Martes, 23 de junio de 2009 | Hoy
Por Carta Abierta Santa Fe
Una imagen de estos días testimonia la actual encrucijada argentina. Mientras el conjunto de los pueblos americanos habilitaban el reingreso de Cuba a la OEA, dando por concluido un largo ciclo de oprobiosa exclusión, la oposición política prestaba genuflexos oídos a una exigencia empresarial para evitar la incorporación definitiva de Venezuela al Mercosur.
Así se procede en estos días. Bombardeando una experiencia de imprescindible mancomunión continental para resguardar cerrazones ideológicas y rapaces ganancias de sectores de poder que recelan de la acción del Estado cuando ésta se orienta a restringir las lacerantes distorsiones del mercado.
Pues resulta claro que la ofensiva contra la estrategia de nacionalizaciones emprendida por el chavismo apunta a condicionar a futuro a un gobierno que ha mostrado hasta aquí disposición para proteger los derechos de los trabajadores cuando éstos resultan vulnerados, a desestimar presiones corporativas cuando se tornan lesivas para el interés nacional, y a privilegiar el vínculo latinoamericano con gobiernos progresistas cuando los siempre amigos de los amos del norte buscan reponer con apenas algún recato las relaciones carnales que supimos conocer en la década del 90.
Es claro que cada proceso nacional porta características en un punto intransferibles, lo que torna fatuo suponer la traslación a escala local de un fenómeno que se proclama socialista como el venezolano. No obstante, desde el 2003 a la fecha la correntada latinoamericana a favor de democracias autónomas e integradas socialmente encontró consistente eco en un gobierno nacional que, aún con marchas y contramarchas, procura desterrar los resabios de un proyecto de país que modeló la dictadura militar iniciada en 1976, tomó cuerpo definitivo durante los gobiernos de Carlos Menem e hizo eclosión durante el rotundo fracaso que significó la gestión aliancista encabezada por Fernando De La Rúa.
La purificación de la Corte Suprema de Justicia, la lucha contra la impunidad de los genocidas de la dictadura, la reestatización de las AFJP, la Ley de Educación, el retorno de las paritarias, la desvinculación del FMI, la recuperación de Aerolíneas Argentinas o el proyecto de Ley de Servicios Audiovisuales son ejemplos nítidos de una gestión que repuso el valor de la política, entendiendo por tal la convicción de que sólo afectando los intereses más conservadores de la Argentina será posible garantizar niveles creciente de equidad social y autodeterminación nacional.
La actual coyuntura electoral define entonces si el rumbo emprendido logrará consolidarse, como un piso estimable que requiere ser profundizado, o si las mismas fuerzas reaccionarias que se nuclearon para resistir la implantación de la resolución 125 o que vociferan por la libertad de prensa para prolongar la vida de los monopolios mediáticos, logran hacer girar la agenda política en un sentido francamente regresivo y atentatorio de los logros palpablemente obtenidos hasta aquí por los sectores populares.
En la provincia de Santa Fe los posicionamientos parecen claros. Mientras los candidatos del Frente para la Victoria han sido consecuentes a la hora de defender los avances históricos concretados en estos años, Carlos Reutemann se prepara para convertirse en el futuro referente de un peronismo nostálgico de la experiencia neoliberal, y las figuras principales del Frente Progresista corrieron el cuerpo al momento de acompañar las trascendentes medidas que afectaron los intereses más espurios de la Argentina.
Sería necio entonces no advertir las acechanzas que circulan si el gobierno nacional no fuese convalidado por un importante acompañamiento ciudadano. Oscuras voces de la vida política adquirían audibilidad, vergonzosos clasismos y formas encubiertas de racismo que supimos observar en calles y rutas de nuestro país supondrían que llegó su agazapado momento, un momento que en algunas funestas mentes desembocaría en intentos de deslegitimación de la propia autoridad presidencial.
No deja de llamar la atención que incluso fuerzas que no dudan en autodefinirse como de centroizquierda funcionen objetivamente como ornamento progresista de un evidente bloque restaurador. Proponer una suspensión de las retenciones a las exportaciones de soja o pretender incluir en sus listas a un cabal representante de la más rancia derecha argentina como Mario Llambías habla a las claras de una disociación entre la identidad ideológica a la que se dice adscribir y el recetario programático que viene a encarnarla.
Abroquelarse para preservar lo conseguido y denunciar las diversas maneras en que el poder conservador procura reintroducir la lógica neoliberal en la conducción de los asuntos públicos, no puede impedir sin embargo el necesario reclamo de que un horizonte de futuro se instale también en la arena del debate electoral.
Queremos decir. El rumbo en marcha contiene méritos que suscribimos pero también omisiones que advertimos y correcciones que corresponde realizar. Una recuperación creciente en el manejo de nuestros recursos naturales, una imprescindible recomposición de la confianza en las estadísticas públicas, un combate más decidido y eficiente contra el trabajo en negro, una nueva arquitectura normativa que regula la actividad financiera o una reforma tributaria que apunta a mejorar la aún inequitativa distribución del ingreso, son sin duda algunas de las asignaturas pendientes de un gobierno nacional que deberá para eso no sólo conseguir apoyatura electoral sino también volver a urdir una entramado de alianzas sociales y políticas más amplio que el que hoy detenta.
Desde el espacio de Carta Abierta convocamos a fortalecer un esfuerzo latinoamericano que no ceja en su batalla por eliminar todo vestigio del capitalismo salvaje que padecimos en la década del 90, como así también aspiramos a incorporar nuestro aporte crítico al momento de sugerir caminos y estrategias adicionales de transformación, que eviten que la claudicación ideológica, las conspiraciones filogolpistas o las torpezas en la gestión desbaraten esta etapa de reparación histórica que atraviesan los pueblos de nuestro sufrido continente.
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