Sábado, 17 de abril de 2010 | Hoy
Por Por Miriam Cairo
La brevóloga mórbida tiene razones (minúsculas, claro) para estar en desacuerdo con el mundo y sus treces. Si yo le doy lugar en mi pensamiento es porque además de mórbida, es breve, o sea, su vanidad dura poco: no viene atestada de grandezas. Ella apenas comunica las astillas de sus verdades y no considera que su lucubración sea siquiera superior el dedo meñique de Bachelard y su episteme. Por eso me permito repetir algunas de sus relampagueantes conclusiones a saber:
"Tan pronto como hablamos de alma le damos a ésta una entidad glorificada. En cambio, si hablamos de cuerpo a éste le reconocemos una existencia de escasa reputación y honradez. Pero, ¿acaso no es ella la infectada, la traicionera, la oscura"
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Queda claro que la brevóloga no es una reconocida profesora de física y matemática en la Universidad de Gotinga ni en ninguna otra. Además nunca será leída por Goethe, ni por Tolstoi, ni por Kierkegaard ni por Cortázar, pero acaso, precisamente por la escasez de pretensiones, resulta tan llamativa su lucidez de dos palabras elevadas a la enésima potencia del imposible:
"El inventario, en términos de recuerdo amoroso, resulta de la búsqueda de la esencia. ¿Por qué, si una va con su sexo a todos lados, con alguien puede ocurrir todo aquello que con otro no ocurre? De este acontecer una puede distinguir en todos lados el ser del ente. Y esto comprueba el carácter metafísico del inventario".
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Sólo por intriga, o tal vez curiosidad, o mínimamente por misericordia, cedo espacio en esta página, siempre honrada por autores que la colman generosamente de palabras, a la modesta hazaña de la brevóloga mórbida, empeñada en economizar lenguaje para expandir significados. Entiendo que, por su empecinamiento, está a un paso de soledad absoluta, muy lejos del oído masón de la cofradía literaria: "La gente que anda por el mundo como cigarro erguido y no comprende el amor por los relámpagos, se niega a penetrar el silencio y a leer con más cuidado".
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Como si no fuera suficiente el propósito de enfrentarse contra el género dominante, al negarse a escribir todo aquello que no hace falta sea escrito, a la brevóloga hay que reconocerle también el bizqueo con el que nos propone mirar lo que el mundo pretende como establecido y derecho: "El entorno visible detesta los procesos invisibles. El entorno comprobable rechaza los estados ilusorios. Los destiladores sólo confían en lo que ven con los ojos y se creen dueños de lo que atan de pies y manos".
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A esta suma de obstinaciones agreguemos también el ejercicio empedernido de la poética del reverso: "Cuentan las aves dignas de volar que si no levantaran los ojos creerían que ellas son el punto más alto, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de los pájaros".
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Si una quisiera conseguir para la brevóloga, algún tipo de perdón, no digamos ya, un reconocimiento, podríamos focalizar en sus esmeros por hacer alto lo bajo y por reconocer lo puro de lo impuro: "Con la esperanza encima del corazón, cada mañana, cuando te veo despertar, doy gracias al cielo por el llamador de ángeles que se balancea entre tus piernas".
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Para concluir, digamos que las brevologías de la mórbida son a la densidad novelesca, como un David desamparado de toda profecía a un Goliat con manager literario. De ahí que su mérito consista en la insistencia por transitar la literatura por el costado prohibido, como un arcángel desmelenado que cuestionara los negocios de su propio Dios: "Yo, desterrada de todo orden y verdad, siempre caída hacia la noche, cansada del día, con mi suavidad de lobo, con el trazo precipitado de palabras, declaro que no he tendido en mi cuerda los calzones divinos de Dios".
Queda claro que la brevóloga sostiene su absurda causa, apoyada en una lucidez anárquica e hiriente, que prefiere la orfandad a la sumisión.
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