Sábado, 10 de abril de 2010 | Hoy
Por Miriam Cairo
Unas cosas y otras hacen que la vida cotidiana se revierta. La vida cotidiana que con sus modales de señora a todo le va quitando poco a poco su significado y su valor.
Suave, un pájaro hembra apareció y emplumó su pecho de nube dilatándose hasta desprender manchas estremecidas. Unas cosas y otras hacen que la vida cotidiana se revierta. El pájaro hembra se alzó radiante como una novia en llamas y el hombre, con su cuello de simio, separó las rodillas dejando caer los brazos para sentir.
Suave, el ave desnudaba en él la energía. Le descubría el vertebrado silencio dilatándose en sus mandíbulas hasta el boqueo. Unas cosas y otras hacen que la vida cotidiana se revierta. Hay una luz que tiene sombras. Hay un muerto que tiene vida. Hay un final que recomienza. Hay un pequeño punto en la nariz. Esta es la forma en que lo enterrado se desentierra de los sueños.
Suave, el ave hembra surgió de una región suave donde casi no había sonidos. ¿Por qué en torno suyo giraba, se descubría, se revelaba el exquisito silencio? Unas cosas y otras hacían que la vida cotidiana se revirtiera.
Suave, el pájaro hembra tocaba con los pies, o una mano, un son hasta llenar la campana transparente del aire. Tocaba con el ala una música que reunía las hojas separadas por el viento.
Esta es la forma en que el pájaro hembra apareció y se emplumó desenterrando lo enterrado en una luz que tiene sombras y en un silencio que tiene música. Unas cosas y otras hacen que la vida cotidiana se revierta.
El se arrodilló, lloró, libó impropiamente lo propio de mi deseo. Del Monumento a la Bandeara hasta Notre Dame el camino es largo. El hombre arrodillado lloraba y libaba a la manera de un disco rayado. Demás está decir la inmensa gratitud que este inconveniente me causaba. Una cosa es el largo camino a Notre Dame y otra cosa una embriagada de piernas abiertas que flotaba como una rosa en el río.
Mientras él hacía las mejores preguntas, contra viento y marea yo abrillantaba la cabecita de nudo de víbora a todo nervio, y simulaba el movimiento de una persona alada. Más allá de las estatuas rupestres y del sermón lacrimal de los corderos, vestido con un slip único, el arrodillado cerró las manos y no cesó de afirmar el amor en sí mismo, al ritmo de una música bella y obscena. Trágico e inviable como un amor no consumado, el arrodillado no rezó pero permaneció en posición por un tiempo, todo el tiempo necesario hasta llegar a Notre Dame desde el monumento. Yo podría decir que en las ciudades techadas por el cielo, Dios también existe y que sus ángeles protegen al que liba. También podría jurar que los amantes son como los astros en perpetuo movimiento. Incluso que sus días son alegres como música de pájaros. Podría dar fe de que los amantes se desplazan y se cruzan por las calles estrechas a velocidades vertiginosas. Yo podría reconocer que sobre los blancos y desnudos huesos se producen los eclipses en el instante en que un cuerpo es ocultado por otro cuerpo. Y decir también que todo esto ocurre constantemente con música. Y al mismo tiempo podría preguntarme si este universo ha existido siempre.
Aunque ningún sonido baje desde el aire plegado, la experiencia ha demostrado que entre rosas y sombras sólo el jazz produce en su alma, el efecto esperado. Ese es el momento en que se sienta en la vereda de enfrente y reniega de las fórmulas conformistas.
Frío como la luz, tiene que correr entre las líneas cruzadas del deber y el hastío. Y aunque de niño no le enseñaron que el pan era una cosa santa, la mitad de su vida se ha dedicado a ser un hombre de negocios difíciles. En la segunda mitad, ha vislumbrado el río de aguas oscuras y de vez en cuando se ha arrojado a la luz de sí mismo. Sólo de vez en cuando ha logrado que alguien hiciera contacto con su sonoro corazón de epifanía. En esas ocasiones, ha podido usar su propio lenguaje ajeno a las gastadas palabras de los otros.
Aunque ningún sonido baje desde el aire plegado, la experiencia ha demostrado que en sus ojos, el cielo le administra oscuras promesas de otro mundo que es el mundo propio. Sin embargo, la paz suele serle suministrada como morfina y el descanso nocturno se presenta en una especie de flotación terrestre.
Aunque ningún sonido baje desde el aire plegado, la experiencia ha demostrado que el hombre, contra viento y marea, cuando es absolutamente necesario, en vez de tenderse enroscado, atrapado, impotente, se atreve a descubrir su propia alma dormida en el colchón, como si estuviera en el centro de la blanca luna deseada eternamente. Entonces, contra viento y marea enciende un cigarrillo y vaga en secreto por los ríos murmurados de la noche.
A veces, el yo resulta una amenaza en su desmesurado heroísmo.
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