Jueves, 11 de febrero de 2010 | Hoy
PSICOLOGíA › LOS SERES HUMANOS CANTAN PARA ARREGLAR UN DESARREGLO CONGéNITO
Una parte del cuerpo que se desprende, se separa y se pierde. El sonido del habla es primeramente reprimido haciéndose letra inconsciente. Su retorno elude el sentido de las palabras, es decir la huella del Padre.
Por Gonzalo Garay *
No es seguro que los pájaros canten. Quizá escuchamos sus sonidos con nuestro oído de humano cantor. No sabemos cuándo el Hombre empezó a cantar, pero es posible que haya ocurrido al mismo tiempo que empezó a hablar. La materia que vincula estas dos acciones es La Voz.
Decimos "la voz de tal o cual persona": la consideramos, entonces, una parte de ella, del cuerpo de ella. Una parte del cuerpo que se desprende, se separa y se pierde y, sin embargo, es en ese único momento que podemos decir que es su voz.
La voz es el vehículo de la palabra, pero para lo que ella la palabra nos hace saber, la voz no es necesaria. Cualquier código, gestual o escrito, sería suficiente. La voz tiene la propiedad de entonar, de crear tensión en la palabra, tensión que a su vez no puede ser explicada por la palabra misma. La tensión, la entonación se independiza de la palabra y cobra vida, una vida que carece de significación propia, que le debe ser dada por quien la escucha y no se ajusta al código de los signos. Por el contrario. Lo rompe. Crea con frecuencia malentendidos porque el tono desmiente lo que la palabra parece afirmar. Induce el enojo, el amor o la tristeza, la seducción, o la fascinación más indecorosa. La voz será entonces dulce, imperativa falsa o tonante.
En la entonación del canto resuena nuestro propio tono. De esta conjunción nace el temperamento, que quiere decir "combinación adecuada"; solo que la adecuación siempre falla. No exista la clave de lo bien temperado. Hay solo arreglos; de eso se ocupa el arte, en general, y por supuesto el canto. Los seres humanos cantamos para arreglar un desarreglo congénito, irreparable, que sin embargo nos hace humanos; desarreglo que resulta de la inadecuación entre el oscuro y abismal deseo materno y nuestro cuerpo apresado en un erotismo extenuante, inflado hasta el borde del estallido por querer ser aquello que a la madre le falta. Por ser nada.
¿Pero es siempre así? No. Muchas veces nos encontramos mirando un prado verde y florido; palpando la caricia de la seda, canturreando. Otras, una compulsión nos impone una melodía una y otra vez de manera estúpida.
El niño que balbucea no lo hará bellamente pero sí de manera que suscita simpatía. Es un pequeño artista. Todos lo somos casi siempre y en esa creación que es el acto de cantar, por ejemplo, aunque no hayamos inventado lo que cantamos sí inventamos el camino, a pesar nuestro, por el que encontramos con placer aquel horror de la contienda infinita entre la desaparición en el llamado materno y el auxilio prestado a tiempo por un Padre.
El que canta representa con su canto lo irrepresentable de aquella Nada incestuosa y lo imposible de perderse en ella por culpa y gracias a un Padre. Nadie canta si no tiene inscripta la instancia de la letra en el Inconsciente. Si no, lo haría como los pájaros o los loros por puro mimetismo. De esta manera la escritura es anterior al canto como lo es anterior al habla. El sonido del habla es primeramente reprimido haciéndose letra inconsciente. Su retorno elude el sentido de las palabras, es decir la huella del Padre.
Emerge como imagen musical que nos muestra al oído lo que fue la demanda de la madre: de que nuestro cuerpo respondiese por lo que le falta.
En la insólita aria para soprano de la Gran Misa en Do menor de Mozart: "Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex María Virgine, et homo factus est." "Y fue encarnado por el Espíritu Santo de la Virgen María y fue hecho hombre", la palabra "factus", "hecho", señala el tiempo de gestación de Jesús por Su Madre. Esta palabra es descompuesta en "fa" y "ctus". Pues bien, el fonema "fa" es cantado sobre la vocal "a" en, quizá, uno de los más largos melismas de la historia de la música. Uno de los más extensos Goce de la Madre jamás escrito. Éste se interrumpe al sonar el padre en la consonante "c" de "ctus".
Podemos gozar como melómanos en el punto en que la belleza nos hace barrera velando el objeto y separando al sujeto de padecer la demanda de perfección fálica de la madre.
Hay una independencia notable entre la letra poética y la música propia del canto. En principio, como dice Borges, (porque sigue diciendo)... "Estoy seguro de que lo mas importante no es la metáfora ni el argumento (de un poema), sino la cadencia de una frase". Cita un verso de Lugones:
"El jardín con sus íntimos retiros. Dará a tu alado ensueño fácil jaula".
Borges subraya que no es el sentido del poema lo importante sino la música de la frase "fácil jaula".
El goce de la música y el canto, por supuesto, están más allá del muro del lenguaje. La música y el canto carecen de sentido; o mejor dicho, cualquiera puede ser el sentido; y esto es lo que hace de la música el remanido lenguaje universal.
* Psiquiatra. Psicoanalista. Profesor Titular de Problemática Psicológica de la Facultad de Humanidades y Artes; Profesor Adjunto de Estructura Individual del Sujeto III de la Facultad de Psicología, UNR.
Fragmentos del artículo publicado en la Revista Extensión Digital nº 2 2009, publicación de Facultad de Psicología UNR. Más información:
http://extensiondigital.fpsico.unr.edu.ar
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