Lunes, 24 de noviembre de 2008 | Hoy
Por Sonia Catela
Debo acordarme, pero ¿de qué? ¿qué era? antes de atarme los cordones lo tenía totalmente in mente y sé que me disponía a alertar a alguien de un peligro, con angustia, pero el timbre del teléfono me sacó y quedé plantado frente al patíbulo que se ejecutará vía telecom: "su hija...", aunque todavía la voz perdonó y se limitó a trivialidades, "invierta en lo más conveniente frente a la crisis", ofertando autos mientras me preparaba para el filo de la guillotina sobre la nuca.
"¿Era el doctor?" Lívida, Irina estudia un libro de historia: el álbum familiar de fotos, "Ocupate en alguna tarea, por favor, salí un rato, distraete", la acicateo, pero no se mueve de su archivo de vida, sentada en el banquito de Silvia, velando muertos antes de que mueran y sin responderme.
Qué asunto era, acordarme, ¿de qué? una cuestión grave. Al dispersarme, lo bloqueé para no exponer mi pellejo en dos campos simultáneos de batalla. Mi agenda... Si anoté en la agenda el mensaje a mí mismo sobre lo que urgía hacer, solucionado, seguro lo consigné en... ¿qué día es hoy? veinte de abril, me fijo me fijo y saldré del paso, "Atendé el teléfono si llaman, Irina. Voy a buscar mi libreta". "No me da el coraje" mi esposa se encoge como si cumpliera siete años; corro, entonces. Según lo meticuloso de mis hábitos, aparecerá el recordatorio en su lugar; no, hoja en blanco, blanco y nuevamente el gong del aparato, ojalá no lo pulse la voz que nos sienta al banquete del juicio final, "ah, la cuenta del servicio telefónico..." contesto, ¿para qué respondo si se trata de una grabación? Pero le daría un beso a la voz envasada de la mina sólo porque nos trae una noticia cotidiana, del orden de lo intrascendente, sin multitudes rodeando el patíbulo a la espera del espectáculo de tu cabeza cayendo seccionada por el flash de la cuchilla. Sé que lo que tengo que recordar involucra a Dora, se refiere al trabajo, una amenaza, pero del ring ring esta vez no hay escape, "¿Y cómo está mi hija, doctor? Veinticuatro horas ¿Tanto? Claro que esperaremos ¿y Silvia qué dice? ¿podría pasármela? ah, no habla, todavía no habla; esto nos está matando, sí, sé que hacen lo que pueden, como usted diga", y con un tecito de yuyos te largan cuando necesitás un bombardeo de medicamentos de alto voltaje sobre tu terror, "dejá de llorar, Irina, por favor, vas a ver que las cosas se resolverán, Silvia es fuerte", y de qué, de qué tenía que acordarme, sé que concernía a hoy, cómo no lo anoté en la agenda, pero el sábado Silvia andaba de veintidós años sobre los hombros, discutiendo con el mundo, cuestionándolo por entero como corresponde, y no había indicios de que el lunes la atraparía el conteo de una cuenta regresiva de detonaje, "Las energías, el empuje de su edad la harán salir adelante, mujer, vas a ver", "Salvo que no", "¿Por qué no cebás unos mates, Irina? unos mates nos caerán bien", mi mujer sigue con el conejo de peluche en la sillita, como si meterse en un viaje hacia atrás en el tiempo acomodara la situación; "Bueno, al fin, Silvia..." Va a decir: "se lo buscó", pero la atajo: "Callate, no sigas". Acuna al conejo. De repente: "No te olvides de avisarle a Dora", farfulla. "¿Qué?". "Me dijiste eso, que te hiciera acordar antes de las diez, y son las menos cinco". "¿No te aclaré motivo, algo?". "Vos me explicabas, Diego, hasta que dejé de escucharte; me sentía mal". "¿Mal?". "Tenía un presentimiento sobre Silvia". "Siempre tenés un presentimiento con Silvia". "Pero esta vez la detuvieron. Esta vez sí que la agarraron con las manos en la masa". Estira las orejas del conejo sobre su falda. "¿Por qué no pudimos pararla, Diego?". "¿A nosotros hubieran podido pararnos?". "Era muy diferente". "¿Te parece?". "Totalmente. ¿Por qué se metió con esa gente? Iban a usarla. La usaron". A las diez y media, el fogonazo de lo que tenía que recordar: Caerán los de la AFIP a inspeccionar nuestro local; si antes no se acomodaban los papeles y retiraban de los cajones las falsificaciones de filmes que comerciamos, un agujero de plata en multas nos tragará a Dora, a mí, pobres sobrevivientes del como se pueda. Tarde. Ya está sucediendo. Mientras, yo, amarrado con la horca del teléfono, cable que ajusta y sofoca, dejé que venciera el tiempo.
El teléfono sonará de aquí a poco. El abogado. Mi socia. Arrimo una sillita de cuando Silvia iniciaba el primer grado. Tomo el peluche devastado por sus caricias. "¿Te acordás de cuando..." digo. "¿Por qué ella se niega a hablar con nosotros, Diego?". "No lo sé, Irina, no lo sé". "Hacé que nos hable, Diego". Llora. "No puedo". Con el álbum, Irina se aprieta a mi lado. Va pasando hojas, años. Todos llevan un título. Por qué.
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