Jueves, 29 de mayo de 2008 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
En 1996, es decir diez años después de la muerte de Borges, Susan Sontag le dirigió una admirable carta. Es muy breve, pero sólo la citaremos en parte. En un momento la escritora recuerda algo que dijo en una entrevista que le hicieron en 1982: "En la actualidad no hay otro escritor que importe más a otros escritores que Borges. Muchos dirían que es el escritor vivo más importante (...) Muy pocos de hoy han aprendido de él o lo han imitado". Escrito cuatro años antes de que Borges muriera, se le podría decir a Sontag que las cosas no se han modificado demasiado. Tal vez, apenas un poco. Sigue siendo el que más importa a quienes escriben y no se aprende de él (tal vez porque no se puede) y además no se logra imitarlo.
La escritora norteamericana le escribe a Borges: "...lamento tener que decirle que en la actualidad los libros son considerados una especie en vías de extinción. Por libros también quiero decir las condiciones de la lectura que posibilitan la literatura y sus efectos en el espíritu. Pronto, nos dicen, tendremos en 'pantalla libros' cualquier 'texto' a nuestra disposición y se podrá cambiar su apariencia, formularle preguntas, 'interactuar' con él. Cuando los libros se conviertan en 'textos' con los que 'interactuamos' siguiendo criterios utilitarios, la palabra escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra realidad televisada regida por la publicidad".
Más adelante le comenta Susan Sontag a Borges que ya no habrá necesidad de quemar libros; lo que los destruya vendrá incluido en esos "textos" que se mirarán por televisión. En otro de los ensayos publicados en el último de sus libros que hemos leído en español, Cuestión de énfasis, habla de Barthes. Recuerdo que si uno de los primeros trabajos del pensador francés fue dedicado al "Journal" de Andre Gide, no parece simplemente una cuestión de azar que lo último que publicó Barthes antes de morir fuese un ensayo sobre los diarios de los escritores. Porque para Barthes lo esencial sigue siendo la escritura en sí misma.
Aunque los ensayos de este libro traten esos temas que siempre apasionaron a Susan Sontag, la verdad es que nos parece como si la autora hubiese dado una vuelta de tuerca y nos mostrara una mayor lucidez que la que ya tenía en sus otras obras. Sus análisis de la literatura, del cine, de la pintura, la fotografía, el arte en general son, diría, cayendo quizá en el lugar común, de imprescindible lectura. Algunos de sus ensayos son formidables, por ejemplo la mencionada carta a Borges, sus líneas sobre Pedro Páramo, o su nota sobre el bunraku que se abre con un epígrafe de Chikamatsu Monzaemon (16531725) que vale la pena reproducir: "El arte es algo que descansa en el estrecho margen entre lo real y lo irreal (...) es irreal, y sin embargo no es irreal, es real, y sin embargo no es real". El bunraku, nos dice Susan Sontag, es algo relacionado con un texto, se identifica con él, y ese texto es sagrado. De ahí la grave ceremonia que da comienzo a cada representación: antes de colocar el texto en un atril el lector principal ofrece ese texto y se inclina ante él.
Para todo buen lector, un libro (no todos, pero muchos) tiene algo de sagrado, algo que moviliza el espíritu del hombre. De allí, de saber eso, es que el libro es tan detestado por los regímenes autoritarios, en los que se queman los libros o se prohíbe su circulación. "La novela de Rulfo precisa Sontag no es sólo una de las obras maestras de la literatura universal del siglo XX, sino uno de los libros más influyentes del siglo...".
La ensayista norteamericana, que además pintaba, dirigía cine y teatro y fue una reconocida fotógrafa, vivió preocupada por todo lo que ocurrió durante fines del siglo pasado y comienzos de éste, tan intensos en destrucción, en muerte, en mentiras, en abandono de los más necesitados. Dada esa preocupación, es imposible no leer con la debida atención el ensayo dedicado a su decisión de poner en escena, en Sarajevo, el Esperando a Godot, de Samuel Beckett.
Sarajevo tiene un significado especial, no para todos, pero sí para aquellos que se interesan en la educación y conocen la historia del siglo XX. Cuando, en plena crisis de los Balcanes, Francois Mitterrand fue a Sarajevo sin que nadie lo esperara, lo hizo el 28 de junio de 1992. Para muchos eso no significaba nada, pero ése era el aniversario del asesinato que, en 1914, había desatado la primera guerra mundial. Solamente algunos historiadores profesionales y algunos ciudadanos de edad comprendieron la alusión. "La memoria histórica apunta Eric Hobsbawm ya no estaba viva". Y no sólo sigue sin una inesperada "resurrección", sino que se hace lo posible por anularla, por deformarla de manera tal que deje de tener el sentido que tiene.
Susan Sontag sabía lo que implicaba montar Esperando a Godot en Sarajevo. Y lo hizo. La obra fue estrenada el 17 de agosto de 1993. Uno puede deducir que todos lloraron de la escritora y de uno de sus amigos estamos seguros, ya que ella lo cuenta; de los demás es justo imaginarlo. De cualquier manera, Susan Sontag termina diciendo: "Nadie en el público hizo ruido alguno. Los únicos sonidos provenían del exterior del teatro: el bramido de un transporte militar acorazado de la ONU por la calle y el estallido de los disparos de los francotiradores".
Godot, como bien se sabe, no llegó al escenario de Sarajevo en ese agosto de 1993. Y tenemos como la tremenda certidumbre de que el Godot al que se espera no llegará nunca a todos esos lugares del mundo que reclaman como nunca su presencia.
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