Sábado, 29 de noviembre de 2008 | Hoy
Por Miriam Cairo
Disculpe, pero quizás yo también sea una persona. Por eso lo invito a comer esta noche, en mi casa. No estoy hablando de sexo. No quiero alertar a sus órganos reproductores. Sólo lo invito a comer, a beber, a dormir. La procreación es cosa de los fecundos. Yo deseo ver su manera de estar de pie sobre una lámina fina de quietud. Prometo no respirar más de lo necesario.
Alguien podría hablar de mí como un jinete con referencias de una carne rosada y viviente. Pero no se preocupe. Con usted no seré jinete. Aunque desde donde estoy es difícil quejarse. Tengo las llaves de la puerta de un mundo que no tiene puertas. Si usted viniera, deberá saber algunas cosas. Las mujeres que llenan las páginas de las grandes epopeyas saben vivir y morir con esa doble máscara furiosa. Pero yo tengo una mórbida preocupación por no caer en el lugar común de la proeza.
¿Será importante lo que siente un caracol? Es una cuestión demasiado ardiente, sobre la cual, algunas personas pueden reencontrar alguno de sus problemas humanos, es decir, alguno de sus límites. Sobre todo, porque el caracol está a un paso de ser babosa. Ya ve. Nunca seré una mártir que se inmola por las grandes cosas.
Primero es necesario tener un cuerpo. Un cuerpo que a uno lo acompañe, lo cobije, lo exulte, lo tiemble. Un cuerpo que no evite las partes bajas. Usted no es quien me ha enseñado todo lo que sé, pero podrá enseñarme aquello que todavía no sé. Si es necesario le daré la mano guiñando sobre el abismo cómplice.
Esta distorsión entre el hombre caracol y el hombre babosa, entre la mujer caracol y la mujer babosa, es la célula de una biología quejumbrosa. Con la falsa idea de un todo en uno, los hombres sin luz continúan allí donde todo se ha extinguido. Qué más da. Son los mandatos del mundo que no habito. Por eso lo invito a comer esta noche en mi casa. No estoy hablando de sexo. A menos que usted desee hablar de sexo. Los hombres sin luz creen que es lo mismo abrazar una almohada que sostener un lucero. Y continúan allí. Nunca saldrán de allí donde todo se ha extinguido. Esto es lo que he dado en llamar la estética mórbida.
Se puede explicar una obra por su época o su proyecto. A mí me expulsa la época con su siniestro proyecto. He intentado no dejarme caer en la dulzura y los besos, pero el resto del mundo lo único que ofrece son bocas amargas como un pozo ciego. Venga. No hablaré de sexo, a menos que usted creyera que valdría la pena hacerlo. Seremos la noche y nos habremos perdido. Así hablo yo, cuando la noche vuelve y nada puede doler.
Tengo una inclinación natural por pensar en lo que nadie piensa, creer en lo que nadie cree, esperar lo que nadie espera. Para el resto están los escritores que dicen lo que hay que decir de tan grandes maneras. Venga a mi casa a beber, a comer, a dormir. El sexo de las babosas no nos necesita. El aparato no nos necesita. La literatura no nos necesita. Las especies en extinción no nos necesitan. Si la mejor parte del alma es la más fuerte, las mujeres babosa y los hombres caracol morirán alados.
Yo sólo creo en la parte más débil del alma. Yo no necesito un hijo suyo. Usted no necesita una hija mía. No quiero anudar su vida con un hilo de oro. Sólo lo invito a pensar un horizonte tangible de besos quemantes. A sentir un pecho alegre que hereda sangre de una pleamar rumorosa. Todo lo que pasa, pasa despacio aunque muera de prisa. La voluptuosidad del caracol es análoga a la de la babosa. La cópula entre el hombre caracol y la mujer babosa es ejemplar e inocua. Pero la cópula de los débiles es una enfermedad destellante.
La inmoralidad proviene de mezclar la moralidad de una cosa con la moralidad de otra cosa. La cópula de los débiles no debe medirse con la vara de las babosas. Por eso lo invito a comer, a beber y a dormir. Mi sexualidad cabalgante no puede mezclarse con el sexo de los buenos. Cada cual en su mundo.
Cuando usted venga y ponga sus alas en mis pies, prometo no lanzarlo en rápido vuelo. Al verlo atado a una roca y expuesto a la voracidad de los honrados, no me enamoraré de sus ligaduras. No preguntaré por la razón de su cadena ni la causa de su duelo. No veré su corazón famélico como una bestia cautiva y mal alimentada. Cada cual tiene derecho a prolongar su desdicha.
Cálmese. Por más que uno esté vivo todo cuanto se pueda, siempre llega la noche y se está menos vivo. En mi lecho, no romperé sus tetillas buscando el descargar del cuerpo. No guardaré una palabra entre los dos labios. Un suspiro entre los dos labios. Su dedo entre los labios. Sólo lo invito a ser un poco improbable. Desde donde estoy veo que el mundo es un esqueleto y el sexo de los débiles un generoso riesgo.
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