Sábado, 6 de septiembre de 2008 | Hoy
Por Miriam Cairo
Llego tarde, aunque todavía queda en mí un resto de humanidad. Me tomo del cuello y me arrojo con rabia hacia delante. ¿Qué me pasa? Estoy pálida. Soy un fósil polvoriento. ¿Soy yo? No me reconozco ¿Soy mi aliada? Voy a crear una nueva vida. ¿Por qué aprieto? ¿No veo que me estoy estrangulando? ¡Soy yo! ¡Mi aliada! ¡Me asfixio! Está bien jugar pero no hacerme bromas de este tipo. Quise ponerme a prueba pero ahora estoy tranquila. Arriba ese ánimo. No me desaliento. Yo sí que soy carne de mi carne. Manos a la obra. Sólo faltan los últimos toques. Esta debe ser una nueva invención que se me ha ocurrido. No hay presente, no hay pasado, no hay nada. Nihilista de repente. ¿Qué ocurre conmigo? ¿No existo? Estaba engañada. Y no hablo de la creación del mundo. ¿Yo qué tengo que ver con todo eso? El mío era un sueño insensato. Cuando estaba sobria no sabía lo que decía. Mientras bebía vi. También es cierto que me emborraché por desesperación cuando comprendí que la idea que me salvaría era escurridiza.
Todavía no dije mi última palabra. Hace un momento era mi aliada y ahora he dejado de serlo. Las insignias de falible adornan el canesú de mis vestidos. Fui yo quien me las otorgué y soy yo quien las quita porque no son las que corresponden ahora que soy tan bilingüe y estoy tan bien vestida. Si quise una satisfacción ya la tuve: usé mis insignias. Pero las cosas cambiaron. Ahora tengo que acordarme de leer mi agenda. Ahora puedo comprar a crédito la felicidad con seis sillas, en cuatro cuotas.
No me di a la bebida, como suele hacerse, lo hice con cordura, por más que mi propósito haya sido excéntrico. El alcohol me ha equilibrado, me ha hecho ver el paso bueno de la vida. Voy a tener que perdonarme, porque me veo así, estabilizada por los bríos del ron y no digo que este uniforme es el oropel de la mortaja. No desespero. No voy a dejarme desnuda en medio de la historia. Cierro todas las puertas porque estoy en plena corriente de aire. Yo podría morir a fuerza de análisis pero afortunadamente tengo a mi aliada. Yo sé cuál es mi posición aliada. No comparto mi postura y creo que mi obligación es advertírmelo. Esto no me salva de una idea de choque. Conmigo o con mi aliada, las cosas empiezan estar cada vez más claras. El alcohol se me va a la cabeza. Me acoge en el último páramo. Baja. Sigue bajando hasta los reinos de la espuma. Alguien empieza a hablar. Qué olor a carne en el mundo. Mi aliada es encarnación de la sabiduría colectiva. Colecto y colecto sabiduría. La sabiduría que sabe y que enseña.
Con timidez me permito decirme algo. No sé, me noto rara cuando saco las cosas que están adentro. Me comporto con corrección, por lo menos. Yo, en mi lugar, me pondría de pie inmediatamente si estuviera sentada. ¿Quién soy, mi aliada? En fin, qué pregunta. Me parece que no me expreso del todo bien. Creo que me duele la cabeza y tengo los dedos marcados en el cuello. No es nada grave. Es que casi me estrangulo por necesidad. Me gusta ser mi aliada. Siempre supe que iba a entenderme. Incluso aquella vez en que me cerré el paso. O cuando me desconocí a propósito, para no reconocerme. No sé de dónde me venían esas inclinaciones. Siempre quise coronar mis sueños y terminar mi búsqueda para no dejar la cabeza descoronada.
Cuando llega la tarde me preparo para un viaje. Está claro que una no se va, pero de todas maneras hay un momento para abandonarlo todo. Alguien que también soy yo empieza a despedirme, sin hacerme sufrir, sólo para ayudarme, y yo me encariño hasta necesitar un abrazo largo y rosado como la cola de un dragón. Mi aliada se contenta con que no ocurra más que eso. Estamos solas mi aliada y yo. Nos sentamos en una sola silla y esperamos que pase una cosa irreparable.
El sorbo necesita el ron. El ron necesita el sorbo. Tengo que estarme agradecida porque satisfago mis ansias juveniles. Lo hago como si fuera mi aliada. Puedo encarnarme y desencarnarme. Recurrirme incansablemente. Mirarme azorada. No voy a tomarme a mal cuando mi aliada me exalte. Estamos ligadas por lazos de sangre pero nada más. ¿Qué puedo hacerme? Saltar y caerme inmediatamente. Yo misma me enseñé eso. Una enseñanza simple. Saltar y caer inmediatamente sobre mi destino. O sobre mi aliada. Me estoy asustando otra vez. Qué pálida estoy. Qué tenebrosa artesana de la falla. ¿Qué voy a hacer? Demostrarme el error. Explicar mi sistema. Confiar en mi atropello. Esta a quien llamo yo es el brazo temporal de mi aliada. Es mi carne hecha palabra. Soy pura, pura, oscuridad. ¿Qué dije? Pensé que no me importaría. Para mí no tiene ninguna importancia. Para mí tampoco. Espero, espero. ¿Ya no hice esto? Lo hice. Estuve muy ocupada esperando. Estuve brillante aquella vez que esperaba. Si no hubiera tenido que esperar no habría tenido oportunidad de hacerlo. Verdaderamente me sorprendo. De nada hago algo menos.
Digamos que tengo mis motivos para hacerlo. Yo no puedo decírmelo. Yo no me conozco todavía pero voy a demostrarme quién soy. Qué ceguera. ¿Dónde está el revólver? Ahora que estoy en orden no encuentro mi cabeza. Tengo el revolver y no encuentro la cabeza. Al menos me puedo dar un culatazo en la nuca. Yo me caigo y mi aliada escribe. Tengo buenas intenciones pero estoy muy nerviosa. Me pego fuerte pero no soy mala. Ya voy a ver. Me gustan las bromas y me gusta la charla. ¿Por qué desesperar? A lo mejor no me va tan mal.
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