Jueves, 11 de febrero de 2010 | Hoy
Por Irene Ocampo
Patricia entró en el locutorio y pidió una cabina, como siempre. Pero en su mirada noté algo más. Cuando salió, no pude dejar de preguntarle si no la podía invitar con un café de la máquina expendedora. Primero dijo que no, que estaba apurada, pero después cambió de idea.
Aprovechamos que no estaba el dueño, y nos sentamos enfrente de la computadora que está al final del salón. Hoy estaba más linda que otros días, con sus rulos completamente erizados. No se parecen mucho con Cintia, salvo en la mirada, que según ella comparten con la madre.
-Cintia me dijo que querías hablar conmigo-, me soltó directamente, Patricia. Yo me hice la tonta, pero aproveché que ella empezó.
-Sí, me quiero mudar, y quiero averiguar por un lugar que yo pueda pagar, pero que esté en buenas condiciones, y como vos estás en el negocio, quería pedirte consejo.
-¡Ah!?- dijo primero, y se sonrió.
-En estos momentos tengo pocas ofertas para recomendarte, los precios están muy altos, pero no sé, ¿por qué zona estás buscando?
Su respuesta, pero más su sonrisa, me dejaron dudando, igual me mandé.
-¿Por qué te sorprendiste? ¿dije algo malo?- le pregunté.
-Pensé que como sos amiga de Cintia, querrías tirarte un lance conmigo-, dijo como apurándome.
Casi se me cae el café encima de la emoción, pero más me entusiasmé porque me dejó la pelota picando de mi lado de la cancha.
-Yo no soy amiga de Cintia, soy su amante- le aclaré, con toda la intención de incomodarla.
-Y si quisiera tener algo con vos, te lo diría directamente, Cintia.
Ahora sí, aproveché su supuesta apertura, y mirándola a los ojos, vi cómo sus gestos duros, se transformaban en una mueca, y su mirada se desviaba.
-Te agradezco la sinceridad- me contestó completamente nerviosa, buscando algo en su cartera.
-Es una de mis pocas cualidades? le devolví, ya completamente fría.
-Me tengo que ir, se me hace tarde- dijo, levantándose de la silla.
-Te doy mi teléfono para que me avises si sale algo por esta zona, o más cerca de la terminal, también me conviene-.
Le chanté el papelito con el número en la mano cuando se iba. Se fue caminando rápido, acomodándose la correa del bolso en el hombro derecho. En un momento la vi cómo se paró en el borde de la calle, mirando si venían autos, antes de cruzar la calle, y alejarse ya definitivamente del alcance de mi mirada. Me dejó un poco de su perfume en el aire del locutorio. No duraría mucho, seguramente.
Había algo en Patricia que me decía que podía confiar en ella. Y también algo más que me hacía dudar. ¿Por qué insistir en intentar levantarme a una chica que sale con tipos? ¿Acaso no es una de las reglas que dijimos respetar con las chicas? Todavía me parece recordar aquella charla en el bar antes de entrar al boliche. La Petisa y la Colo, casi las dos en estéreo, confirmaron que nunca de los nunca jamases intentarían con una hétero. Yo les dije: ¡Qué feo suena eso! y se me quedaron mirando, y en seguida saltaron con que te histeriquean y después te dicen que sos vos la confundida, y que esto y que lo otro. Y yo les dije: "¡Pero chicas! Si son todas minas. Al menos para mí... Sean tortas o no, algunas son más histéricas que otras, pero creo que ninguna zafa de esa, o ¿no escucharon esa canción que dice ¡las histéricas somos lo máximo!?
La Petisa se rió mucho cuando escuchó ese estribillo. La Colorada, parecía no entender, pero yo creo que ya estaba un poquitín borracha.
Cintia me advirtió que su hermana era prejuiciosa con sus amigas. Sin embargo, cuando me contó cómo le preguntaba por sus salidas, qué hacíamos, y sobre todo cómo le había ido cuando salió conmigo, me di cuenta que a Patricia le había picado la curiosidad. Yo nada de esto le dije a Cintia. Esto es una cosa mía. Y hoy cuando la miré a los ojos, Patricia no pudo hacerse la tonta. Pero lo que no sabe Pato es lo que a mí me atraen esas minas que ocultan sus dudas detrás de esa máscara de frialdad y hermosura.
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