Viernes, 7 de marzo de 2008 | Hoy
Por Beatriz Suárez
Camino en la cinta, subo a la bici fija, hago aparatos, vuelvo a la cinta, camino a caminata viva. ¿Dónde voy, qué estoy haciendo? ¿tanto lío, tanto fuego de artificio para bajar la panza? ¿tanto encierro para que el tríceps vuelva a notarse, a dejar de colgar, lucir las piernas sin celulitis, la papada afloje, la espalda se desinfle?.
Cinta, cinta, media hora, diez minutos, percha, veinte kilos, abdominales para ponerme la malla, pesas en el de la cola. Caminar, trotar frente al espejo, un kilo más en los brazos, un kilo menos en las rodillas.
¿Qué hago adentro de este cubo de vidrio? ¿adónde voy a llegar de tanto andar con un objetivo que no es Córdoba o Buenos Aires sino la balanza (que también tiene pesas)?
Me miro y miro a los otros, mis preguntas bailan al compás de una música indescifrable mezcla de rock, cumbia y un tarro de tachuelas que sin querer se le cayó al que armó los banquitos de la banda.
Escalador, culo al norte, el profesor se acerca, me acomoda, no sea cosa de que me crezca un rabo en vez de conseguir el objetivo de volverme un minón a los cuarenta y pico.
Sigo, sigo, cinta al mango. Transpiras y te dan una toallita con el nombre del lugar, venden agua, sonríen, todo calculado para que haya gordos o desacomodados eternamente.
Eso sí, va cualquiera, al que voy yo va cualquiera. Miro a una mina y digo "Dios mío ¿qué hice tomando tanta Stella Artois?" , miro a otra y me alivia "esa está peor que yo ¡cuántas medialunas se habrá mandado, porque yo con dos o tres mirá donde llegué?".
Un poco más allá tres flacos se miran entre ellos y al espejo alternativamente; las minas no existimos en ese mundo anabólico de hombres encremados.
Encuentro a mi amiga Margarita y empezamos a charlar tanto que me quedo sin aire, olvido que estoy en el gim y creo que es la orilla del río; viene otra vez el entrenador y señala la irregularidad.
¡Ah! Está encendida la tele en TN y mientras sudo pasan muertos, degollados, violados, asesinos, estafados, moribundos. El otro en Crónica dice: "Piba joven pensando adentro de un gimnasio, es primicia". Ciento trece accidentes, mil ríos inundados, el agua se acaba en veinte minutos y de pronto Santo Biasati. Qué horror, yo que venía a divertirme.
Y mientras avanzo con una cantidad de kilómetros y minutos que bien me alcanzarían para llegar a Arrollo Seco cada tardecita, me viene a la cabeza una imagen que detestaba de chica y es la de los hamsters.
Esos que, como mascotas, encierran los chicos en una pecera y la pobre ardilla corre esperanzada en la ruedita de alambre.
Una vez tuve uno y se murió quizás de pena, de extrañar el bosque, los yuyos, la tierra.
Todos allí moviéndonos sin progreso y levantando el peso de lo que nos comimos o de lo que no comimos. Hacemos vida de hamster triste.
Después de escribir esto me dieron muchas ganas de querer ganar Oroño o el bajo y darle, darle, darle hasta Victoria, o hasta Rio de Janeiro. Mejor hasta allí, Rio de Janeiro. Bienvenidos a Río. Qué lindo. O mejor aún a Punta del Este. Sí, sí, qué hermosura.
Uruguay, para tomarse unas Pilsen heladas a orillas del mar.
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