Martes, 15 de enero de 2008 | Hoy
Por Andrea Colman y Mariano Mussi
Prometeo, el héroe griego que dio el fuego a los hombres, ahora resigna con dolor sus ojos y su hígado al hambre del águila. Por la noche renacerán de la carne desgarrada: la ironía divina lo dotó de un padecer infinito, el alivio es indispensable, parte del castigo que cura y desgarra con la misma voluntad.
El codo izquierdo de Marcos está irremediablemente fracturado. Un colectivo (el 115, recuerda) le cerró su huída de la policía; los agentes lo recogieron del suelo y le esposaron un brazo que bailaba como un títere sangriento. De esto hace tres años. Un nudo leñoso ocupa el lugar de su codo, de a ratos supura por orificios inflamados y profundos. Aquella vez los cirujanos le habían juntado los huesos dispersos, que ataron prolijamente con alambres quirúrgicos; luego regresó a la cárcel, donde perdió mucho peso y otros cirujanos se encargaron de deshacer la tarea, prolijamente y a golpes.
Ese codo deambula entre tormentos y curas, de instituciones que buscan sanarlo a otras que lo devoran. Las dos, sin embargo, tienen al mismo estado de financiador y autoridad. El Marcos no ve la contradicción. El Marcos es pobre, nada tiene, se acerca al centro de salud, cuando el águila le da tregua, y pide por su codo enfermo.
"¿Qué quieren? No puedo trabajar con el brazo así..."
Entonces los médicos juntan otra vez los pedazos, llenan de antibióticos esas cavernas de pus, y les recuerdan a sus huesos cómo moverse. La articulación cruje y el Marcos hace muecas. Despacio y con el codo en salmuera tibia, flexionan y estiran los músculos agarrotados.
La otra intervención es más simple porque el Marcos tiene pedido de captura desde que nació. La gran roca de la ley se balancea sobre él; cuando lo aplaste, y su codo se rompa en una mordida de garrote penitenciario, ya no será paciente, ni ciudadano con derecho a la salud y el trabajo. Será preso, condenado, deudor social. Merecerá, aparte de su libertad perdida, su brazo inútil.
Una perspectiva castiga la voluntad del delito, la otra la explica desde el conflicto entre deseo y expulsión social. ¿De dónde proviene esa escisión? ¿Por qué se sostiene? Dos representantes del estado, la policía y el centro de salud, al amparo de los mismos principios constitucionales de asegurar el bienestar de su población, actuando conflictiva y hasta contradictoriamente. ¿Es pasible de castigo la voluntad de un excluído, los actos que se realizan en un espacio donde las garantías de igualdad y justicia no se concretan? Ejercicio de reparación de los cuerpos, el Marcos y su codo; ejercicio de represión desde la ley.
Cada noche su hígado y sus ojos renacerán para el castigo. Esa es la tarea de una política en salud que no logra hacer explícita la contradicción al interior de las instituciones del estado. La violencia legal de los aparatos de seguridad parirá más violencia. Ninguna novedad, la represión policial indiscriminada, sin horizonte creíble de inclusión social, será tan inútil como los intentos de sanar un brazo condenado a carroña.
Cuando amanezca, el águila se lo va a comer.
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