Viernes, 20 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Bea Suárez
Después de la tormenta, la ciudad muestra un entrevero de desgracias, cáscaras, cosas izadas por el viento, perros recuperadores de comestibles, un poco de congoja mojada que intenta ponerle a cada árbol su prótesis perdida de hojas.
Antes llovía menos, o el recuerdo es ermitaño, no sé, la memoria terca pretende hacer de las lluvias antiguas pequeños remansos que no mandoneaban a la ciudadanía como el jueves éste a la madrugada. O quizás habría menos objetos para tumbar y la gente traducía el pavor a los tornados a un lenguaje de yerba y azúcar.
No vivíamos para geologías ni anatomías de calles arboladas, circundaban los rayos nuestro pensar agropecuario, el llover era un don no anunciado por TN.
Cosas que se cruzan entre catástrofe y vida cotidiana, antes piedras ahora pedrea, seguros contra todo, compañías contentas con excesos de póliza que incluyen nada más que el porvenir. Cubre, cubre y cubre.
Delimito la ciudad con una caminata de post guerra meteorológica, a alguien se le volaron varias bolsitas, naranjas aplastadas, asientos tirados con su lana, un vademécum que no sirve. Es la humedad plural que el masacote de viviendas hace, chapas, vívoras, gente sorprendida en la incomunicación.
¿Te pasó algo anoche?. ¿Te llovió adentro?. Uy! No bajé la ropa. Justo guardamos el auto. Se suspendió. Como llovía no pude ir.
Me acribilló una nube de repente, imaginé gotas de a miles agitando ventanas, asustando, el cielo en refucilo, trabajo de soldador con antiparras, soldándolo y no pudiendo, el cielo abriéndose para que el agua pase entre vidrios violeta y murciélagos.
Rosario entre víveres y obstáculos, ramas de mucho pelaje, gente triste, mujeres delimitadas por la escoba, silencio a casa destruida, muros transformándose en grito, indolente el señor mira la infinitud de una cloaca, y llora.
Después de una tormenta a Rosario no se la oye, invisible y en canoa viaja, quejumbrosa va la razón cotidiana a vérselas con el tiempo como si fuese todo una música callada.
Mosquitos alisados con el cuchillo del termómetro, apariencia mullida y sonora de una época que no está mas, en que éramos niños y nos contenían los grandes con sus truenos, ya no, ahora nosotros abrazamos porque no pasa nada. Dormite bien.
Unica señal de que existimos, de que el escobillón no arrastrará la esperanza del planeta, la tala, la ecología inentendible, el motor de los nuevos tiempos, el recorrido inverso de cierta inocencia.
Rosario es otra cuando para, cuando para la lluvia y sus habitantes volvemos a vivir y a respirarla con el corazón en una esponja que absorbe su humedad y sus ventajas.
La del jueves podría ser una noche medicinal en que el agua se llevara imperceptiblemente todo el dolor reinante, la inseguridad, y, en ataúd festivo, la pobreza, el duelo, los errores, y la melancolía del amor.
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