Lunes, 2 de enero de 2006 | Hoy
Por Sonia Catela *
Y si hay que colocar un retrato de Menem, lo ponemos, afirmé, y reconvine a Rosarito quien simulaba arcadas. Lo colgamos en el pasillo de entrada. Porque finalmente esta noche cenan en casa los Malbrán. Eludieron durante de tres meses nuestros convites formales y los contactos a los que hemos recurrido, pero bastó mencionarles nuestra colección de monedas para que accedieran. Tené cuidado con tu atuendo: detectan tanto lo barato como lo viejo que no se renueva por falta de plata. Te necesitamos, como a Rosarito, la que se proclama cautiva o secuestrada. Pero la gente joven y bella siempre adorna una mesa y no podemos prescindir de ustedes. Lo más probable es que los Malbrán lleguen a las siete. La bebida fue el primer problema. En nuestra bodega no quedan dos botellas del mismo palo. Fingiremos una degustación, una especie de vagabundeo por vides ciertamente incompatibles. Mi sobrina, Felicitas, aceptó simular que pertenece al servicio doméstico y servirá la mesa, pero protestó hasta que le tapé la boca con el broche de amatistas que vació mi alhajero.
Me dirás que los Malbrán se hallan al tanto de nuestras desventuras financieras ¿Quién no lo está? Pero su radicación en la zona data de tan poco... y su reticencia para relacionarse, ese empaque aristocrático con que se apartan, apuntalan la hipótesis de que ignoran nuestras vicisitudes... Llegarán a las siete y media, seguramente.
Rosarito rehúsa ponerse el vestido que acabo de comprarle, "transparente, obsceno", acusa. Yo la refuto: con cien mil pesos que les saquemos a los Malbrán..., qué digo, con cincuenta, con veinte mil... Debés convencer a Rosarito; apelá a tu ascendiente sobre ella. ¿Es que mi hija carece de todo sentido del humor? Podría divertirse con las circunstancias; me acuerdo cuando, a los postres, Dorita Seeman bailaba ligera de ropas sobre la mesa, en la que fuera la estancia de abuelo, solamente para complacer a los invitados. A las siete estate aquí, aunque lleguen a las ocho.
No precisaron horario pero imagino. Ponemos nuestras fichas en el magnífico servicio de plata que nos prestó tía Edith; en aquella mantelería familiar que ha venido a dar a nuestros baúles de tantas bodas, y en la vajilla de casa, con sus monogramas del prócer que inaugurara nuestro linaje; los Malbrán no tienen por qué enterarse de que papá la adquirió bajo la bandera de remate que se les colgó a los pobres Méndez. Hubo que rescatar del empeño al Spilimbergo; el hueco claro que testimoniaba su ausencia en el empapelado iba a desatar preguntas. El empleado de Arturo le prestó la plata hasta el lunes. Pero sigue en pie el problema del baño. Ellos, los Malbrán llegarán antes de las diez, deben llegar antes de las diez, si no, se secará el pavo. Habrá pavo, vaya a saber dónde consiguió tía Edith uno de esos bichos; en tanto cenemos, se hablará de nuestra colección numimástica. Hemos averiguado, a través de Mimicha, no sólo que los Malbrán son menemistas sino también que coleccionan monedas. Rosarito hizo un escándalo pero terminó consiguiendo el retrato de Menem en una Unidad Básica, donde tuvo que afiliarse para lograr el póster. Si es necesario, que muestre la ficha ¿y si se fijan en la fecha?
Afortunadamente hemos conservado los ejemplares numimásticos de tío Reinaldo, sestercios de la era de Claudio, dracmas de plata del siglo IV, lo que nunca se pudo colocar debido a su sospechosa legitimidad. Pero sólo un ojo experto podría dictaminar, a simple vista, la falsificación. No los Malbrán en su primer escrutinio. Si es necesario, nos desprenderemos de alguna pieza para congraciarnos con ellos, que llegarán a las nueve, nueve y media casi con certeza. Prima Clarisa me ha socorrido con el perfume: mis frascos de esencias se fueron secando como un pozo petrolero; Clarisa conserva la mitad de un "Carolina Herrera" y me lo traerá un rato antes. Pero ¿y Rosarito? ¿qué se pone? ya veremos... Es previsible que los Malbrán arriben a las nueve, nueve y media. Que no se seque el pavo. Te decía que el baño clausurado constituye el problema irresuelto. No hubo manera de ponerlo en funcionamiento, con las cañerías totalmente corroídas. Y mandar a esa gente al del patio... Improvisaremos. Cuidado con tocar el tema de escuelas o universidades, nadie decente manda a su prole a establecimientos públicos. Ya aleccioné a los chicos; aseguraré que se los prepara mejor en casa, con tutores privados. Y si los Malbrán no llegan a las nueve y media, que no pase de las diez. Por el pavo. No han confirmado hora.
Por suerte hoy no televisan ninguno de esos partidos de fútbol a los que son tan adictos los señores; motivaría que hubiera que encender el aparato y dar explicaciones sobre la ausencia de Cable. Ya son casi las once, y yo sigo aquí, escribiéndote. En la planta baja no se advierte movimiento. Los Malbrán todavía no aparecen. Serán de los que demoran su desembarco. Aquí Arturo entra a acostarse. ¿Y los Malbrán? pregunto. Me replica con un exabrupto irreproducible. Se desnuda y se tira en la cama. Me pongo el camisón y me recuesto. Mañana habrá que levantarse temprano y pulir los prepararativos para la venida de los Malbrán quienes nos visitarán para acompañarnos en la cena. Con toda certeza. ¿Verdad, Arturo? No me explico por qué cada dos palabras este hombre me llama como me llama. Pero vos venite a eso de las seis de la tarde. Que ellos llegarán, a más tardar, siete y media. Y con cien mil pesos que les saquemos... qué digo, con cincuenta, con veinte, solucionamos nuestro apuro.
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