Viernes, 12 de junio de 2009 | Hoy
Por Bea Suárez
"El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la Patria, la libertad, un ideal, etcétera".
Sigmund Freud. "Duelo y melancolía". 1915
Uno vive perdiendo. Hasta la audacia. Hasta la audacia mínima.
Pierde un amor por anticipado, la usura del amor, sus curvaturas.
Se pierde un amigo, un partido. El tiempo se pierde como una innecesaria verdad, hasta llorar lava en ver de suero fisiológico.
Se pierde la locura fibrada, viajar al mar, la conciencia; la libertad suele perderse en el bosque de una fantasía. Se perdió el pensamiento agrario por parte de un gobierno y nadie sabe porqué.
Se extravían palabras en medio de mi existencia, nadan sin rumbo, caminan como pulso de algo; microscópicas van frases hilando e hilándome y voy perdiéndolas para siempre calzada de alpargatas.
Pierdo la salud de a poco, la juventud, pierdo pacientes y paciencia, siestas, dientes, y mi particular sistema de dominio disminuye su potencia.
He perdido ideas, partes de triciclo, lamparitas, víveres, por leer, unión, por creerme imprescindible.
Se pierde el afán, la confianza, se vuelve tartamudo el vivir cuando reitera lo no tenido.
Se va un alguien y se lo extraña con barbaridad, esa barbarie luego hace de antiparras para que el mundo no vuelva a caerse.
Se pierden nociones de familia, estridencias, pierden sandías los camiones volcados de los noticieros, pierde plata la bolsa, tumba, quiebra; el vapor se va al aire por las mañanas de los fríos.
Mi abuelo canillita se perdió un día entre los principales títulos, al mirar con el rabillo ya no estaba.
He dejado misas delirantes, cosas confusas; algunas desposesiones rectangulares van marcando la vida, la vuelven quejumbrosa.
Antes de ayer perdió Maradona, con Menem perdimos casi todos, vinieron inundaciones donde flotaban fotos, Tartagal provocó insuficiencia y barro, en el mar se clavó una aeronave y perdí nafta alegre para mis frases.
Uno vive perdiendo, es plegable, en cada pliego cae algo al vacío, algo que no veremos nunca.
Maneras romboidales de recorrer Rosario, la polvera con cisne respectivo que me acariciaba anda a saber por donde anda.
Pierdo un turno, un maletín, una liga, una oportunidad. En un neceser van los cosméticos que no lograron maquillarme.
Se perdió agua, ozono, glaciares, calidad de vida, futuro, electricidad y gas en forma irreparable, ciertas buenas costumbres, las cartas en papel.
Se fueron las sirenas, la palabra canyengue; en exilio quedó algún castellano esperando dones de hablantes que quieran volver a usarlo.
Pierdo células a montones, se van con todo, mi esperanza hace mitosis y genera muy poco.
Pérdidas en zigzag por calle San Martín, dejar un sueldo en una gorra por un titiritero que desparrama su saber, perder minutos, tensión.
Perder como en la guerra. Perder hasta las ganas de comer.
Pérdidas acompañan la vida como la baba al caracol mientras sucede en la pared principal de nuestra casa.
Y a veces parece mentira que así fuera.
Y a veces no nos conformamos con la perla en la mano. Con el canesú de los días o la certeza de la palabra conocida.
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