cayado de sacerdote, la del mediador que recibe palos de ambos lados, la del protagónico y la frustración? ¿De qué materia astral están hechos? ¿Quién los lleva a ese sitio tan controvertido? ¿Qué fuego sagrado los quema y empuja?
Claro que entre un Baldassi amable y un sargento Giménez antipático hay horizontes de diferencia. No obstante a ambos los ha tocado la Vara de la Equidistancia, a uno vestida de chica flower power y a otro de guerrero. Matices, gamas de un color parecido. Una gran potestad para inflarnos el pecho de alegría o de chamuscánoslo de pena. La llave que quisiéramos poder dirigir telepáticamente: no importa que sea injuto con el adversario, lo principal es que nos de el penal que no fue, que eche al otro injustamente, que saque la roja para disminuirlos, que los empuje al foso, que los haga asesinar. Porque, al fin y al cabo, nadie quiere la equidad con ellos. No se vio nunca en nuestro fútbol criollo a ningún jugador enmendar la apreciación arbitral errando a propósito un penal. O a la tribuna sancionar el furcio protestando. No, estamos hechos de ellos mismos y también juzgamos, llevando agua hasta nuestro molino, haciéndonos los boludos cuando viene de arriba una ayudita. Joder al otro antes que nos jodan. Untar la mano con abundante espesor para asegurarnos. Arreglar partidos. Ganar como sea. Criticar cuando nos es desfavorable. Alabar si nos conviene. Vivir, en suma. O en resta. O en empate. Y que no nos de vergüenza, total, salvo nosotros, nadie nos mira pues nos han inculcado que Dios arbitra según el volumen de los rezos.
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