Martes, 26 de febrero de 2008 | Hoy
Por Mario Alberto Perone
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Hoy advertí algo curioso: me van quedando muy pocos por qué y, al mismo ritmo, se me incrementan los para qué.
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El viento es la respiración del mundo.
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No es posible superar la lentitud del paso de Gilberto. Yo lo intenté varias veces, sin conseguirlo. Me pareció que el único modo era quedarme parado en el punto de partida. Creí haberlo logrado, hasta que descubrí que así no llegaba a parte alguna. Gilberto se consiguió una oportuna luxación de tobillo, con lo que la competencia resultó totalmente fútil. Un hombre acostado es muchísimo más lento que un hombre parado. Luego de esta conclusión, di por perdida la carrera, de la cual el propio Gilberto nunca se enteró. Mientras escribo esta página, Rodolfo me habla por teléfono y me comunica el fallecimiento de Berta, la hija de Gilberto. Y entonces el tono de estos párrafos cambiará inevitablemente. No es posible el buen humor ni la fraternal ironía cuando se está frente a un hecho irreparable, por más que se estuviera al tanto de su larga y desdichada evolución. Creo que sobrevivir a la muerte de un hijo es el dolor más grande que un ser humano puede sufrir, y nada habrá que lo mitigue nunca. Seguirá presente en la vida de los padres como si recién hubiera sucedido. No he visto aún a Gilberto. Huyo de las situaciones dramáticas, quizás porque son un hecho consumado y porque sé que morir es demasiado fácil y esa verdad está presente en mi vida cada día. Preferí redactar este mensaje, en el que expreso, creo, mi deseo y el de los amigos del café de la mañana en "Homo Sapiens", de compartir de algún modo su dolor, aunque todos sepamos que un dolor de esa naturaleza no es transferible. Es una experiencia límite, y tendremos que aceptarla así. Hoy el carcajómetro estuvo inmóvil toda la mañana. Estoy un poco cansado, y esta tristeza no es la de siempre sino otra, tal vez más justificable y más concreta.
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A veces, se escuchan desde las mesas vecinas, algunas conversaciones interesantes. Dos hombres, sentados cerca de nosotros, conversaban sobre el tema eterno: las mujeres, las relaciones, los éxitos y los fracasos, magnificados los primeros y disminuidos los últimos. Después de haber repasado los respectivos historiales, uno le pregunta al otro: "¿cuáles han sido las relaciones íntimas más satisfactorias que has tenido?" y el otro le contesta: "las que tuve con mi madre, antes de mi nacimiento". Aquí se acabó el tema, el que preguntó recordó algo urgente, miró el reloj, saludó al otro rápidamente, tomó su maletín y se fue. Creí ver, en el que quedó sentado, un amago de sonrisa, un tanto socarrona, mientras retomaba la lectura de un libro. Alcancé a ver su tapa: era "La pareja violenta" de Domingo Caratozzolo.
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El único modo de salvarse de las clases magistrales del Dr. Rubén Costos es quedarse en casa. En realidad, hay otro: matarlo, pero eso sería demasiado costoso.
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¿Te has preguntado alguna vez cuál era la ideología de tu padre, en la época de tu adolescencia, cuando comenzó tu avidez por conocerlo todo, o al menos, todo lo que pudieras? ¿Cuándo compraste libros que creías importantes, los que, casi sin haberlos entendido, alimentaban esa necesidad de saber que te abrumaba? ¿Libros que eran sistemáticamente descalificados por ese padre tuyo que nunca los leyó? Es bastante difícil formarse una idea de algo habiendo tanta desaprobación, surgida nada menos de la persona que esperabas te estimulara en esa inquietud. ¿Te acordás de un mamotreto suyo dedicado a la segunda guerra mundial, que leíste subrepticiamente, hasta que descubriste que estaba escrito por notorios simpatizantes del nazismo? Sería tal vez por eso que lo había escondido, pero no te fue difícil encontrarlo. Sería tal vez por eso que en tu casa casi no se hablaba de nada. Sería tal vez por eso que llegaste a independizarte y fue entonces que pudiste armar, laboriosamente, a partir de aquellos libros comprados al azar y el contacto con otras personas en el extraño (para mí) mundo universitario. Fue seguramente por eso que tus relaciones con tu padre se limitaron a lo indispensable. Y eso marcó una grieta en tu vida que aún llevas muy adentro. Y por eso el convencimiento que siempre tuviste de ser huérfano de padre, desde tu nacimiento hasta su muerte.
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Omar Tiberti, hombre de teatro, es también un hombre de aristas. No están a la vista, pero aparecen debajo de cada una de sus medidas intervenciones. Su preferencia por un discreto segundo plano es producto de su dimensión cultural. Con sobrados motivos para destacarse, dada la riqueza de su vida multiforme y lo profundo de sus pasiones, sobre todo por el teatro, no abruma a nadie, no salta al medio de las conversaciones, no discute acaloradamente con nadie sobra nada, y creo que, como Borges, prefiere que el potro tenga la razón. Pocos advierten su "peso específico", muy escondido bajo su presencia estable, tranquilizadora. Es una de esas personas que uno lamente no haber conocido mucho tiempo antes. Espero que en el tiempo que nos queda (¿o debería decir que nos falta?) podamos frecuentarnos un poco más. Y también espero que él piense lo mismo.
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Y cierro aquí. Hoy todo es vagamente gris. El dolor de un compañero es el dolor de todos los otros. Los hechos nos muestran brutalmente lo impiadosa que puede ser la naturaleza. La vida es transitoria. La muerte no.
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